TRIBUNA

Abdalá al Mogaviuri cogió dos piedras

En la inmensa obra del clérigo zaragozano Miguel Asín Palacios (1871-1994), indudablemente uno de los arabistas más excepcionales de la historiografía mundial, maestro por ejemplo y nada menos que de García Gómez, queríamos destacar su estudio sobre el místico sufí sevillano aunque murciano de nacimiento, Ibn Arabi.

Abdalá al Mogaviuri cogió dos piedras

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Trátase de “El Islam cristianizado [i]”, que la editorial Plutarco llevó a los talleres de Sáez Hermanos, sitos en la madrileña calle de Martín de los Heros [ii] en el invierno de 1931 y que hace un par de años la editorial Maxtor tuvo a bien reimprimir en edición facsímil. Es libro el de Asín Palacios harto recomendable, sobre todo para quienes pretendan profundizar en las influencias que el misticismo islámico, hoy prácticamente reducido a su rama sufí, tuvo en la mística española, y sobre todo en altos poetas como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús. También, y en sentido contrario, la mística musulmana tomó la palabra de Jesucristo para enriquecer la doctrina islámica, hasta el punto de poner en labios de Mahoma frases que el profeta árabe nunca llegó a pronunciar. Invitamos al lector a profundizar en los estudios del misticismo musulmán y en la figura de Ibn Arabi, pero nosotros vamos a detenernos en la referencia que Asín Palacios hace del sufí nacido en Niebla, Abdalá al Mogaviuri, cuyo ejemplo ascético tanto influyó en el místico murciano.

Abdalá al Mogaviuri cogió dos piedras

Poco se sabe del personaje, a quien tan sólo sabemos que siguió su pista el literato e historiador Ángel Becerra [iii], que lo llegó a alcanzar en Alejandría [iv], en un viaje por archivos y bibliotecas, interrumpido hace años. En efecto, fue en Alejandría donde terminó sus días el iliplense que nos ocupa, rodeado de libros y en un entorno de ascetismo y renuncia a los placeres mundanos que sirvieron de ejemplo al más conocido asceta Ibn Arabi, que refiere en sus memorias el episodio que vivió Abadlá Al Mogauiri al huir de la invasión almohade cuando alcanzó la ciudad roja [v] Niebla, momento en el que se produce la aventura [vi] que queríamos relataros y por la cual hemos posado los dedos sobre el teclado del ordenador.

Poco se sabe del personaje, a quien tan sólo sabemos que siguió su pista el literato e historiador Ángel Becerra [iii], que lo llegó a alcanzar en Alejandría [iv], en un viaje por archivos y bibliotecas, interrumpido hace años. En efecto, fue en Alejandría donde terminó sus días el iliplense que nos ocupa, rodeado de libros y en un entorno de ascetismo y renuncia a los placeres mundanos que sirvieron de ejemplo al más conocido asceta Ibn Arabi, que refiere en sus memorias el episodio que vivió Abadlá Al Mogauiri al huir de la invasión almohade cuando alcanzó la ciudad roja [v] Niebla, momento en el que se produce la aventura [vi] que queríamos relataros y por la cual hemos posado los dedos sobre el teclado del ordenador.

Ejemplo heroico de castidad, le llama el religioso zaragozano que a principios del pasado siglo ocupara la cátedra de estudios árabes en la Universidad de Madrid, y más en los fogosos años juveniles de este “émulo de Orígenes [vii]”. El relato de los hechos lo transcribe Asín Palacios directamente de la Fotuhat, memorias de Ibn Arabi escritas con poco orden y menor concierto, a la vista de las repeticiones y cambios de tercio del autor. Es en absoluto curioso que tradujera al castellano todo el episodio a excepción del momento cumbre, cuando el místico iliplense decide coger las dos piedras para acabar de manera expeditiva con las tentaciones, pero es comprensible por el tiempo en el que esto está publicado y por la condición de sacerdote del arabista zaragozano.

