RAFAEL UNQUILES

'Pensamientos confinados' (LXXXI): ¡Quiero un gobierno planetario sin corruptos! 

La explosión del coronavirus me sorprendió rumbo a Colombia. Allí, en Cali, he pasado dos meses maravillosos de confinamiento junto a Schel, justo hasta primero de mayo. Después regresé a Madrid en un vuelo de repatriación y desde la capital de España puse rumbo a Huelva, donde ahora me encuentro a la espera de volver a Emiratos Árabes Unidos.

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Todo este lío ha hecho que me vea obligado en los últimos tiempos a pasar por varias ciudades y aeropuertos –Dubái, Madrid, Ámsterdam, Ciudad de Panamá, Bogotá y Cali-. En unas terminales te tomaban la temperatura y en otras estaban obsesionados con el distanciamiento social. Sí, mucha distancia en tierra pero luego te subían en un avión con 352 personas pegadas las unas a las otras. Y hasta hubo casos en los que las medidas de seguridad brillaban por su ausencia. Pese a ello, la experiencia general a nivel personal es satisfactoria. Y mi reflexión, que este planeta necesita con urgencia un gobierno global. No podemos ir cada uno a lo nuestro. Tenemos que organizarnos. Pero bien. Lo del querido terruño no funciona. La famosísima Covid-19 lo ha dejado claro. Y no sólo por cuestiones sanitarias. Volviendo la vista atrás, me da la impresión de que las cuestiones locales al final exclusivamente sirven para tomar el pelo a los ciudadanos.

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Me explico. Ahora que Huelva tiene prácticamente superada la pandemia, decidí darme una vuelta por la Sierra junto a mi familia y a Tobi, nuestro perro. Pusimos rumbo a Aracena. Allí nos tomamos unos exquisitos caracoles y después acordamos dirigirnos a Fuenteheridos. Ya en la carretera, de camino al nuevo destino, nos encontramos de pronto con un enorme edificio en obras que daba la impresión de llevar años varado en el tiempo. Segundos más tarde caí en la cuenta de que se trataba del famoso Chare de Aracena, uno de aquellos pequeños hospitales que en su día se vendieron a bombo y platillo para acercar una sanidad de calidad a zonas alejadas de centros especializados. ¿Qué pasó?

De regreso a Huelva me puse a pensar en los grandes proyectos que en las últimas décadas se presentaron a nivel provincial con el objetivo de ganar votantes y que al final han quedado en el olvido. Y fui consciente de que, ocho años después de mi marcha de Huelva, casi todo sigue igual. Hasta el punto de que las noticias que veo hoy en los medios perfectamente podrían pertenecer a finales del siglo XX. Los mismos debates, las mismas polémicas, las mismas demandas, las mismas críticas…

El fantasmagórico Chare de Aracena me resucitó una amalgama de proyectos que en su día generaron gran ilusión pero que al final quedaron en nada. O eso es lo que percibo. ¿Es legal jugar con las ilusiones de los ciudadanos? Ético, desde luego, no es. Y mucho menos moral.

Al fiasco del Chare de Aracena hay que sumar el del Chare de Lepe. ¿Y qué fue del aeropuerto? ¿Y de las soluciones para el puente del Odiel? Ya en su primera portada, El Mundo Huelva Noticias, el periódico que dirigí durante ocho años, denunció la lamentable situación del viaducto. Dieciocho años después -¡18!- no se ha hecho absolutamente nada.

Lo mismo ha ocurrido con el decimonónico trazado ferroviario de Huelva a Sevilla; con la estación del AVE de Calatrava, de la que solo vimos una bonita maqueta; con la otra línea férrea, la Huelva-Zafra, a la que tampoco se le ha hecho nada; con el ‘increíble’ puente a Punta Umbría que iba a partir de las inmediaciones de la avenida Francisco Montenegro; con los accesos a las playas de la autopista A-49; con la autovía Huelva-Cádiz; con la autovía de la Sierra -¿recuerdan que un Ayuntamiento colgó una pancarta en la que se felicitaba por haber logrado el desdoble de esta carretera?-; o, por seguir con los desdobles, con los que se anunciaron para las carreteras de Aljaraque a la A-49 y de Almonte a Matalascañas.

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También me pregunté qué pasó con la presa del Andévalo y sus canalizaciones. Y, por concluir, ¿va a alguna parte el Parque Científico y Tecnológico de Huelva en Aljaraque?

Una broma colosal. Y ni siquiera hablo sobre si estas actuaciones resultan necesarias o no, sólo de que fueron anunciadas como proyectos cerrados y a día de hoy no son realidad.

Quienes hicieron estas promesas, quienes se pusieron delante de los ciudadanos para pedirles el voto esgrimiéndolas como argumento, se han carcajeado en la cara de los onubenses. Y lo triste, lo decepcionante, es que incumplen y no pasa nada. Y lo extremadamente grave, que en las próximas elecciones volverán a prometer y a incumplir. Entonces, ¿para qué queremos gobiernos que gobiernen el terruño?

Hoy, por desgracia, persiste esta ristra de incumplimientos, de tomaduras de pelo, y persiste la vieja y arraigada costumbre en estas tierras de poner la manita al estilo egipcio, sobre todo, según me cuentan fuentes extraordinariamente bien informadas, en la zona de la Costa Occidental y del Condado. ¿Saben a qué me refiero, no? Y de esto ¿no se dice nada?

La Tierra no es tan grande, mucho menos que un grano de arena en la inmensidad del Universo. Y las personas, imaginen, infinitesimales. Mejor un gobierno planetario que se dedique a solucionar los males endémicos de la humanidad y favorezca un trasvase real y controlado de la riqueza –de fondos, de medios, de infraestructuras básicas, de medicamentos, ¡de comida!…-, un gobierno más allá de egos personales, locales y nacionales que genere una corriente de energía vital desde el denominado primer mundo a los países en los que el drama de sus habitantes no es el coronavirus sino hacer frente cada jornada –y desde hace siglos- a una pandemia aún mayor, la del hambre. El resto, bajo mi percepción, con gestionarlo al margen de corruptos sobra.

Rafael Pérez Unquiles, 

periodista, director del periódico 'El Correo del Golfo'

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