TRIBUNA

La pandemia perfecta

No tienen que estar obligados a comprenderme. A veces me da por pensar. Y desde mi entendimiento y consciencia, y abandonando los 'estímulos mecánicos' en los que te preguntan “lo que piensas…” para que los demás te deseen lo mejor, te digan que cada día estás más guapo, o aprovechen el momento para largarte indirectas; prefiero leer libros en papel, apagar la tele, y entregar todo lo mejor de mí a los que realmente quiero, o me necesitan.

La pandemia perfecta

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La privacidad y la intimidad son ya cosa del pasado. Por estos cacharros, se busca pareja sin mirarte a los ojos en persona, quizás también algo de sexo esporádico, vendes tu mejor pose, presumes de gimnasio o silicona, o simplemente cuentas, en público y para todos, el lugar donde te encuentras de vacaciones para que otros puedan entrar en tu casa a ocuparla o robarte con cierta comodidad.

Quizás, por ésta misma razón, todavía escribo en los diarios, aunque sea digitalmente, e intento lanzar lo que pienso porque mi debate interno, a veces, me lo pide de rodillas.

Aparece en una poblada ciudad de China un virus incurable que se transmite por contacto respiratorio o táctil, con la curiosa característica de llevarse por delante a miles de personas con patologías cardio-pulmonares serias, enfermos de larga duración o con defensas bajas, y personas mayores cuyo corazón no puede soportar el esfuerzo de aprovechar el poquísimo oxigeno (porque el 'cabrón de las ventosas') te bloquea los alveolos pulmonares sin dejar opción ni vacuna que los ayude a salvar sus vidas, matando residencias enteras donde no sabían donde aparcar a los fallecidos a la espera de su aceleradísimo traslado, homenaje familiar (cuatro personas, creo) y entierro. Solo espero que el Gobierno, con esta desgracia, haya compensado el tremendo agujero que arrastraba la hucha de las pensiones.

El virus está tan perfectamente inventado que afecta muchísimo a personas mayores y solo utiliza a los jóvenes como método de transmisión.

Pero no comencé este articulo con la intención de hacer un trabajo fin de carrera sobre el coronavirus. Yo quiero hablar de los beneficiarios de semejante tragedia. Que los ha habido, y muchos.

1. Curioso que, en el transcurso de aparición, divulgación y soluciones alternativas, murieran personas por encima de la media de edad en España que en la actualidad supera los 44 años, 14 años más que en el año 1970. 

2. Curioso que grandes fortunas y bancos con información privilegiada invirtieran en acciones de laboratorios mundiales en el momento en el que la cagaron los chinos.

3. Curioso que entidades, administraciones, bancos y consultorios con contacto humano aprovecharan las consecuencias del encierro, el miedo y alejamiento para sustituir “apresuradamente” sus servicios a base de contacto tecnológico (44 años media de edad en España, recuerdo). En el día de hoy, todavía la atención primaria médica es telefónica. Sin reconocimiento básico del paciente, y sin conocer su aspecto físico ni analíticas. 

4. Por su parte los bancos cierran sucursales, que transforman en lo más parecido a una cafetería; donde han desaparecido mostradores, y han eliminado al 70% de la plantilla. Dejan sin atención personal a miles de poblaciones y con la obligación de saber utilizar cajeros y iPhones (como si todo el mundo pudiera comprarlos y utilizarlos). Parece que te están diciendo en palabras más correctas: o aprendes por cojones… o te mueres… tú eliges.

Y, por si fuera poco, los políticos, de derechas, medio centro, independentistas o izquierdas, solo se ponen de acuerdo a la hora de aumentarse sus salarios. 

Con 59 años, recién cumplidos, y con alguna batalla más que me queda por luchar, estoy viendo cómo el mar menor se ha convertido en mar muerto, ha subido el precio de la luz un 200%, y todavía sólo llenamos las calles de gritos cuando ganamos un mundial, la liga o la copa.

Nací en una dictadura, luché por una democracia, y siento que vivo en una dictadura democrática. Lo único que deseo es que la próxima pandemia de este siglo me conceda una muerte rápida y poco dolorosa, porque debo reconocer que (sin haber llegado a los 60) hay cientos de cosas que no comprendo, ni voy a poder cambiarlas a estas alturas. Pero puedo asegurarles que las guerras de este siglo, donde un bando son las grandes fortunas (que son capaces de comprar y controlar gobiernos) y el otro donde estamos nosotros, la gente llana y sencilla que trabaja para comer me recuerda muchísimo a la Edad Media.

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