TAMARA GÓMEZ
'Pensamientos confinados' (XXXI): Qué irónica la vida
Hace unos días me despertaba con el video de un médico que lloraba por no poder abrazar a su hijo pequeño cuando entraba en casa. Aquella imagen me encogió el corazón. Y me pregunté en cuántos hogares se estará viviendo la misma escena cada día. El distanciamiento se ha convertido ahora en la mayor demostración de amor. Qué irónica la vida, ¿no?.
Recuerdo mis últimos días antes del confinamiento, en Tarifa, paseando por sus playas y respirando carnaval por sus calles. Y de repente, todo cambia. La vida te mete una bofetada y te levantas cada mañana desayunando noticias sobre cientos de personas que se están muriendo solas. Sin despedidas, sin un último beso, sin un último abrazo. ¿Puede existir un final más terrible?
La vida nos pone a prueba. Ahora pienso en esos días en los que busqué una excusa para no quedar con alguien. En todos los planes pospuestos pensando que más adelante los haré. En las veces que no escribí o no llamé diciéndome que ya mañana si eso. Ese es el problema. Dar por hecho que habrá un mañana, una próxima vez, otro momento. Y no, a veces la vida no brinda más oportunidad. Piénsalo, ahora que tienes tiempo.
En mis días de encierro, y aunque sé lo que es pasar muchos días sin salir de casa, los opositores que lean estas líneas me entenderán, no hay nada más apetecible que lo prohibido. A mí el confinamiento me ha servido para darme cuenta de que tengo una azotea con unas vistas increíbles y allí subo cada tarde a las 8 para aplaudir a nuestros héroes, me ha servido para hacer el ejercicio que antes por pereza no hacía, para hablar con gente con la que hacía meses o años que no hablaba y recordar viejos tiempos, para escribir, para leer, para ver series, para hacer todo lo que normalmente no suelo hacer.
Pienso en la inquietante situación que atraviesan millones de personas en estos momentos. En los que han perdido sus trabajos, en los que no saben si podrán seguir adelante con los suyos, en los que acuden día a día a trabajar sabiendo lo que se juegan, en los opositores y nuestro eterno camino repleto de incertidumbre, en las personas mayores que están solas, y en los que no son tan mayores pero también les acompaña la soledad, en los que están sufriendo la pérdida de gente querida, en los niños y su inocencia ante tanto dolor, en las mujeres maltratadas conviviendo con sus monstruos, en los enfermos de gravedad que este maldito virus les aterra aún más. Hay tantos problemas sin solución a nuestro alrededor.
También pienso mucho en lo que haré cuando seamos libres. Quiero ir a ver a mi abuela y abrazarla bien fuerte, quiero reunirme con mi familia y que comamos, bebamos y nos riamos mucho, quiero muchos paseos por la playa, quiero muchas copas de vino con amigos, quiero más cara a cara y menos pantallas. Quiero lo que todos queremos, estar con nuestra gente y disfrutar de nuestros momentos. ¿Acaso la vida no va de eso?
No sé cuánto tiempo más tendremos que permanecer en nuestras casas, pero mientras el estado de alarma dure yo seguiré reflexionando sobre la vida que quiero vivir cuando volvamos a la normalidad. Ojalá esta situación nos sirva para cambiar algo. Hoy es el covid-19, mañana puede ser cualquier otra cosa. Y me puede tocar a mí, y te puede tocar a ti. Tenemos que aprender la lección. Nos lo debemos. Se lo debemos a los nuestros.
Tamara Gómez,
periodista
(Confinada en Huelva)