TRIBUNA
Crónicas covidianas II
Nuestra cotidiana pandemia hace aflorar a la luz todas las virtudes y miserias que suele esconder el ser humano. Y no existen más enfermedades y pandemias, simplemente se tienen más conocimiento sobre ellas y la difusión “interneriana” es inmediata.
Está muy claro, que las futuras generaciones poseerán unas orejas de soplillo provocada por las gomillas de las mascarillas, y que modificará nuestra especie modificando las alas de los sombreros, las boinas, y hasta los costales y túnicas de nazarenos. Será el siglo de los cirujanos plásticos que tendrán lista de espera de una clientela deseosa en devolver sus orejas al lugar de origen.
Los jóvenes ingratos de hoy, serán los cobardes del futuro. Porque han nacido, crecido y criado entre algodones. Rodeados de caprichos técnicos, turísticos y de un vestuario a la moda, que han provocado verdaderos sacrificios laborales a padres y madres que sólo desean el mejor futuro, la mejor carrera, y verlos crecer como grandes personas. Y ahí la hemos “cagao”. Es la generación con más y mejores carreras, la mejor ropa y la mejor atención médica proporcionada por una generación paterna que los ha consentido hasta la insensibilidad más patética y desordenada.
Jóvenes que participan o toleran botellones donde se comparten vasos, besos, abrazos y virus que pueden acabar con muchos de nosotros. Los que no participan miran hacia otro lado en lugar de corregir o denunciar a quienes les está empobreciendo el país donde nacieron o los acoge. Todo esto, cuesta dinero, y están jugando con su futuro. Reconozco que muchos diréis: “Es que todos no somos así…”; y yo mantengo, desde los tiempos de ETA y el franquismo, que quien observa y tolera un delito es cómplice del mismo.
Tambien tienen su delito esos jóvenes -unos pocos afortunados- empleados en funcionariado y entidades bancarias, que ven cómo sus padres y abuelos son obligados a permanecer horas en unas puertas de entidades que sólo tienen cajeros automáticos para pagarles “su dinero”, y una diatriba de teléfonos y páginas web para consultar y hacer unas operaciones con soportes técnicos de los que carecen y seguramente desconocen; todo ello, maquinado por bancos y entidades aprovechando el oportunismo del distanciamiento personal sobre los contagios, y permitido y tolerado en entidades públicas necesarias para toda la ciudadanía, olvidando a esa inmensa mayoría carente de ordenadores, tablets o iphones; obligándolos a humillarse ante familiares y vecinos que deben hacer sus gestiones por y para ellos, haciéndolos sentir inservibles y olvidados.
Jóvenes que encierran a padres y abuelos, después de haber sido criados en abundancia, en residencias que deberían ser seguras, y que, en muchos casos, nos han recordado supuestamente (aquí hay que poner “supuestamente”, por eso de la ley…) algunos campos de exterminio, en los que la soledad, la falta de amor y calidad asistencial lucen por su ausencia.
Sí. Me dirijo a esos jóvenes que, aunque poseedores de cultura y carrera, no reaccionarán hasta que vean las barbas de su vecino cortar... (busquen el refrán...) y ya será bastante tarde. La solución de todo la tienen quienes nos llevan al precipicio del desastre vírico, humanitario y ecológico. Los que vamos de paso hemos luchado todo lo posible por conservar lo poco que hemos podido salvar de la auto destructible especie humana.
Sois unos ingratos. Estáis dejando caer el pasado en el olvido. Os estáis bebiendo, fumando y la mejor generación de la historia.
Vosotros, los jóvenes, tenéis la vacuna contra el Covid-19. Los políticos electos de nuestro país se olvidaron de vosotros en el mismo momento en el que recibieron la primera nómina, dietas y coches oficiales. Sólo unos cuantos sirven de punta de lanza y criticas de los adversarios, mientras, en el congreso, hablan de república, efectos colaterales y acuerdos inexplicables.
Hay quien piensa que hubiera sido mejor y más fácil cercar algunos botellones y repartir hostias como panes, antes que cerrar ciudades con miles de personas, provocando el caos, el paro, la ruina y la muerte de tanto ciudadano inocente.
No me identifico con ésta frase, pero creo que, aquello que un anciano gritaba tras la cristalera de su residencia resume muy bien toda la basura politica actual y la pasada: Antes nos decían que España era una, grande y libre. Y ahora son muchas, chiquititas y cabreadas.
Espero abrazaros pronto.
José Luis Pons