GEMA PONCE

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

En los días previos al 14 de marzo de 2020, esa fecha ya grabada a fuego en nuestra memoria colectiva, yo era de las escépticas que me repetía una y otra vez si eso del coronavirus era para tanto. ‘Se nos está yendo de las manos’ ‘A Cantabria no llega’ ‘¿Estamos locos o qué?’. 

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

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'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

De hecho, hasta ese momento, la virulencia del COVID-19 había sido testimonial en la región. Sí, confieso que no la sentí llegar y, con el egoísmo impuesto por quien no ha visto las orejas al lobo con ninguna víctima ni persona afectada cercana, fueron muchos los días en los que ya confinada y siendo escrupulosamente disciplinada con los decretos, me seguía preguntando si de verdad merecía la pena tanto esfuerzo social, laboral, económico, personal, etc.

Mi perspectiva de lo que estaba sucediendo dio un giro de 180 grados en un puñado de días, los mismos en los que mi trabajo como periodista en el sindicato con mayor afiliación del país comenzó a desbordarse a medida que nos llegaban denuncias de incumplimientos de las medidas de seguridad y salud laboral establecidas, falta de equipos de protección, protestas por jornadas maratonianas de trabajo, ausencia de protocolos, ERTE, testimonios de personas que lo perdieron todo en menos de una semana … y todo acompañado de ese goteo incesante de cifras que hasta el momento han dejado más de 200 personas fallecidas en Cantabria.

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

Mi chip cambió de forma radical. Me sentí privilegiada y, a pesar de la dureza de la situación, confinada con mi marido, también teletrabajando, y con mi hija Clara, que cumplió 3 añitos en los momentos más duros del confinamiento, me obligué a activarme al 200% para conciliar vida personal y profesional porque mi trabajo también se hacía en cierto modo esencial para poner en el centro a las personas, por encima de todo lo demás.

No cabe duda de que en todo este proceso también tuvo mucho que ver mi situación anímica, la montaña rusa hormonal de quién está embarazada y esperando a que su segunda hija, Emma, nazca en los primeros días de julio.

No creo que estos tres meses largos hayan sido fáciles para nadie y, de hecho, aún no somos conscientes de las secuelas psíquicas y emocionales que están anidando en nuestro interior y que aflorarán en cualquier momento. Como todos, he tenido momentos mejores y peores pero siempre he intentado plantar cara a las dificultades con una sonrisa. Confieso que no siempre he tenido éxito en mi empeño. 

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

Me centré más que nunca en mi trabajo. De hecho, aún hoy, cuando apenas me quedan un par de semanas para dar a luz, sigo al pie del cañón porque me encuentro relativamente bien y creo en la virtud de predicar con el ejemplo. He vivido de cerca los dramas de mucha gente, de toda índole y condición, y he intentado empatizar, ponerme en el lugar de otros. He sabido de la precaria situación, en muchos casos, de los profesionales de la sanidad, especialmente en los primeros momentos, y cómo han plantado cara al bicho y han luchado sin impresionarse por un volumen de aplausos que iba apaciguándose al ritmo de los días.

Un medio regional se interesó por cómo me estaban tratando el embarazo en la sanidad pública durante la pandemia. El trato ha sido inmejorable. Si ya es bueno en condiciones normales, el coronavirus ha despertado la empatía, la solidaridad y la profesionalidad de todos y cada uno de los que forman el servicio público de salud. Los aplausos no han servido para nada si no hemos entendido que la palabra esencial va estrechamente ligada a su labor.

Y, lamentablemente, parece que poco o nada hemos aprendido, que todo se nos ha olvidado cuando recién estamos estrenando la ‘nueva normalidad’.  

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

Huelva es mi casa, son mis orígenes, y mi apego a esta provincia es tal -especialmente a la comarca del Andévalo, donde viví durante una década-, que forma parte de mi idiosincrasia, de mi impronta. Por eso me duele que poco o nada nos haya quedado tras estos meses donde nuestra realidad ha dado un vuelco y donde se ha puesto sobre la mesa que lo esencial es lo imprescindible. 

No hemos aprendido nada. Los aplausos han sido más bien una liberación personal que un verdadero reconocimiento a la sanidad, y lo digo tras enterarme que la Junta de Andalucía ha aprovechado la crisis para cerrar el consultorio médico de Minas de Herrerías, una pedanía de Puebla de Guzmán, habitada fundamentalmente por ancianos, personal especialmente vulnerable, no olvidemos, que se ha visto privado de ese servicio esencial al que durante tanto tiempo hemos aplaudido.

'Pensamientos confinados' (XCIII): No, que la vida no siga igual

La sonrisa de la que suelo presumir me desaparece y el optimismo se convierte en desazón, en desánimo, porque tras el paréntesis del confinamiento y con actos como este da la sensación de que la vida sigue igual, somos marionetas en un mundo manejado por intereses económicos que al común de los mortales nos son ajenos.

Y me resisto. Yo quiero ser una de esas personas a las que el confinamiento y la pandemia ha cambiado su forma de percibir el mundo, quiero sentir que mis prioridades han cambiado. Pero de verdad, nada de postureo. Dudo que lo consiga, el reto es casi imposible pero al menos quiero sentir la satisfacción de intentarlo ¿Quién me acompaña? 

Gema Ponce Gañán,

periodista

(Confinada en Cantabria con el corazón en Huelva)

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