ISIDRO MARÍN
'Pensamientos confinados' (XL): A 9.000 kilómetros de Huelva
Mi confinamiento es en la ciudad serrana de Loja (Ecuador). Llegué aquí en el 2013, hace ya siete años y he vivido aquí buenos y malo momentos. El mejor fue el día de la patrona de Huelva, la Virgen de la Cinta (y el día de la patrona de Loja, la Virgen del Cisne), el 8 de septiembre de 2016, cuando nació mi hijo Isidro en el Hospital UTPL en frente del recinto ferial en mitad de un concierto.
Pero también momentos muy duros como el terremoto del 2016 en la costa ecuatoriana que dejó 700 fallecidos y miles de heridos. O los sucesos de la huelga de octubre de 2019 por la subida del precio de los combustibles en donde nos quedamos incomunicados y desabastecidos. No son buenos tiempos para este país pequeño pero tan bello con selvas amazónicas, sierras nevadas, volcanes, la monumental Quito, costas de arena y las exuberantes islas Galápagos.
En estos momentos llevamos 34 días encerrados desde que el gobierno ecuatoriano decretó el estado de confinamiento de la mayoría de sus ciudadanos. Solo salgo una vez a la semana para comprar en un supermercado con estrictas normas de seguridad. Yo y mi mujer por suerte trabajamos en el sector académico. Yo trabajo en la Universidad Técnica Particular de Loja y desde su fundación, en 1971, tuvo muy claro su labor de educación a distancia. Esta universidad on line no ha parado ofreciendo a sus estudiantes formación de calidad. Desde que llegué he trabajado siendo docente a distancia. Un trabajo que ya venía realizando en la Universidad de Huelva desde que se implantó experiencias piloto con su Vicerrector de Tecnologías y Calidad Ignacio Aguaded. Así que todos los días hay que dar video clases con la herramienta ZOOM, tengo que preparar las siguientes clases, escribir artículos académicos o preparar comunicaciones para congresos… esta vez on-line.
No tengo tiempo para reflexiones pausadas. A parte del trabajo hay que limpiar, fregar, hacer la comida y todo ello constantemente observado por la mirada de un niño de tres años que lo único que quiere es jugar al pilla-pilla. De vez en cuando te llama algún medio de comunicación para que comentes sobre la pandemia, si hubo otras anteriores o cómo saldremos de esta.
Mis sensaciones no es la de aislamiento ya que a diario estoy en contacto con mis estudiantes de Loja, de Ecuador y mis estudiantes de doctorado de Chile o España. También a diario me comunico con mis compañeros de la Universidad, con mi familia y antiguas amistades de Huelva que hacía años no sabía de ellos. Por el día de mi cumpleaños que fue el 30 de marzo recibí más felicitaciones que nunca (desde WhatsApp, Skype, el correo electrónico, Facebook, Twitter o incluso LinkedIn).
Curiosamente me había rehusado a tener Internet en casa ya que al igual que mi padre no quería tener teléfono en el piso donde vivíamos en la plaza Huerto Paco, encima del bar Madrid. Mi padre no quería que le estuvieran llamando constantemente a casa por temas de trabajo. Yo tampoco quería Internet para no trabajar en casa. No hay un solo lugar en mi casa donde trabajar. Solo tenemos una mesa en la cocina y realizo mis videoconferencias desde una mesa de planchar en la terraza. Mi casa está adaptada para divertirse y no para trabajar. El salón parece más un parque de juegos, con resbaladera incluida y piscina de bolas que un salón normal con sofás. Pero en enero de este año dejamos la compañía de televisión por cable y contratamos Internet y Netflix.
Estábamos ya hartos de las mentiras de las cadenas televisivas con respecto a la huelga de 2019 en donde en vez de informar ponía la serie de Bob Esponja. Ese es el rigor informativo en este país.
