PACO ORTIZ
'Pensamientos confinados' (XXXVIII): No tengo balcón
Todos estamos encerrados en casa, confinados. Pero no todos vivimos la experiencia de igual manera. Hay personas que están solas, en pareja, con o sin niños, recién nacidos, adolescentes, personas enfermas o con trastornos de la conducta… en resumen, un universo de circunstancias que convierten este periodo en algo único para cada uno. Este es el mío.
Voy a empezar por lo peor: no tengo balcón. Ni patio, ni azotea, ni zonas comunes ni siquiera un cuarto de juegos. Añádele niños de 6 y 2 años, con todas sus diferencias y todas sus necesidades. Para que os hagáis una idea, hace cinco minutos la hermana mayor me ha pedido su guitarra, que no ha tocado casi nunca, pero la quiere ahora. En estas, el pequeño de la casa, que aún vive en una fase de pleno egoísmo, tiene el antojo de usurpar el instrumento musical hasta hoy defenestrado. Resultado: guerra fraternal, choque de intereses, primeros tira y afloja, escalada en la tensión que acaban en niña alterada, niño llorando, gritos, enfado, etc. Este suceso se reproduce unas 30 veces al día, en algunas ocasiones con resultados que logran emocionarte, pero la mayoría termina en conflicto, y eso que mis niños son de los “buenos”.
En apenas 90 metros cuadrados respiramos, trabajamos, sentimos, jugamos y nos enfadamos cuatro personas, ya que mi mujer y yo estamos confinados, ella profesora, yo realizador de cine y tv, o como viene a llamarse ahora, titiritero. Y quizás sea esa la profesión que más practico en estos días, como millones de españoles que tienen hijos pequeños a los que hay que entretener, educar y hacer que en sus vidas no sientan un castigo inmerecido en un periodo tan oscuro como el actual. Se podría decir que nuestra profesión y la de millones de españoles a día de hoy es principalmente ser padres.
Tras una primera fase de limpieza sin precedentes, de ordenar armarios y reestructurar espacios de la casa pasó el primer fin de semana del confinamiento, casi como un domingo apático, de esos en los que no te quitas el pijama ni a tiros. La confusión reinante de los primeros días dio paso a un desarrollo de manualidades y actividades sin parangón en la historia, por supuesto todo dirigido a los reyes de la casa, dejando de lado cualquier resquicio para las conversaciones entre adultos durante el bombardeo de información de estos días. Para colmo mis hijos duermen poco, poquísimo más bien, así que desde las 8 estamos en planta intentando llevar a cabo una rutina en tiempos de pijama. Y así, convertimos la casa en una gigantesca gymkana que recorrer en patinete, saltando o a gatas, aprendemos a fabricar aviones de papel con mensajes que luego vuelan por la ventana, construimos algún que otro “efecto dominó” con coches, pelotas y todo lo que cae en nuestras manos, elaboramos imanes con arcilla y que ahora adornan nuestro frigorífico, cocinamos pizza o bizcochos, redescubrimos viejos juguetes, hemos ido al cine y a un restaurante italiano, nos disfrazamos, nos pintamos las caras, cantamos en el karaoke y seguimos inventando cosas. Para más señas, este fin de semana pasado hemos estado de acampada en el salón.
La semana se organiza con el trabajo asignado por ese otro gremio que cuando todo pase reconoceremos un poco más y que es el de los maestros. Clases virtuales, mensajes de audio y conexiones grupales donde los niños pueden ver a sus compañeros en la distancia, todo muy raro, pero a la vez un tiempo único que debemos saber sobrellevar y superar dando lo mejor de cada uno. Un poquito de deporte en familia (quién lo iba a decir hace unas semanas) convierte el salón en un improvisado gimnasio donde quemamos energía y reímos un rato. Luego llegan los pertinentes baños, algo más extensos de lo habitual, pero una buena forma de relajarse y cambiar de tercio tras un largo día entre habitaciones. La otra rutina diaria llega a las 20:00. No es solo el aplauso merecido a todos nuestros sanitarios y el resto de profesionales que trabajan estos días, sino ese pequeño instante de confraternización, esa comunión con tu barrio y que algún vecino ameniza con música infantil, popular o bien tocando algún instrumento. Aprovechamos ese ratito para que puedan intercambiar algunas palabras con el niño de enfrente, que tiene 4 años y con él que nunca habíamos coincidido en la calle.
