LÁZARO VÍLCHES

'Pensamientos confinados' (LV): Repostería sin receta

El catorce de marzo del año dos mil veinte cayó la primera ficha. Fui yo con mi índice quien inició el movimiento. Si hay que estar encerrado por decreto sea también por volición. Desde ese día hasta ahora el dominó de la espera no ha parado de moverse: un instante empuja al siguiente y este al contiguo: un sinfín.  

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 Tic tac tic tac

A cada paso que doy cuando salgo a pasear por casa tropiezo con un montículo de incontables minutos que vinieron a dejar de ser y ahí están: cenizas de tiempo ensuciándome todos los pedacitos del ahora. 

Abro las ventanas y los barro hacia afuera, los dejo ir hasta donde me alcanza la vista, que en mi caso es el bloque de viviendas que tengo en frente. Allí los segundos rebotan desordenados y el viento me los trae de vuelta formando remolinos de aburrimiento. 

He probado a matarlo con la lectura, a matar el tiempo, pero no muere nunca; y no me quejo, lo que no soporto es que se quede conmigo  –Pepito Grillo–  para decirme que no supe vivirlo. Y ya es tarde. 

Otra vez tarde. Así todo el rato.

Todos los granos de arena de todas las playas del mundo caben en mi reloj.

Así una hora tras otra; y otra más de viajar no sé hasta cuánto de lejos mirando por el retrovisor.  

¿Cómo se las averiguaran los cartujos para tener la certeza de que todo lo imprescindible sucede de puertas adentro?

Entre tanto, sisándole minutos a la abulia, los momentos de provecho verbigracia el juego de buscar señales  –desde mi ventana– en las formas de las nubes; ahuyentar los perros ferales de la cabeza; o la repostería sin receta. Esto último con intuición y confianza. Valor y al toro. No hay necesidad de salir si la alhacena está llena de emociones aún por caducar. Las peso o mido en tazas y medias tazas; en cucharás y en cucharillas de café, según vea más conveniente.  Mezclo con ternura y precisión de buen cubero lo antiguo con lo nuevo; lo que ya me acompañaba con lo recién nacido.

Una despensa repleta de tarros de pensamientos confitados, listos para abrir y endulzar los días de la nueva normalidad, la muestra tangible del cambio que empezó el catorce de marzo del año dos mil veinte.  

Lázaro Vilches,

eremita de salón.

(Cortubí confinado en Fuengirola, Málaga)

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