LORENA MARTÍN

'Pensamientos Confinados' (XXX): “Mamá, puedes llorar…”

Dejo las persianas abiertas hasta agotar el tiempo de ese instante. No importa cuántos segundos han pasado; ahora cada minuto transcurre más despacio. Cuando no hay murmullos ni distracciones; cuando las luces se atenúan y queda el único cobijo que te brinda el abrigo de tu propia compañía.

'Pensamientos Confinados' (XXX): “Mamá, puedes llorar…”

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Mantengo las persianas abiertas para no dejar de advertir los verdes, granates y ocres de los árboles que, libres aunque arraigados en su mismo lugar, me devuelven muchas veces a la vida, a la creencia de que esa vida se abre paso y permanece.

Quiero seguir conectada a ellos. Cerrar la ventana me aísla y me ubica en un lugar que me resisto a ocupar. Es esa soledad, que te atenaza y te libera a partes iguales. Es mi forma de continuar vinculada con pequeñas piezas del mundo que no me pertenecen pero que siento como propias, ahora más que nunca.

Cuando cesan los horarios, la ocupación, la vorágine de débitos no solicitados e imperativos asumidos como propios, llega el momento de mirar de frente a la realidad, de conversar con tus pensamientos y, sola, ordenar todas las emociones que durante el día te roban el aliento. La luz es pálida, los árboles -ornamentados de primavera- me acompañan. Es ese momento necesario que te infunde un inevitable desasosiego porque tendrás que preguntarles a tus miedos qué quieren de ti; porque dejas de formar parte de una conciencia colectiva para ser consciente de la tuya propia. Y eso supone detener ese mundo, que se muestra incesante en su ritmo del día a día, para poner el tuyo en orden.

Necesitamos abandonar por unos instantes esa imposición de seguir adelante, sea como fuere. Me sentía narcotizada, anestesiada, maniatada para no mostrar flaquezas. Me sentía en la obligación de ser fuerte, porque ser fuerte era mi única opción. No me detenía, huía de las sombras por temor a quedar prendida en las ciénagas; digería información intentando que la distancia enfriara la sensación de asfixia que me producía escribir sobre todo esto. He tenido que escuchar gritos ahogados, llamadas de auxilio, desesperación en forma de lágrimas para, entre fuertes sacudidas, trazar algunos titulares con manos temblorosas. Tenía que darles voz. Aguantaba porque yo me necesitaba en pie; porque me necesitaban en pie. 

'Pensamientos Confinados' (XXX): “Mamá, puedes llorar…”

No quieres pensar; pides que no cese el ruido para evitar sentir más fuerte que nunca los latidos de tu propio corazón. Escuchas el silencio con nitidez. Miras más allá de los árboles y piensas que todo lo que parece tan lejano puedes llegar a palparlo casi sin moverte.

Me negué ese espacio preciso, íntimo, que todos necesitamos. Ese tiempo que nos debemos dedicar a nosotros mismos para escucharnos, respondernos, para recordar nuestra valentía, relegada en esos momentos presa del dolor. Y es que el miedo a sufrir es peor que el propio sufrimiento.

Te duele el mundo. Duelen las manos que yacen sin sostén; duelen las vidas que se apagan sin la calidez de lo conocido. Rasga las entrañas esa sensación de estar encerrando la dignidad humana en tubos de ensayo. Duele pensar en esas personas que acompañé años atrás cuando pedían ayuda y ahora se la brindan a los demás, llamados a una guerra a la que acuden sin escudos. Duelen las familias rotas en la distancia. Te ahogas al pensar en el miedo y la desolación, en la crudeza de momentos e imágenes que creíamos extraídas de la peor de nuestras pesadillas, silenciadas en la oficialidad. 

Mientras, en tu pequeño mundo todo intenta reubicarse, recolocando las partes sin saber cómo. Sientes que no llegas; porque es imposible sanar todas las heridas que van abriéndose. Te sientes culpable. Tienes el tiempo en tus manos, pero parece que te pertenece menos que nunca.

