ESTEBAN MAGAZ
'Pensamientos confinados' (LXXIX): En el Imperio Austrohúngaro
El día que el Estado de Alarma comenzó ya estaba convocado el concurso de la 13 edición del Festival Internacional de Cine bajo la Luna de Islantilla. Siempre tuvimos curiosidad por saber cómo sería la edición número trece, fatídico número para una gran mayoría y mágico para tan sólo unos pocos. Ahora ya sabemos lo que podrá ser un festival con semejante numeración. Nunca lo habríamos imaginado así.
El cine me ha salvado de las cuatro paredes del confinamiento. Las numerosas películas internacionales que han llegado al festival han cubierto con creces las horas del día para visionar y visionar de la mañana a la noche las casi mil quinientas cintas que han llegado a Islantilla.
Todo esto me ha llevado a poder ver la actualidad española como si de una película se tratase. Digamos que he podido ver los informativos y la calle, cada vez que tenía que acudir semanalmente al supermercado, como si fuesen fotogramas de una película escrita mano a mano por los desaparecidos Luis G. Berlanga y Rafael Azcona.
Los dos maestros de nuestro cine no han vivido esta pandemia, hace años que ambos nos dejaron, pero de haberlo hecho se hubiesen frotado las manos de la cantidad de historias cotidianas con las que podrían escribir una nueva trilogía como ya hicieron con 'La escopeta nacional'. Nuestro país es así, y no ha cambiado un ápice desde que Cervantes escribió 'El Quijote' o Valle Inclán nos descubrió que el esperpento era el más fiel espejo donde mirarnos. Con los siglos la vida cambia, pero el español y sus siete pecados capitales siguen intactos.
Berlanga nos mostraba tal cual somos. Con nuestras virtudes y nuestros múltiples defectos. Y siempre con la ironía del desaparecido Imperio Austrohúngaro como telón de fondo. Los españoles éramos los verdaderos austrohúngaros, un imperio extinguido que pretendía vivir del recuerdo de los logros de antaño. Tal cual somos.
¡Cuánto hemos disfrutado con su cine! La gran pena cuando un genio nos deja es que ya no podemos disfrutar de nuevas obras. Pero cuando creíamos que ya no veríamos nunca una nueva película suya, resulta que a nuestro alrededor hemos tenido la oportunidad de vivir la que podría haber sido su gran obra maestra.
Me imagino a Azcona contándole a Berlanga la secuencia inicial de su historia. Un supermercado abarrotado de gente donde el único producto que se agota sea el papel higiénico. La carne, las verduras, el pescado y todo lo demás permanecen intactos en sus estanterías, pero el papel higiénico desaparece. El caos se apodera de todos los clientes. A Berlanga le entusiasma este inicio para su nueva película.
La historia pandémica avanza con las sesiones del Congreso de los Diputados. Azcona escribe hilarantes diálogos para los señores diputados. Berlanga duda de algunas frases: Pero Rafael, eso que dices es un bulo, no puede ser una frase real. Y el gran Azcona le responde: No tengas miedo Luis, el público se lo creerá. Y el guionista consigue colar todas sus frases, sin dar tregua. Una otra tras otra. A cada cual más descabellada, nada importa, porque la comedia está servida y el espectador hipnótico se las creerá todas a pie juntillas.
Ambos continúan con la escritura de su película. Cada día avanzan en su obra. Y si en algún momento les falta la inspiración, ese temido instante en el que las musas no visitan a los artistas y las ideas brillan por su ausencia, ellos encuentran un antídoto perfecto para esto. A las ocho de la tarde, con tan solo abrir el balcón de par en par, miles de nuevas historias llegan hasta ellos. De las más variopintas a las más insólitas. Para elegir y desechar.
Toda historia debe tener su desenlace, y en la película de Berlanga ese final llega con el pase a cada una de las Fases programadas para la desescalada. En su final, después de meses de miedo y confinamiento, nos terminamos olvidando por arte de magia de todo lo vivido y nos lanzamos a la calle para estar todos lo más pegado posibles, muy juntitos, que estar a dos metros de distancia es muy nórdico. Y a ser posible atiborrarnos de besos y abrazos que para eso tenemos la sangre latina. Como si no hubiésemos aprendido nada.
Un final feliz pero con regusto amargo, como el que siempre ha tenido todo el cine berlanguiano. Así son los últimos renglones que escribe Rafael Azcona para que Luis G. Berlanga lo ruede cuanto antes.
Y nosotros salimos del cine sonriendo, felices porque todo ha sido una película más. Berlanga y Azcona nos han hecho reír a lo grande. Pero estos genios del celuloide no sólo hacen películas para entretenernos, también nos van dejando algunas semillas en nuestras cabezas, que más pronto que tarde terminan germinando. Porque no hay mejor que la comedia para denunciar algo que no ha tenido ninguna gracia. Todo lo contrario. ¿Habremos aprendido algo? Ojalá así sea.
Esteban Magaz,
director del Festival de Cine Bajo la Luna Islantilla Cineforum
(Confinado y trabajando en Isla Cristina, Huelva)