JAVIER BERRIO

'Pensamientos confinados' (LXXXVI): La espiral

Se cuenta que en el Estado español somos más de cinco millones los ciudadanos que vivimos solos. Unos son jóvenes, otros de edad media con su amplia horquilla de primaveras y aún un buen número de mayores y ancianos. 

'Pensamientos confinados' (LXXXVI): La espiral

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Cada quien habrá vivido el confinamiento según sus recursos personales, sus fines íntimos y/o su mayor capacidad de adaptación. En muchos casos, los solitarios no tan mayores y también  mayores, reúnen características muy especiales y tanto es así, que un conjunto de rasgos de personalidad unidos por algún criterio unificador, suele ser etiquetado en psicología, como trastornos de personalidad. Estos, olvidados por los gobernantes han sobrevivido, pero con dolor y, peor, sufrimiento innecesario ante la inhumanidad administrativa del ateísmo sin éticas.

En mi caso y en los momentos centrales del encierro, he llegado a sentirme girando sobre un eje pero, al padecer  la importante escoliosis que medio me sostiene, el eje oblicuo, como el de de Gaya, tomó, desde la cintura hasta donde el cuello se une con la cabeza, forma de guadaña entre imagen alucinatoria y realidad. Pero ¿cómo podía convertirme, de tanto virar en mí, en una espiral disforme si no tenía sol alrededor  del que rotar ni satélite que bruñese mis soledades?  

El caso es que, aún con cierto enfriamiento, mi astro rey estaba allí, tanto fuera como dentro, sin nombre,  aunque con múltiples apelativos, de los que prefiero El que Es y La Infinitud.   La presencia iluminó mi alma y ahí sigue y si yo continuo permaneciendo es por el entrañable Abba con el que me puedo comunicar en paz  y la ambrosía de  la misericordia trascendental.

Pero el confinamiento me había transformado porque también, en la lejanía por la prohibición administrativa, el  satélite hermoso y  bruñido con el que soñaba unirme en compañía de himeneo, como en el sueño de un místico y su disolución en Dios, se alejaba de mis manos en esos momentos de retorcimiento en mí mismo.

Puedo confesar y así lo  hago, que en ocasiones llegué a sentirme abandonado, ignorado; desatendido y en puro olvido. Hace unos años describí esa emoción desordenada de la siguiente manera, como en este fragmento de Templo de Espera:

“Me siento caer desde todos los desfiladeros,

todos los precipicios y los saltos más broncos son míos

en esta locura de abandono. El estómago

queda atrás, centrifugado. Los ojos son el espanto

y el temor de la retirada –el olvido, el cataclismo-

El torbellino en espiral tira…”  

Girando, retorcido y en deformidad alrededor de una esperanza consoladora y palpable, mientras se percibía la soledad y frialdad desde fuera hacia adentro, sobre todo a partir de ese satélite al que tanto esplendor había regalado del mío. Quizás todo sea ficción, pero así viví, sentí y transpiré esta aislamiento obligado por ley de quienes no tuvieron el menor afán por actuar a tiempo ni con humanidad. Que la Asamblea del Pueblo, libre a lo largo de las calles, se lo demande. En cuanto al satélite, sigue ahí.., llameante, pero más cerca, de lo que deduzco que quizás fue mi imaginación, pero tal vez no lo fue. 

Javier Berrio,

escritor

(Confinado en Huelva)

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