FERNANDO HERNÁNDEZ

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Cuando alguien atraviesa la típica atracción de feria de la casa de los espejos, siempre debe recordar que ninguna de las deformes imágenes que ve es un reflejo fiel de su persona. Cuando un funambulista está en la cuerda floja, todos sus esfuerzos se centran en no inclinarse más hacia un lado que hacia otro.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

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Estos días me siento precisamente como si en un extraño sueño se me hubieran mezclado las dos situaciones. Estoy igual que un funambulista atravesando una casa de los espejos.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Vivo en un piso con un pasillo muy largo, y cada noche lo recorro una o dos veces en total oscuridad. Esto no es una metáfora: mi dormitorio está en un extremo del pasillo, y la cocina en el otro. Suelo despertarme con un ansia tan incontrolable de comer algo, que, sin encender la luz, ni abrir demasiado los ojos para no espantar el sueño, surco el negror del interminable corredor hasta la tenue y prometedora luz de la nevera cuando la abro. Voy tocando la pared con la mano derecha para saber a qué altura voy, como una persona invidente. En cambio, esta noche me he sentido de otra forma. He cruzado el pasillo manteniendo a duras penas el equilibrio en mitad de muchas versiones distorsionadas de mí mismo.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Año 2020, año de mis cuarenta, año de la cuarentena. (¿Cómo he podido no verlo antes? 20+20=40) Madrugada del día 12 al 13 de confinamiento. Camino por el pasillo con algo en mente, un reto que no me ha dejado dormir cuando me he metido en la cama, que es cuando me vienen siempre las mejores ideas. Hace un par de días me honraron con la propuesta de escribir para esta sección, y me bulle la cabeza. Normalmente me quedaría dando vuelta tras vuelta en la cama hasta que me venciera el sueño, pero en esta madrugada (estos días, estas semanas) hay de todo menos normalidad, así que aprovecho y me levanto a escribir en mitad de la noche. Hoy sí enciendo la luz del pasillo, para estar bien despejado y poder plasmar en palabras esta sensación del funambulismo y los espejos que deforman. El difícil equilibrio, la certeza o la duda de lo que uno es y de lo que no es. El punto medio, los extremos y las diferentes versiones de una misma persona.

