JUAN JOSÉ TÉLLEZ

'Pensamientos confinados' (XXIX): Es una pandemia, no una guerra

Era un recurso fácil:  la retórica oficial tardó poco en identificar la lucha global contra el COVID-19 con la épica de la guerra. En esta crisis, el lenguaje se tiñó pronto de un léxico marcadamente belicista, como si nos hubieran vuelto a invadir el islote de El Perejil.

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Nada extraño si se tiene en cuenta que el estado de alarma en España implica también una ampliación de las competencias militares en materia sanitaria o de seguridad ciudadana. Ver a la Infantería de Marina patrullando nuestras calles nos podría llevar a creer que están a punto de invadirnos otra vez los turcos, la Pérfida Albión, los gabachos o las kábilas rifeñas y no un maldito y minúsculo no se sabe qué. 

'Pensamientos confinados' (XXIX): Es una pandemia, no una guerra

Cerebros tan lúcidos y a veces tan dispares como Luis García Montero o Isidoro Moreno han subrayado en estos últimos días el empeño de las autoridades por convertirnos en supuestos soldados cuando debiera ser sencillamente la hora de la simple ciudadanía. Las palabras las carga el diablo y habríamos de parafrasear a los clásicos para acertar a decir que si no queremos la guerra, no la nombremos. 

Resulta curioso que cuando hablamos de la guerra, tendemos a usar precisamente eufemismos civiles, desde daños colaterales en lugar de menores diezmados o teatro de operaciones, en vez de campos de batalla, por poner un par de ejemplos bastante frecuentes. Como si enviáramos huestes al frente, pero para matar poquito. Sin embargo, cuando el lenguaje belicista sale de los cuarteles, uno tiende a tentarse la ropa, porque la disciplina militar excluye naturalmente la democracia. Y si los ejércitos –aunque muchos cuestionemos dicha prevalencia—suponen un mal necesario para ejercer la defensa propia, no es el mejor modelo para afrontar crisis como las que ahora nos aflige y en donde, nunca es tarde si la dicha es buena, vemos a la OTAN transbordar material sanitario en lugar de misiles Tomahawk. 

Profesora de Lengua en la Universidad de Málaga, Susana Guerrero alertaba hace tiempo en los cursos de San Roque sobre la utilización de la terminología castrense fuera de dicho ámbito. A su juicio, se hace así para aumentar la capacidad de persuasión en aras de contagiar responsabilidad en casos, por ejemplo, de crisis económica. O por manipulación, para restar capacidad crítica a los subordinados en una estructura piramidal como establecen los uniformes y que, aún bajo estados democráticos, añado yo, carecen por su propia condición de estructura democrática en su propio seno. 

'Pensamientos confinados' (XXIX): Es una pandemia, no una guerra

La utilización de la jerga belicista no es nueva. Desde antiguo, impregna al discurso deportivo de forma acostumbrada, especialmente el futbolístico, con términos tan expresivos como cañonazo, ofensiva, defensiva, dominio del campo, táctica o estrategia. Quizá porque, en opinión de Arcadi Espada, sus postulados son gemelos: “El deporte y la guerra mantienen una identidad en torno a un sistema binario en el cual hay alguien que gana y alguien que pierde”, afirma, aunque tampoco falten quienes como Antonio Piñeiro alerten de que “el uso de un lenguaje bélico en el deporte incita a la violencia”.

“El lenguaje deportivo –interpretaba salomónicamente Miguel Angel Bastenier-- alude a una guerra cómodamente incruenta, con toda la emoción de los enfrentamientos, pero sin el dramatismo ni horror de un auténtico conflicto”. 

También arrastra esa misma carga el argumentario económico, entre guerras comerciales, retos, estrategia, impacto, ataques o presiones que se deben contrarrestar. Y muchos otros: guerra generacional, guerra de sexos, e incluso desde antiguo y en el ámbito de la salud, guerra contra el cáncer o guerra contra el Sida. 

Pero que el lenguaje no nos engañe: esto no es una guerra, sino una pandemia. Y a fuerza de utilizar superlativos épicos, lo mismo nos ocurre que bajamos la guardia –otro término bélico—porque nos acostumbramos al exceso, tal y como denunciaba hace años el ensayista David Grossman: “El lenguaje con el que los ciudadanos de un conflicto prolongado describen su situación, es tanto más superficial cuanto más prolongado es el conflicto”. Y, prosigue, el lenguaje se va reduciendo gradualmente “a una secuencia de clichés y eslóganes”, emanados naturalmente desde el poder.

Si el Gobierno español ha mantenido acertadamente durante estos días su propia estructura autonómica y ha renunciado a recentralizarlo todo como reclamaba la oposición, ¿por qué desde el gabinete de crisis se nos sigue identificando como soldados cuando lo que cabría es apelar a nuestra condición de ciudadanos, a nuestra responsabilidad individual y colectiva que nos hace partícipes de derechos y deberes, de libertades, igualdades y fraternidades?

'Pensamientos confinados' (XXIX): Es una pandemia, no una guerra

Es un grave error, desde mi punto de vista, porque entraña un peligro cierto para la defensa de la democracia, que ya está viviendo entre paréntesis durante estos días terribles. Si nos adocenamos, quizá pueda preservarse la paz social, pero tampoco nos mostraremos alertas ante cualquier intento de involución que pretenda aprovechar la situación creada en beneficio de su fanatismo totalitario. 

Quizá ocurra que, durante décadas, no hayamos logrado imponer una clara educación para la ciudadanía, ni en el ámbito escolar ni en nuestras calles. Aquella instrucción pública que sustentaba los valores republicanos –franceses—ha estado restringida a una minoría activista, pero ha estado ausente del currículo educativo, de los grandes medios de comunicación de masas y del comportamiento de buena parte de nuestros líderes. ¿Cómo vamos a apelar a algo que no existe?, se dirán los ideólogos de lo público, habida cuenta de que con la que está cayendo, seguirán entendiendo más que nunca que mejor funcionan las órdenes que los compromisos voluntaristas.  

En el Año Cero de nuestro progresivo retorno a la normalidad, habría que alterar decisivamente este orden de cosas. Necesitaremos ciudadanía y no sólo soldadesca para reconstruir lo que quede del mundo después de esta crisis. Entonces, tendremos que librar otra guerra u otra pandemia, contra la avaricia que pretenda rentabilizar la depresión económica a costa de un considerabilísimo número de bajas entre los más vulnerables, los más precarios, la carne de cañón del capitalismo salvaje. 

Juan José Téllez, 

escritor

(Confinado en Cádiz)

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