TRIBUNA
Crónicas covidianas
Quién diría hace un año que estaríamos viendo tanta diversidad en el diseño de mascarillas. Que nuestro médico de atención primaria nos llamaría por teléfono. Que las clases escolares y universitarias pudieran darse a través de las pantallas de nuestros ordenadores.
Qué veríamos peligrar los puestos de trabajo, los sueldos y las pensiones. Qué veríamos morir a tanto anciano en el abandono y la soledad más cruel e inexplicable. Que encerrarían en casa a todo un país para evitar una inevitable desgracia. Que descubriríamos que los ciudadanos somos capaces de unirnos en un único aplauso para homenajear a quienes se encontraban en primera línea de batalla. Y el asquito que algunos le cogimos al dúo dinámico al oír versionado su neolítico tema por el vecino de al lado. Fue un alivio que se le estropeara el micrófono de su karaoke. Aún así, el pobre insistía en imitar a los aspirantes de Operación Triunfo. Algo de lo que desistió cuando acabó nuestro claustro casero. Debo reconocer, que algún vecino pensó en arrancarle la cabeza cuando nos cruzábamos con el aspirante a Nino Bravo por la escalera…
Hace tan solo un año, estaba planificando con mis sobrinos la habitual fiesta helado-bizcochera-chuchera que tenía como objetivo montar en casa, entre todos, el árbol de Navidad; todo planeado para disfrutar de sus sinceras improvisaciones que nos hacen añorar los años de nuestra propia infancia, antes de que la edad del choco tome el control de sus cuerpos preadolescentes.
Ahora no sabemos que puede ocurrir mañana, y los planes de futuro se han frenado en seco. Por esa razón, quizás me anime a escribir periódicamente todas estas moralejas que nos sirvan como lección y aprendizaje para futuras pandemias. Porque tal como hemos tratado al planeta, la cosa promete.
Admiro a la gente corriente. A ustedes. Y desprecio esos descerebrados/as que provocan la muerte pensando que son inmunes y nos le va a tocar en suerte la UCI correspondiente en el Hospital de turno.
Espero abrazaros pronto.
José LuIs Pons