Hay quien me considera manso, tibio, conformista. Otros me calificarán como polivalente, o destacarán mi gran capacidad de adaptación o mi positivismo. El caso es que de siempre he tenido la enorme suerte de poder disfrutar de lo que tengo por delante, tanto de los extremos como de las partes intermedias de cualquier escala. Todo (o casi todo) me suele venir bien. He sido tan feliz abrasándome al sol del verano extremeño, como sintiendo en la cara el viento gélido y cortante de los Grandes Lagos en invierno o paseando por el Muelle del Tinto un agradable atardecer de primavera. Me apasiona por igual un trozo de sushi con tanto wasabi que se me salten las lágrimas, que una fresita de gominola o un bocata del Savarín. He disfrutado nadando en las aguas del Nilo lo mismo que en las de la Fuerteventura o la Canaleta. Me llegan igual de adentro cantantes con voces torrenciales como Björk, delicadas como Sarah Cracknell, o directamente rotas como Marianne Faithfull. Me he sentido tan enriquecido bailando y charlando con desconocidos en la noche de Berlín, como hablando de lo divino y de lo humano con mis amigos de Aljaraque de toda la vida. Así, no es de extrañar que incluso en esta situación tan excepcional encontrara formas positivas y optimistas de pasar los días, y es lo que ha ocurrido. Pensaba pues escribir una alentadora pieza sobre lo bueno que podemos encontrar en todo lo adverso, sobre lo bonito de las pequeñas cosas cotidianas cuando me he dado de frente contra algo que ni había visto, y que cambia totalmente mi perspectiva al escribir estas líneas. ¡BOOM! Me he chocado de boca con mi propio privilegio.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Mi primera reacción ha sido pensar “¿cómo no me he dado cuenta?”, pero es precisamente así como funciona el privilegio: es invisible para quienes se benefician (nos beneficiamos) de él. ¿Cuál es el mío en este caso? ¿Por qué hablo de privilegio en un estado de confinamiento y, sobre todo, por qué hace que cambie el tono de mi escrito? La respuesta es simple: cuando mi intención era contar que no lo estoy pasando tan mal estos días, me ha venido a la cabeza toda la gente que no podrá decir lo mismo, y para quienes no será tan sencillo mirar el lado positivo. Quizás alguien esté pensando ahora mismo “¿pero él es Luis XIV o algo? ¿De qué privilegio habla?”.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Pues bueno, no vivo en Versalles, pero sí tengo la fortuna de vivir en un piso grande, bonito y decorado con mucho amor, lleno de símbolos especiales de mi novio y yo, y cargado de recuerdos de nuestras amistades. No tengo un jardín, como mucha de la gente que estará leyendo esto, pero sí tengo un pequeño balcón con tantas plantas que nos es imposible salir a él cuando aplaudimos cada día junto con el resto de la calle. No tengo reservas de papel higiénico para un regimiento, pero sí lo bastante como para no temer una emergencia escatológica. No soy rico, pero sí tengo la seguridad de que mañana podré bajar al supermercado a hacer otra compra que nos dure dos semanas más. No puedo ir a ver a mi madre y mi hermano, que viven a tres calles de mí, pero sí puedo dar gracias de que toda mi familia está bien. Estoy desbordado teniendo que continuar mi labor docente a través de Internet, pero me siento afortunado de saber que no voy a perder mi trabajo ni mis ingresos y que puedo contribuir un poquito a que mi alumnado se sienta más acompañado estos días. Y por encima de todo: estos días me cambiarán la vida como a todo el planeta, pero no de la misma forma que a las familias de las personas que por desgracia han fallecido, y con las que está mi corazón.

Con todas estas muestras de mi privilegio, es fácil concluir que no tengo de qué quejarme. Carezco de motivos reales, sí, me falta una base sólida, vale, pero, ¿a alguien, cuando se ha sentido mal por lo que sea, alguna vez le consoló de verdad saber que hay personas en peor situación? Es bueno no perder la perspectiva y no caer en el victimismo del “¿por qué a mí?”, pero ¿hay algo más humano que la autocompasión? El que haya gente pasando estas semanas en peores condiciones que yo no me da aire cuando me viene el agobio. El tener la capacidad de silenciar mi ansia de quejarme, por respeto a quien está mal de verdad, no hace más ligero el peso que me oprime. La cabeza me dice “no tienes derecho”, el corazón me apremia “¡GRITA!”. Me veo a mí mismo, igual que en una casa de los espejos, en tal cantidad de estados y versiones distintas que me cuesta trabajo mantener la mente serena. Se hace difícil recordar que ninguna de esas imágenes es realmente yo, y de hecho tengo la sospecha de que la suma de todas ellas perfilaría con bastante exactitud la persona que soy de verdad.

'Pensamientos confinados' (XXIII): Funambulista de pasillo

Así que aquí me veo, intentando equilibrar el victimismo con el positivismo, el sentimiento con la razón, el egoísmo emocional con la solidaridad, la pataleta con la serenidad. Como un funambulista, he venido por el pasillo intentando no caer ni hacia un lado ni hacia otro. Tratando de mantener la vista fija al frente, apartada de todas esas versiones de mí que me ofrece en esta dudosa “casa de los espejos” en la que se han convertido estas semanas. Esperando que muchas de las personas que lean esto entiendan de qué hablo. Necesitando ver pronto la luz al final del túnel. Deseando que, de nuevo, la única luz que busque y ansíe al otro lado de mi pasillo no sea otra que la de mi nevera, en una noche cualquiera de una semana corriente de un mes normal.

Fernando Hernández,

Profesor onubense 

(Confinado en Don Benito, Badajoz)

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