ANTONIO DE PADUA DÍAZ

'Pensamientos confinados' (LII): Al descubierto

Cuando a eso de las ocho de la tarde llamaron a la puerta de mi habitación y dijo una señora que venía a hacerme la ‘descubierta’ lo primero que pensé fue que quería lío, lo cual no era plan; primero porque estaba de luna de miel, segundo porque la interfecta tenía ya una edad, y tercero porque aunque  mi mujer estaba en el spa no era plan de comenzar la nueva vida marital ya con cornamentas. 

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Y eso que la individua vestía uniforme de doméstica, cofia incluida, que a la peña masculina le pone mucho dicho ‘look’ de sirvienta para todo, aunque no es mi caso; a mí me va más el de enfermera, inyectables y supositorios incluidos, aunque no para mí, que yo ni sé cómo tengo la próstata por no pasar semejante trago. 

'Pensamientos confinados' (LII): Al descubierto

Bien, pues parece ser que eso se acabó por culpa del puto virus chino del que me importa un pimiento si lo fabricaron algunos cabrones amarillos, lo inoculó un murciélago a un pangolín (pobre animal, menudo sambenito le ha caído) o si la naturaleza ha dicho basta y hasta aquí, ahora os vais a enterar humanos egoístas.  

Ya no llegará a tu habitación una señora a descubrirte la ropa de la cama y acomodarte almohadas y cojines (la ‘descubierta’ era eso, sí, decepcionante), ni te podrás poner hasta el culo en el bufé libre del hotel, ni podrás estrechar la mano del eficaz señor de la recepción, ni percibir desde los dos metros de puñetera distancia social si la rubia nórdica que se aloja enfrente huele a ‘Opium’ o ni siquiera se afeita su vikingo sobaco. 

Tampoco será posible escuchar al pianista interpretar con más o menos acierto ‘As time goes by’ de la mítica ‘Casablanca’ mientras acaricias con una mano a la mujer en ese momento de tu vida y en la otra sostienes el martini. 

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A tomar por culo todo eso. ¿Y por qué? Por un virus diminuto, invisible a nuestros pobres ojillos, que ha dejado al ser humano al descubierto, totalmente en pelotas: lo ha colocado delante de su nimiedad como especie inteligente y supuestamente superior que pensaba que todo lo sabía, podía y dominaba a su antojo y libre parecer. Ahora, expuestos al contagio, la enfermedad y hasta la muerte, acojonados ante el panorama de mierda laboral, económico y social, no nos queda más remedio que pasar por las horcas caudinas del bichito, obligados a aceptar, al menos durante un tiempo que temo se prolongará bastante, la pérdida de libertad para amarnos sin conciencia, sin miedo a un cuerpo extraño deseable que te ponga y unos labios que sin hablar te llamen. 

¿Y sabes que será lo peor de todo cuando se logre la deseada vacuna? Que la inmensa mayoría no habrá aprendido nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual que decían los  ‘Marte y Trece’. O si lo aprendió lo olvidará con rapidez. Volveremos a creernos los reyes del planeta, los soberanos de la Tierra (de hecho ya hay bastantes mamarrachos que así se ven saltándose todas las normas del confinamiento), manipulando, contaminando, alterando y destruyendo la naturaleza a conveniencia y antojo de espurios intereses. Hasta que un día el pangolín se convierta en dinosaurio…

Antonio de Padua Díaz, 

periodista

(Confinado en Punta Umbría, Huelva)

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