TERESA SUÁREZ
'Pensamientos confinados' (XXXIII): Detrás de cada una, detrás de cada uno… su casa
Al inicio de la cuarentena recibía mil enlaces diarios sobre películas, videos educativos, libros digitales y tutoriales sobre casi todo. También comencé a recibir multitud de invitaciones para compartir escenario virtual y poder recitar, debatir o reflexionar en voz alta sobre esta situación. Todo lo agradecí y guardé para más adelante.
A mí me habían dicho que me quedara en casa y yo, que soy tan disciplinada, ni siquiera me había atrevido a entrar. Y tenía que hacerlo. Y además tenía que permanecer el suficiente tiempo en ella como para ubicarme en medio de este caos.
Así he vivido el inicio de esta nueva era: abrumada por tener que entrar en casa, a sabiendas que esta vez no habría asilo fuera que me salvara. Porque una vez en casa las fachadas ya no son necesarias y nos tenemos, tan sólo, a nosotras mismas, a nosotros mismos. Tesoros y miserias que ordenar. Casi nada. Una salvajada, justo lo que no me apetecía. Así que ha sido todo un momento de catarsis, de rendirme cuentas, llorar lo de antes, lo de ahora y el miedo al después, a ver si así lo exilio.
Momento para enfrentarme a lestrigones y cíclopes, para recalificar recuerdos, reconstruir una terraza, buscarme en los álbumes viejos (¡tan joven!), ampliar por tres veces las dedicatorias de mi próximo libro y saber a quiénes, de verdad, echo de menos.
Entrar en casa. Nos hacía falta. Nos hará falta. Haber entrado en casa para ubicarse serenamente en el presente es sin duda una apuesta de futuro -más incierto, ahora, si cabe- . Y lo más cuerdo que he sabido hacer.
Después me he recompuesto, no creáis. Ni que decir tiene que todas las colaboraciones virtuales, horas de gym casero, películas, series y videos se quedaron en pause. Los libros no.
Nos ha tocado vivir un momento difícil del que no sabemos aún las consecuencias, posiblemente una crisis en todos los ámbitos que modificará nuestra vida más allá de lo que sabemos medir. Por eso, ser conscientes en medio de esta insinuación constante porque aprovechemos el confinamiento, es lo más transgresor que podemos hacer: mirarnos en el espejo, encontrarnos en soledad con nosotros mismos…para reinventar nuevas salidas.
Y digerir dentro lo que llega de fuera. Hay días que me gustaría no conocer a tanta gente… Me llegan noticias duras de amistades contagiados, familias completas que no pueden acompañar en el último adiós a sus seres queridos, profesionales que trabajan sin ninguna protección, muchos también contagiados, sus familias expuestas. Duele. Y otros días ya no es que conozcas a mucha gente, ya es que le ha tocado a uno de tus mejores amigos. Duele más. Y me pregunto si no es mejor hacerse a la idea de que más tarde o más temprano nos tocará también a nosotros, que si las únicas salidas son inmunizarse o la vacuna y ésta aún tarda pues que posiblemente nos contagiemos, siempre no vamos a vivir en una burbuja. No lo sé, escribo sin propiedad ninguna al respecto y así quiero que se lea, tan sólo mi libertad de pensamiento.
Todos tenemos una historia detrás, llevamos nuestra casa como un caracol, que no vemos ni habitamos. Y esta situación del Covid-19 nos sitúa en nuevos escenarios, nos impone nuevas reglas y rutinas que no nos deja más remedio que establecer nuevos códigos de conducta. ¡Hemos cambiado tantos hábitos de golpe! Pero aún no hemos adquirido otros, los necesarios para cuando nos pase por encima o para habitar el mundo después de esta revolución. Pienso que serán necesarios en todos los planos: físico, espiritual, emocional, material… este tiempo es todo un desafío que necesita mente y corazón sincronizados. [Ad astra per aspera].
En cierto modo me recuerda a la cuarentena tras dar a luz, ese período de adaptación y preparación para una nueva vida. Un punto de partida, ahí estamos. Y eso siempre será esperanzador. Y sí, acabará. Y será en pretérito perfecto, pero si lo hacemos bien puede que nos llevemos un aprendizaje hasta el fin de nuestro tiempo. Quizás. Así le sucedió a Carl G. Jung y lo plasmó en El Libro Rojo: “Aquel año me privaron de la primavera y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente, me había llevado la primavera dentro, y nadie nunca más podrá quitármela”.
Quiero pensar que este aislamiento dará a luz una nueva versión mejorada del ser humano, que la ternura y el amor son capaces de formatearnos y que las libertades a las que vamos a renunciar dejarán espacio a la única libertad que necesitamos, que siempre estuvo ahí y nunca nos atrevimos a conquistarla. Entrar en nuestra luminosa casa, para echar a volar.
Confinada y confiada en todo ello recuerdo como un regalo el maravilloso poema de David Whyte, que lo disfrutéis. Salud.
“Esta es la luminosa casa en la que vivo,
aquí es donde invito a venir a mis amigos,
aquí es donde quiero amar todas las cosas
que tanto tiempo me ha costado
aprender a amar.
No hay casa
como la casa que llevo dentro.”
Teresa Suárez,
Escritora, gestora cultural y profesora
(Confinada en Huelva)