El caso y para no irnos extendiendo en demasía es que la llegada de los almohades a Niebla provocó el pánico en la ciudad [viii], una mujer se puso en manos de Abdalá, que la tomó bajo su protección pero la puso sobre sus hombros y con ella se encaminó a la ciudad de Sevilla, aún a salvo del rigor religioso y la terrible violencia empleada por los invasores almohades. Pasado el puente que llaman romano cruzaron el río Tinto que como saben orillea capital condal, y no debió de ser mucho más allá, por la gasolinera que hay pasado el puente o por la antigua fábrica de cementos de Asland, cuando el iliplense, viendo lo buenísima que estaba la señora y aprovechando el que andaban solos en mitad del campo, tuvo intención de meterle mano. Pero Alá supo contener el fervor juvenil, los instintos depravados de Abdalá quién aún no era un santo varón, que agradeció al Misericordioso su ayuda exclamando “¡Oh, alma mía! ¡Ella se ha puesto con toda confianza en tus manos! ¿No quiero cometer tamaña deslealtad!” y sigue contando Ibn Arabi en sus memorias como “rehusaba, sin embargo, su concupiscencia incitándole a pecar, cuando ya la fuerza de la tentación hízole temer por su alma (y aquí viene el cambio al latín del sacerdote y arabista Asín Palacios, que no quiere escandalizar en lengua vulgar a quien pudiera acertar a abrir su libro por esas páginas, además de que en latín suena la mar de bien y, por lo demás, se entiende perfectamente) lapidem accepit atque super illum penem suum, qui quidem erectus erat, imponens, alium accepit lapidem, atque penem inter duos contudit lapides confregitque, clamans [ix] (y vuelve Asín al castellano) ¡El fuego antes que el oprobio, alma mía””. Y aquí comienza la feliz conversión de Abdalá, que acto seguido y tras dejar a la buena moza en Sevilla, marchó a realizar la preceptiva peregrinación a la Meca para instalarse a continuación en Alejandría, como quedaba dicho anteriormente.

lapidem accepit atque super illum penem suum, qui quidem erectus erat, imponens, alium accepit lapidem, atque penem inter duos contudit lapides confregitque, clamans [ix]

Sabido es que la iglesia católica apostólica y romana acepta que para alcanzar la gracia de Dios no es menester ser practicante: “Facienti quod est in se, Deus non denegat gratiam”, bastará para ello tener fe en un Dios creador y remunerador para lograr la salvación, la gloria, que es la gracia suprema: “accedentem ad Deum oportet credere quia este et imquirentibus se remunerator sit”. Terminamos con esta breve reflexión por si la representación del Vaticano para Huelva y provincia, es más condescendiente con el iliplense Abdalá Al Mogaviri, reconociendo su santidad, que con el silenciado San Dúnala [x], el santo de Huelva que después de entregar toda su riqueza a los pobres y menesterosos, peregrinó a Tierra Santa, donde sufrió cárcel y martirio por no querer renunciar de su fe, entregando su alma al Altísimo, y que a pesar de todo es negado en su propia tierra por los creyentes, algo al menos curioso por no andar metiéndonos en jardines como los que el Adoquín [xi] dispuso alrededor de su palacio lindero con las cuevas y chozas del Chorrito [xii], residencia del Obispado onubense, que quien esto suscribe, conoció rodeado de miseria y pobreza. Pero en fin, hoy solo quería contarles la historia o el origen más bien, de ese dicho popular que suele pronunciarse seguido a un condicional o amenaza del oponente: “por mí, como si coges dos piedras y te la machacas”, que bien pudiera tener su origen en la historia de Abdalá Al Mogaviuri, alias el Andaluz en tierras egipcias, que igual renunció al sexo y a la depravación porque después de lo de las dos piedras, otra no le quedaba.

