MIRIAM GARCÍA VIDAL

'Pensamientos confinados' (LXXIII): ¿Conciliar? Venga ya...

Quiero una casa con jardín, una vivienda en el campo, una unifamiliar con patio… Un patio, quiero un patio donde poder, al menos, sacar una mesita con dos sillas y estirar las piernas…

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'Pensamientos confinados' (LXXIII): ¿Conciliar? Venga ya...

Esa se convirtió en mi obsesión después de que el presidente del Gobierno anunciara que nos confinaban, cual película de terror.  ¿Quéeee? No puede ser.  En este balcón me voy a ahogar. ¡Necesito salir, necesito sol, necesito aire! Me busco otra residencia que tenga un patio, aunque sea pequeñito, me vale con un lugar donde pueda al menos estirar un poco las piernas. Porque no me digáis que no es más fácil salir a aplaudir a nuestros héroes y heroínas de capa blanca si tienes un jardín con piscina y no un balcón (menciono lo del jardín con piscina porque es justo lo que veía si me asomaba desde el pisito de protección oficial en el que me encontraba: a afortunados propietarios confinados en unas casas enormes).

Visitar portales como fotocasa, milanuncios o idealista se convirtieron en mi ocio, un ocio que me duró bien poco, lo que duran los megas que tenía contratados en mi móvil (que, por cierto, eran muy pocos). Porque el encierro me pilló en el piso de una amiga, ya que el mío se encontraba en obras. Maldita la hora en la que decidí cambiar la cocina y poner parqué, que es mucho más agradable al tacto, es más fácil de limpiar y te ayuda a mantener un ambiente saludable (dicen)…

Visitar portales como fotocasa, milanuncios o idealista se convirtieron en mi ocio, un ocio que me duró bien poco, lo que duran los megas que tenía contratados en mi móvil (que, por cierto, eran muy pocos). Porque el encierro me pilló en el piso de una amiga, ya que el mío se encontraba en obras. Maldita la hora en la que decidí cambiar la cocina y poner parqué, que es mucho más agradable al tacto, es más fácil de limpiar y te ayuda a mantener un ambiente saludable (dicen)…

Sí, el confinamiento me pilló de sorpresa -como a todos y a todas-, en otra casa, sin mis enseres, con un par de mudas, sin lavadora, sin congelador, con un bebé de año y medio y sin INTERNET. Y esto sí que era grave. Sin internet porque en el piso de prestado no había wifi y porque yo me había bebido los datos con tanto anuncio publicitario en tres días.

Pero había algo más terrorífico en todo esto. Y no era tener que ingeniármelas para buscarle entretenimiento al pequeño (que no me neguéis que las tablets, las videollamadas, el Resistiré y Netflix no os han salvado la vida a todos los que sois papás y mamás). Lo más terrorífico de no estar conectada durante la clausura era ser mamá, PROFESORA DE SECUNDARIA y tener que trabajar desde casa.

Venga, teletrabaja (sin datos), elabora tareas online y búscate la vida para enviárselas a todo el alumnado (al que se conecta y al que no), haz videoconferencias con los chicos y chicas, reúnete con tus compañeros de departamento, concéntrate y hazlo con Alonsito, que no se despega de tu teta. Mientras, guisa unos garbanzos con espinacas o unos filetes con patatas fritas. Conciliar, dicen, menuda tomadura de pelo…

Desesperada tuve que optar las cuatro primeras semanas por saltarme las normas. Así que de madrugada (cuando el peque ya había caído), a hurtadillas, con el niño en brazos y con miedo de que algún vecino me viera moverme por las zonas comunes, cogía el ascensor, bajaba al garaje y subía por el ascensor del bloque de al lado. Afortunadamente, mi piso en propiedad está en la misma urbanización. Allí, en la soledad de la noche y en medio de una polvareda y un desorden descomunal podía conectarme y mandar esas actividades que nunca sustituirán a la docencia presencial, corregir, contestar correos electrónicos, averiguar qué era un classroom para impartir clases…  

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Y cuando crees que ya no puedes más y que eres una desgraciada porque el confinamiento te ha pillado en una casa que no es tuya y porque te estás ahogando, te encuentras con un vecino que te dice que se ha quedado sin trabajo (él y su mujer porque son dueños de una empresa de transporte escolar) y te da su clave de internet para que tú hagas el tuyo; otro, que no puede abrir su tienda, y ahora te imprime imágenes de coches de la policía (que sabe que a tu hijo le encantan) y te las mete en el buzón para que juegues con él; y otra a la que le ha dado una subida de tensión que casi le cuesta la vida al enterarse de que se ha quedado sin poder impartir cursos, con dos niños a su cargo y que no quiere que le hagas la compra porque le da mucho apuro. Eso sin mencionar a la vecina amiga que me prestó generosamente su casa durante tres semanas (que luego fueron tres meses…).

¿Una vivienda con patio? ¿Un adosado con jardín? Pues va a ser que no. Mejor me quedo en mi pisito ya reformado y con la solidaridad que me rodea, que en tiempos revueltos es la que te saca de más de un apuro.

Diego Calvo, compañero, ¿te has dado cuenta de que, sin quererlo, tampoco he mencionado para nada la palabra coronavirus en todo el texto? ¡Mierda, mierda!

Miriam García Vidal,

Profesora de Secundaria Lengua y Literatura

(Confinada y teletrabajando en Jerez de la Frontera, Cádiz)

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