Cuando me preguntan sobre el COVID-19 siempre respondo que no soy virólogo. Parece que nadie lo vio venir cuando en China estaban construyendo hospitales y escuchábamos los miles de muertos e infectados. Luego pasó a Europa, concretamente a Italia, y ninguna autoridad política prohibió manifestaciones, conciertos, partidos de futbol, etc… De España llegaron familias enteras de ecuatorianos a pasar las vacaciones en Guayaquil infectados. A pesar de ser diagnosticados se les hicieron fiestas de bienvenida pensando era un resfriado más. Muchos medios de comunicación indicaron que era como una gripe, que se pasaba con paracetamol y nada más. Aquí, desde donde escribo, hay miles de muertos que jamás aparecerán contabilizados en ninguna parte. Hasta el mismo presidente de Ecuador, Lenín Moreno, aceptó que los fallecidos “se quedan cortos” y que habría muchos más fallecidos de los que se registran.
Hemos tenido que salir en todos los telediarios y programas del mundo con personas colapsando en interminables colas, individuos en las puertas de los hospitales sin poder respirar, fallecidos colocados en las calles durante días porque las funerarias, policías o militares no se dignaban a retirar los cadáveres. Médicos ecuatorianos sin material para atender con seguridad a pacientes con COVID-19 trabajando con bolsas de plástico y botellas del mismo material para cubrir sus ojos. Yo cuando estuve en el desastre del Prestige en Galicia en enero del 2003 iba más preparado y con mejores medidas de seguridad que los médicos actuales.
Cuando vivimos en un mundo de información y de cultura me deja sorprendido la cantidad de bulos, falsedades y fake news circulando por nuestras redes sociales. Uno ya se cansa de desmentir y lo único que puedo hacer es no mirarlos y bloquear al que te lo ha enviado. Muchas personas afirman que habrá cambios sociales, políticos y económicos. Yo pienso que depende de qué cosa. Después de la Peste Negra que asoló Europa en el siglo XIV se llegó al Renacimiento pero a la vez se mantuvo el feudalismo y las monarquías. Los españoles no hubiéramos conquistado casi la totalidad de América sin la ayuda, sin conocerla, de la viruela. Esta enfermedad llegaba antes que los mismos castellanos e hicieron caer dos grandes imperios como el azteca y el inca provocando la muerte de casi el 80% de la población. Eso sí que fue un Apocalipsis.
También recuerdo cuando hablo en los medios de comunicación ecuatorianos que la Gripe Española se llevó a 50 millones de personas en todo el mundo. Y que no era española pero que se le atribuyó a España ya que era un país neutral en la Primera Guerra Mundial y sus medios de comunicación no estaban censurados. Esta gripe ayudó a terminar la guerra por falta de soldados. En agosto de 1918 llegó la gripe española a Huelva y se hizo más bien poco para contrarrestarla. Llegó a través de jornaleros onubenses que volvieron de la vendimia francesa y también por el puerto de la ciudad. Las cifras superaron los 20 fallecidos por día. Lo curioso es que en el pueblo de mis padres y abuelos, Santa Bárbara de Casa, no hubo ningún fallecido. O eso cuenta mi padre. Esta vez sí, el COVID-19 ha llegado al pueblo de mis ancestros y se ha llevado una vida en el momento que escribo este artículo.
Vivimos en sociedades de riesgo como diría el profesor alemán de sociología Ulrich Beck. Él pensaba más en riesgos medioambientales (lluvia ácida, polución, efecto invernadero, contaminación radioactiva, etc…) incluso hasta yo habría creído más factible que un desastre petroquímico o un maremoto se hubiera tragado mi ciudad antes de que llegara una pandemia mundial surgida en China.
Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825) preconizaba que el progreso se encontraba en la industria, la igualdad de la humanidad y la meritocracia. Para salir de esta situación con más de 20.000 muertos necesitamos lo mismo: apoyar a los comercios e industrias locales porque el desastre económico va a ser aún mayor. Me gustaría pertenecer a una nueva sociedad en donde los mejores y más preparados estén en puestos de responsabilidad y no los mediocres; en donde cada uno pueda pensar de formas diferentes pero cuando existan momentos de alarma y de urgencia actuemos al unísono… Me gustaría pertenecer a la Estirpe de los Libres como diría Félix Rodríguez de la Fuente.
Isidro Marín Gutiérrez,
Profesor onubense de la Universidad Técnica Particular de Loja
(Confinado en Loja, Ecuador)