RAÚL VILLALBA

'Pensamientos confinados' (XCVII): Esperar lo inesperado

Nunca antes habíamos tenido tanto tiempo para pensar, y al menos en mi caso, jamás había estado tan menos seguro de todo cuanto pasaba por mi cabeza. La experiencia que hemos vivido (y que continuamos atravesando) va a marcar sin duda a varias generaciones de personas.

'Pensamientos confinados' (XCVII): Esperar lo inesperado

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El problema es saber con certeza si tendrá algún impacto siquiera mínimamente positivo, sin olvidar que sus principales consecuencias han sido devastadoras para una sociedad que no estaba preparada para afrontar esta inédita situación. Porque la primera premisa al echar la vista atrás y analizar todo lo que estamos viviendo es tan obvia que muchos parecen haberla pasado por alto: no se puede esperar lo inesperado.

Muchos han creído saber afrontar esta pandemia como si cada uno de ellos reuniera en su haber la experiencia y el conocimiento de científicos, médicos y psicólogos. Incapaces de escuchar en muchos casos a los verdaderos científicos, médicos y psicólogos. Deseosos de que en cualquier tertulia televisiva algún experto en todo refrendara lo que queríamos escuchar para así convertirlo en un argumento irrefutable. Seguros de cosas de las cuales el día anterior ni siquiera habían escuchado hablar. 

Mi caso ha sido el completamente opuesto. Dudar de todo ha sido mi constante vital durante la pandemia. Y lo he hecho desde un confinamiento familiar, ya que las circunstancias hicieron coincidir la declaración del estado de alarma con una estancia en Huelva, donde finalmente pasé dos meses después de años sin estar tanto tiempo en casa, ayudando a mi familia en la medida de lo posible a sobrellevar una situación a la que de otra manera no podía contribuir. Ha sido necesario llegar a un extremo así para realmente valorar las profesiones que han estado al pie del cañón y sentir frustración por no poder aportar más.

El enemigo invisible al que seguimos plantando batalla y al que no podemos ceder ni un ápice de terreno ha contado desde el principio con un batallón de aliados que nosotros mismos hemos puesto en bandeja. Porque el coronavirus y sus consecuencias han dejado entrever grandes costuras de nuestra sociedad. Desde el racismo que especialmente en sus inicios generó hasta la irresponsabilidad de quienes sólo saben funcionar a base de prohibiciones y castigos. Intransigencia, desconfianza, egoísmo, escepticismo, paranoia, alarmismo, manipulación. No, la estela del coronavirus no sólo ha sido de enfermedad y muerte, sino que también ha supuesto un examen a nuestro tiempo que, sin embargo, quiero creer que hemos superado con nota aunque haya habido suspensos de los que, probablemente, más ruido hacen.

Porque el ejercicio de responsabilidad que se nos demandó fue indescriptible, impropio de una época caracterizada por la globalización y las libertades individuales y colectivas. Pero imprescindible.Y el grado de cumplimiento ha estado en nuestro país por encima de las expectativas más optimistas. Y ha sido también un momento en el que se ha demostrado una solidaridad sin límites, espontánea y magnífica, como también lo ha sido el compromiso de todos los trabajadores que han contribuido a mantenernos dentro de una simulada normalidad exponiéndose a la batalla sin contar en muchas ocasiones con las armas necesarias.

Probablemente todos nos hemos aferrado a la que es quizá la frase más repetida del confinamiento: cuando todo pase. El coronavirus nos ha hecho perder seres queridos, vidas humanas y también puestos de trabajo que sustentan a muchas familias. Pero a un nivel más llano, también se han perdido encuentros entre familias y amigos, se han perdido comidas y cenas, se han perdido besos y abrazos, se han perdido cervezas y refrescos, se han perdido bodas, bautizos y comuniones, se han perdido bienvenidas y despedidas, se han perdido exámenes y graduaciones, se han perdido procesiones y romerías, se han perdido partidos de fútbol y carreras.

Las familias han visto como han perdido besos a sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus nietos… y han pensado en todos los que iban a dar... cuando “todo esto” pasase. Con el horizonte de volver a una normalidad que añoramos en estos días cuando posiblemente ni siquiera valorábamos antes. Ha estado en nuestras manos hacer que “todo esto” pasase, y lo hiciese rápido, y ahora tenemos de nuevo la oportunidad y la obligación de no permitir que vuelva. Hemos soñado con muchas cosas que haríamos cuando “todo esto” pasase. Pero aún no ha pasado, ¿y ya hemos olvidado “todo esto”?

Mientras nosotros hemos estado en nuestras casas y el virus ha estado en las calles, los días han sido insignificantes ante el reinado de una noche muy larga, esperando constantemente que toda la luz irradiara de golpe para hacer brillar nuestros ánimos con mayor intensidad a la que nos ha sumido la oscuridad. Pero el telón no se va a abrir por completo. Al menos todavía.

El coronavirus ha segado miles de vidas. Ha provocado una crisis económica de la que tardaremos en recuperarnos. Ha generado un incontable dolor por todas las pérdidas sufridas, una terrible angustia por la enfermedad o por el trabajo de nuestros allegados, y una desasosegante incertidumbre por el futuro de un nuevo tiempo en el que sólo la confianza en nosotros mismos como sociedad servirá para superar todas las adversidades que ha regado esta pandemia. 

Hemos visto comportamientos y hemos vivido experiencias que servirán para ilustrar nuestras historias de aquí a mucho tiempo. Se habrán producido paradojas como los lazos que se han estrechado en la distancia mientras se han desgastado relaciones presenciales. Cada uno habrá vivido estos meses de manera diferente, probablemente con un debate interno que a mí me ha hecho borrar muchas de las palabras que he escrito en todo este tiempo (perdón por la tardanza).

Todo lo que hemos vivido a causa del coronavirus nos ha llevado hasta la actual situación incierta, da igual cuando leas esto. No estábamos preparados para vivirlo, tendremos siempre presentes a quienes nos han dejado por su culpa, y creeremos que la distopía que ni el mejor de los guionistas hubiera imaginado no se vuelva a hacer realidad. Sus consecuencias no han hecho más que empezar. No sé si del coronavirus habremos salido o saldremos más fuertes. Lo que es seguro es que hoy somos diferentes. Lo que espero es que también seamos mejores.

Raúl Villalba, 

periodista

(Confinado y teletrabajando en Huelva)

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