SARA MATA
'Pensamientos confinados' (LIII): Marca España
Durante la Segunda Guerra Mundial los ingleses presionaban a Churchill para que retirara los fondos destinados a la Cultura y los invirtiera en la guerra, ya que peligraba su victoria, a lo que Churchill reaccionó planteando la siguiente pregunta: ¿para qué estamos guerra si no es para defender nuestra cultura?
Pertenezco, precisamente, a ese sector, uno de los más castigados por esta pandemia. En no pocas ocasiones me he visto convenciendo a mis amigos y conocidos de que nuestro trabajo es imprescindible (ni más ni menos que cualquier otro) para nuestro país. El argumento más extendido es el de nuestro ministro -¡claro!-: primero la vida y luego el cine. Claro que hay que tener el estómago caliente para divagar sobre estas cuestiones pero yo me pregunto: ¿Para qué queremos el poder que da el dinero si no es para consolidar una identidad como país?¿Para qué queremos crecer económicamente si no es para que en nuestro aceite de oliva ponga “España”?¿Para qué, si no es para defender nuestro patrimonio?
Amigos, si nada lo remedia, el tejido cultural que hemos ido creando con un esfuerzo sobrehumano en la última década desaparecerá de un plumazo. El teatro, ese enfermo terminal que nunca muere, ahora necesita una bombona de oxígeno, válgame la desafortunada comparativa. Y os cuento por qué. Después de la crisis de 2008, muchos compañeros valientes invirtieron todo lo que tenían en salas de teatro off (teatros financiados generalmente de manera privada con 100 butacas o menos).
Pongamos como ejemplo una sala de teatro con 90 butacas. Imaginemos que el precio de cada entrada es de 12€. Bien, en el mejor de los casos -nada habitual-, que la sala esté llena, se habrán vendido unas 50 entradas a través de Atrápalo, TicketMaster o cualquiera de las plataformas digitales que ofrecen suculentos descuentos a costa de las compañías y salas de teatro. Imaginemos que esas 50 entradas se han vendido a 10€ (500€ brutos) mientras que la gente que compra sus entradas en taquilla paga el precio real de la entrada, es decir; 40 entradas a 12€, lo que suman 480€ brutos.
La recaudación -en el mejor de los casos, insisto- sería de 980€ por una función. Ahora vamos a restarle el 21% de IVA: 205,80€. Y también el 10% de derechos de autor: 98€. Bien. Nos quedan 676,20€ para repartir entre la compañía y la sala a partes iguales. 338,10€ para cada parte.
Vamos a suponer que la compañía está compuesta por cuatro actrices, una directora, un escenógrafo, un productor y un técnico (ni siquiera menciono a vestuaristas, iluminadores, maquilladores y un larguísimo etcétera de profesionales que no se contratan porque NO HAY DINERO). Cada alta en la seguridad social en Régimen de Artistas cuesta 35,26€, lo que hace un total de 282,08€ en seguros sociales. Esto se va poniendo cada vez más negro. Nos quedan 55,30€ para pagar ocho nóminas. Es decir, 6,91€ por una jornada de trabajo a la que hay que aplicar la retención correspondiente. Y ni siquiera estoy teniendo en cuenta los meses que invertimos en investigación y ensayos -eso ya lo paga la vocación- ni el dinero invertido en escenografía, distribución y vestuario. ¿Cómo es posible esto? Realizando trabajos eventuales, generalmente precarios, para llegar a fin de mes y con un poco de suerte invertir lo que nos queda en más proyectos culturales, porque a pesar de las dificultades nuestro gremio está formado por soñadores inagotables.
En el caso de las salas de teatro, la tragedia no es menor, pero ya podéis haceros una idea de los números.
Y os preguntaréis, ¿y eso es sostenible? No, claro que no. ¿Qué alternativa hay? Trabajar el triple. Las salas tienden cada vez más a un modelo multiprogramación, algo así como el McDonald del teatro: por la mañana, espectáculos infantiles; a las 19.00, un espectáculo y a las 22.00, otro. Y en el hueco de 14.00 a 17.00; alquiler de la sala para cursos, talleres y seminarios que impartimos y recibimos los propios trabajadores del sector cultural. Pero ¡claro!, el público es el mismo, conque nos pasamos la ley de la oferta y la demanda por el mismísimo arco del amor al arte.
Así que, ya os podréis imaginar cómo serán las cuentas cuando los teatros abran al 30% o al 50% del aforo y las defensas que tienen estas Pymes después de diez años luchando por no tener pérdidas. Ojo, es lo que hay que hacer y lo haremos, no es culpa de ningún partido, es la única alternativa ahora mismo para proteger la salud de todos. Este modelo de negocio no era sostenible antes, no es culpa del coronavirus, estaba abocado a desaparecer antes o después. Pero a la gente que ha construido esta red empresarial hay que rescatarla; por humanidad y porque también será la gente que se siente a comer en nuestros restaurantes, comprarán en nuestros pequeños comercios y gastarán su dinero -si lo tienen- en nuestras playas.
Los trabajadores de la cultura dedicamos nuestra vida a la búsqueda de esa identidad. Sí, dedicamos nuestra vida, no cuarenta horas semanales. Ninguna persona en su sano juicio dedicaría sus esfuerzos a sobrevivir es un mundo tan hostil como el de la cultura en España si no es por la vocación inquebrantable de concienciarse (y por ende concienciar) de quiénes somos como sociedad. Si algún día llegamos a poner a la cultura en el sitio que merece, no habrá espejismos ni charlatanes que nos distraigan de nuestro objetivo en cada crisis: vivir dignamente.
Sin duda esta catástrofe nos está obligando a replantearnos la dirección de nuestros esfuerzos. Ojalá lleguemos a tiempo de valorar la importancia de defender nuestra cultura como si fuera la última trinchera. Entonces no tendrán cabida insensatos y energúmenos con banderas de todos los colores que vengan a apropiarse de conceptos como Patria, Nación o Tradición; conceptos con los que construimos nuestra identidad, esa de la que queremos presumir fuera de nuestra querida España.
Sara Mata,
actriz onubense
(Confinada en Madrid)