Endulzas el momento con sonrisas. Haces eternos los pequeños abrazos. Pero llegas al límite casi sin darte cuenta y te desplomas. Los niños no tienen miedo en estos momentos, pero sí saben reconocerlo cuando tú lo tienes. Te paralizas e intentas controlar la respiración. Entonces, algo te sacude:

“Mamá, puedes llorar… no pasa nada. Así sacas lo malo y te sientes mejor”.

Una mano se apoya en tu brazo y reproduciendo lo que tantas veces le has dicho, ese pequeño ha descubierto que era eso precisamente lo que yo necesitaba.

Entonces lloré, sintiendo la calidez de las lágrimas como un bálsamo que aliviaba mi carga. Lloré por todos esos abuelos que se han convertido en estrellas sin poder decir adiós; solos, abandonados. Lloré por mi abuela, con una extraña sensación de alivio, al pensar que ella no está viviendo todo esto. Lloré por mi familia. Por todos los padres. Por esos héroes que luchan cada día. Lloré por la desazón de recibir alguna noticia con crespón negro, porque algunos de esos héroes comparten mi sangre. Lloré porque no podemos permanecer impasibles e indolentes, aunque nos quieran mantener conquistados a cada instante, ocultando los rostros que se van desdibujando detrás de las cifras. 

Afronté que cuando abramos las puertas, conversaremos con la inseguridad y la desconfianza, y tendremos que abrazar nuestra nueva realidad. Acepté que la mayoría de nuestras historias las contaremos con las miradas; interpretaremos sonrisas que se deslizaran detrás de los velos. Me preparé para lo que nunca estuvimos preparados. Hice de la distancia mi mejor aliada. Supe que este tiempo nos habrá arrebatado una parte de nosotros, pero también confié en que sabremos reinventarnos. No podemos controlar todo lo que nos pasa pero sí podemos elegir con qué actitud nos enfrentamos a ello. 

Entonces el miedo se hizo más pequeño; ya no me aterraba al quedarme a solas en silencio y con la luz apagada. Las sombras dejaron de perseguirme; ya no sentía el peso de la tenebrosidad sobre mí. Viví mi duelo; acepté la realidad; estaba lista para seguir.

Y continúe con una nueva entereza. Volví a reconocerme en el espejo. Desperté de un letargo que me mantuvo oprimida durante días. Conecté nuevamente con mi mejor versión y la dejé fluir… Bailé al despertar y susurré versos a la luna.

'Pensamientos Confinados' (XXX): “Mamá, puedes llorar…”

Comencé a señalar cada día un motivo para luchar; haciendo que el tiempo cuente. Si no puedes transformar la situación, transfórmate tú. Vamos a mirar al futuro aun sabiendo que viviremos un lento regreso a algo parecido a la normalidad, una vida vigilada, asistida; libertad condicional. Batallaré para cercenar las alas de la impunidad; para dar voz y mantener vivo el recuerdo de los que se fueron en silencio. El camino nos va a brindar enseñanzas valiosas que sólo podremos encontrar cuando entendamos que las dificultades pueden convertirse en oportunidades. Porque la flor que nace en la adversidad es la más hermosa y las más resistente de todas.

Llora para volver a reír. Cáete para levantarte con más fuerza. Recuerda las lecciones que nos está regalando la vida y cuando abras tus puertas exprime cada segundo, elige decidir, sé valiente y persiste. Aférrate a lo que te haga feliz; persevera. Lucha por lo que merece la pena. Ilusiónate. Pierde el temor al fracaso. Siente como nunca. Valora lo que tienes. Recuerda lo extraordinario que es vivir. Por ti. Por los que no están. Por los que no estarán. Porque la vida también nos está mostrando que puede exhibir su extrema crudeza. 

No volveré a huir; envolveré mis temores y los convertiré en mis fortalezas. Y cuando me sienta de nuevo perdida recordaré: “Mamá, puedes llorar…”.

A partir de ahora, dejaré la persiana abierta para que, cuando el mundo vuelva a rodar, nada de esto se me olvide. 

Lorena Martín Montilla,

periodista

(Confinada en Huelva)

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