Sabido es que la iglesia católica apostólica y romana acepta que para alcanzar la gracia de Dios no es menester ser practicante: “Facienti quod est in se, Deus non denegat gratiam”, bastará para ello tener fe en un Dios creador y remunerador para lograr la salvación, la gloria, que es la gracia suprema: “accedentem ad Deum oportet credere quia este et imquirentibus se remunerator sit”. Terminamos con esta breve reflexión por si la representación del Vaticano para Huelva y provincia, es más condescendiente con el iliplense Abdalá Al Mogaviri, reconociendo su santidad, que con el silenciado San Dúnala [x], el santo de Huelva que después de entregar toda su riqueza a los pobres y menesterosos, peregrinó a Tierra Santa, donde sufrió cárcel y martirio por no querer renunciar de su fe, entregando su alma al Altísimo, y que a pesar de todo es negado en su propia tierra por los creyentes, algo al menos curioso por no andar metiéndonos en jardines como los que el Adoquín [xi] dispuso alrededor de su palacio lindero con las cuevas y chozas del Chorrito [xii], residencia del Obispado onubense, que quien esto suscribe, conoció rodeado de miseria y pobreza. Pero en fin, hoy solo quería contarles la historia o el origen más bien, de ese dicho popular que suele pronunciarse seguido a un condicional o amenaza del oponente: “por mí, como si coges dos piedras y te la machacas”, que bien pudiera tener su origen en la historia de Abdalá Al Mogaviuri, alias el Andaluz en tierras egipcias, que igual renunció al sexo y a la depravación porque después de lo de las dos piedras, otra no le quedaba.

[i] “El Islam cristianizado. Estudio del sufismo a través de las obras de Abenarabi de Murcia”, Miguel Asín Palacios, Madrid, 1931. Hay edición facsímil de Maxtor publicada en 2018.

[ii] Hoy el lugar donde estuviera el taller tipográfico de los hermanos Sáez en Madrid es un edificio de seis plantas, entresuelo y locales comerciales en la planta baja (por cierto, hay uno enorme en alquiler)

[iii] Poeta e historiador, natural de Niebla, es profesor de Literatura en el IES Diego Rodríguez Estrada de San Juan del Puerto.

[iv] En la culta ciudad egipcia, Abdalá Al Mogaviuri era conocido como el Andalusí.

[v] Niebla, la ciudad roja, debido al color de sus murallas.

[vi] Debió ser en el verano de 1147, tras la conquista de Niebla por el señor del taifa de Mértola, Ibn Qasi, aliado por el enviado del califa almohade, y antes de la conquista almohade de Sevilla en los primeros días del año del Señor de 1148.

[vii] Junto a santo Tomás y a san Agustín, Orígenes es uno de los tres pilares de la teología cristiana. Como es sabido, el santo de Alejandría se cortó la picha en un arrebato de ascetismo juvenil.

[viii] Entiéndase que los almohades fueron radicales islamistas llegados desde su recién creado califato en el norte de África hasta la península Ibérica, donde acabaron con la libertad y la tolerancia de los taifas andalusíes de un plumazo, o por mejor decir de un sablazo o de un hachazo, pues las cabezas rodaban de lo lindo allá por donde iban.

[ix] Aunque no es menester traducción alguna porque es texto muy simple, aquí les dejo mi versión en castellano de andar por casa, o más bien in taberna: “Cogió las piedras y viendo que tenía el nabo más duro que todas las cosas, se lo machacó, gritando a continuación (como para no gritar) lo que se transcribe supra.

[x] Sobre el único santo nacido en Huelva encontrarán pocas referencias. Estuvo siempre en el lugar equivocado y no pudo elegir peor momento para ser iluminado por el Altísimo, cuando a la sazón realizaba por encargo del flamante califa Abderramán III una misión diplomática y comercial en Roma y luego en Bizancio (los dos centros económicos entonces más importantes en todo el Mediterráneo).

[xi] Cantero y Cuadrado, llamado en Huelva el Adoquín, fue obispo de esta diócesis y miembro del Consejo de Regencia, la cual llegó a asumir tras la muerte del general Franco y antes de la toma de posición del nuevo Rey. Dos días, pero fue regente. 

[xii] El que a su marcha de la capital onubense, fue nombrado arzobispo de Zaragoza, jugó un papel muy importante en la economía y la sociedad de la Huelva de los años setenta. Ayudó a levantar empresas, construyó barrios y hasta se hizo levantar un palacio –el actual- en todo lo alto del Conquero y junto a las chozas y cuevas donde malvivían un buen número de onubenses. Quien fuera ministro con Suárez y con Felipe González, Francisco Fernández Ordóñez, estuvo destinado en Huelva como fiscal en los años sesenta y en una celebrada entrevista en la revista Triunfo, no daba crédito a lo de construirse un obispo un palacio junto a una zona marginal de la ciudad.

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