También llamamos a nuestra octogenaria vecina del rellano para ver si necesita algo de vez en cuando, o simplemente para saber cómo está. Para finalizar el día llegan las videollamadas en grupo, esa función que sabíamos que existía en nuestros móviles pero que nunca habíamos usado y se ha convertido en uno de nuestros mejores aliados para combatir el aislamiento o compartir unos minutos con nuestros seres queridos. También la tecnología ha sido conductora no sólo de información y foro de opinión grupal, sino vehículo de algo tan español como reírse de la desgracia. Un amigo mío dice que “el humor nos hace invencibles” y es que en este país, cualquier pretexto es bueno para hacer humor, y eso tiene un efecto catártico en nuestro estado de ánimo, saber sonreír en estos momentos me parece primordial.
Y si digo que todos, pero especialmente los que tenemos pequeños en casa debemos mantener la alegría, la esperanza y el buen ánimo, sobre todo, básicamente porque no podemos permitirnos el lujo de llorar, tener mala cara delante de ellos, es porque me entristece profundamente ver el uso que mucha gente está haciendo de las redes sociales, quizá a día de hoy en único contacto que tenemos los adultos con el exterior, con el resto de la sociedad, en un momento en el que se acumula una altísima tensión emocional, cuando algunos están sacando a pasear ideologías políticas, su odio al vecino, a ese mismo con el que hablamos por la ventana, a esos amigos con los que cuando pase todo esto tendremos que saludar, a esos compañeros que por una u otra razón no paran de quejarse.
Y es que o mucho me equivoco o creando más polémica, más discusión, más confrontación y más rencor al que piensa de otra manera o votó al otro partido no vamos a salir antes ni mejor de esta crisis. Ya bastante uno tiene con todo lo que significa el confinamiento, con sufrir porque mis hijos no pueden pisar la calle o el tiempo de trabajo que estamos perdiendo para que en un rato de desconexión que tenemos, soportar bulos, comentarios políticos y propuestas ridículas que solo consiguen enfurecernos y llenarnos de odio entre conciudadanos. Por favor, seamos sensatos y rememos en un solo sentido aunque sea por una vez, cuando todo pase podremos pedir cuentas y volver a odiar con todas nuestras fuerzas al rival político de turno, que parece que es lo que nos mola, pero ahora no es momento de eso, no aporta nada, no es constructivo ni sano, ni mejora tu día ni arregla nada. Antes de poner un mensaje lleno de ira sobre lo que dona uno y no otro, o lo que deberíamos hacer con la monarquía, los que recortaron en sanidad o los que han reaccionado tarde ante esta crisis mundial, piensa en qué efecto vas a conseguir con eso, y si lo que de verdad te apetece en estos momentos es meter más cizaña, enfadar a otros o generar controversia, que desde luego es justo lo que nos faltaba. Si tus ansias de que los del otro bando sientan algo de arrepentimiento están por encima de querer el bien general, si tu necesidad de insultar o fastidiar a otros es lo que te pide el cuerpo, enhorabuena, vas por el buen camino, tanta paz lleves como descanso dejas.
Solo por último me gustaría hacer una pequeña reclamación personal. Si, yo también soy un titiritero. Me dedico al mundo del arte, del cine, de la música, del espectáculo. He realizado horas y horas de televisión pública, autonómica y nacional. También he dirigido documentales que ahora se pueden disfrutar en abierto porque así nos ha parecido ante esta situación. Por ello no veo la necesidad de comparar si los agricultores y ganaderos son más necesarios que nosotros o si deberían donar dinero los actores más famosos. A eso me refiero con crear división, a separar, a enfrentar. Por supuesto que los agricultores son imprescindibles, y las fuerzas de seguridad, y las cajeras y encargados de limpieza y desinfección, los transportistas, los maestros, los técnicos de internet, los periodistas y así un largo etcétera, pero créanme que sin las películas, las series, los dibujos que devoran sus pequeños o la música y los conciertos que inundan la red a diario, la vida en confinamiento sería un poco más dura, más difícil y triste.
Quedan días duros por delante, momentos de agotamiento, ansiedad, tristeza… tengamos niños en casa o no, una parcela descomunal o un pequeño piso, estemos solos o acompañados, debemos intentar ser felices y hacer felices a los demás. Es muy fácil, con pequeños gestos y detalles, con generosidad, sin egoísmo ni odios, tranquilos que ya cruzaremos otros puentes cuando lleguemos, por ahora estaría bien que remáramos en la misma dirección, si os parece bien, claro.
Paco Ortiz,
Realizador onubense de Cine y TV
(Confinado en Sevilla)