ARÍSTIDES MÍNGUEZ
'Pensamientos confinados' (III): Memorial de un cartujo a la fuerza
Habito un minúsculo piso en una barriada de Viviendas de Protección Oficial construidas en pleno franquismo. El lugar desde donde trabajo y escribo, la cocina, pues no dispongo de otra zona habilitada, da a una especie de parque ajardinado. A él se asoman todas las cocinas de mi manzana y la de enfrente.
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Un hermosísimo pino medio centenario nos da sombra y alegra el ánimo. Dos más, a su izquierda, luchan por acercar la naturaleza a esta ciudad deshumanizada que me cobija. Despertarse por la mañana arrullado por el trino alborozado de centenares de pajarillos es un lujo que en estos tiempos recios hace más llevadera la clausura.
Desde el ventanal gozo de una pantalla privilegiada sobre la vida de mis vecinos. Justo enfrente habita un matrimonio de sesentones, no muy bien avenidos por las trifulcas que de vez en cuando montaban. El hombre salía a fumar al balcón. Su mujer le obligaba. Con él traía siempre, según las horas, un vaso de vino, un café o una lata de cerveza. Lata que nunca tiraba a la basura: la dejaba en el alféizar de la ventana del cuarto de baño y allí se iban acumulando en una pirámide de envases inestable que nadie recogía, hasta que un día habían desaparecido por arte de birlibirloque. Lo llamaba mi “Héroe”: jamás sucumbió a los reproches de su parienta ni se molestó en retirar una sola lata.
A su mujer la llaman la “Guarra”: todos los días, festivos incluidos, antes de rayar el alba tiraba a la calle el agua sucia del cubo con el que había fregado la casa, indiferente a las quejas de los vecinos del bajo, que la llamaban de marrana para arriba. Guisa en un artilugio que se ha puesto en el balcón, resguardado por tableros, y arroja a la calle los residuos pequeños de lo que usa para cocinar. En mi hogar bromeamos con que ha de tener impoluta su cocina y su baño pues no la usa ni arroja el agua sucia al sanitario.
Hace cosa de un mes dejamos de ver al hombre. Uniendo cables dedujimos que había debido de fallecer. Desde entonces la mujer no ha vuelto a tirar el agua sucia a la calle. En el alféizar del baño ninguna lata ya. Causa cierto vacío no ver al Héroe.
En mi misma manzana, pero en un bajo, vive una joven, que debe de moverse en la treintena, madre de tres hijos, cada uno de padre diferente, creo. No le conocemos ni oficio ni beneficio, aparte de parasitar de las ayudas públicas y de la solidaridad de algunas vecinas de toda la vida, sobre todo de la “Guarra”, que les dan a sus hijos platos de comida. Se pasa todo el día en bata y cuando le apetece algo, en vez de ir a un supermercado cercano, va al chino de la esquina, donde los precios son más caros. Redondea su subsidio trapicheando con drogas en connivencia con otro vecino, que estando en plena lozanía, prefiere vivir del cuento a trabajar.
La conocemos por “la Loca” porque se pasa la vida gritando e insultando a sus hijos con una voz de cazallera insufrible. Lo más bonito que les dice es “hijos de”… Últimamente se contiene un poco: los mayores son adolescentes y le hacen frente. Ahora son ellos los que la insultan. El pequeño, de un par de años, los secunda.
Para nuestro asombro la Loca tiene gran poder de convocatoria. Su puerta siempre está muy concurrida de quinquis y chonis como ella. No se recata en vocear que es de Vox y en poner a todo volumen “El novio de la muerte” (flaco favor le hace a la legión que un partido de ultraderecha se adueñe de su himno y de sus símbolos si quiere seguir siendo el ejército de todos los españoles).
La tiene tomada con unos vecinos que viven en la manzana de enfrente: son “moros”. Más de una vez las he escuchado a ella y a sus chonis (alguna de etnia gitana) diciéndoles a los magrebíes que se vayan a su país, que han venido aquí a robarnos el trabajo y que viven de subvenciones. Los amenazan con que se les va acabar el cuento cuando gobiernen los de Vox.
El cabeza de familia de los africanos sale todas las mañanas de casa a las cinco y vuelve a eso de las 8 de la noche. Incluso en estos días de miedo a la plaga. Se pasa el día deslomándose en campos e invernaderos, contribuyendo con su sudor a la riqueza de esta comunidad eminentemente agrícola. La Loca, cuyos hijos muchas veces no van a clase porque su madre no se ha levantado para despertarlos, y vive de las ayudas sociales aparte de sus trapicheos con la droga, presume de española y muy española y se atreve a decir que quien sobra es el moro, con cuyo trabajo se paga parte del subsidio que recibe. Tengo claro quien sobra en esta mísera España si es que sobra alguien.
Frente a la casa de la Loca o de su vecino camello todas las mañanas de estos días de confinamiento hay una tertulia de unas 8 personas. Vocean que a ellos no los encierra el Coletas y se burlan de los que sólo nos asomamos a la calle a través de los balcones, mientras apuran litronas al son del himno de la legión o de reguetón.
Intento refugiarme de su miseria moral en las redes sociales. Redes que enseguida abandono cual gato escaldado cuando leo al líder del PP, incapaz de sacarse una carrera honradamente en 7 años antes de ser alguien en su partido, acusar al presidente de Gobierno de refugiarse en la ciencia para hacer frente a la terrible epidemia que nos asola. Me llevan los demonios al ver a Pablo Iglesias saltándose la cuarentena, sin darse cuenta de que está dando munición a sus odiadores profesionales, que sólo saben llenar el mundo de bilis, de basura, cuales harpías redivivas. Sin comprender que ha de dar ejemplo y quedarse recluido como el común de los ciudadanos que ha de servir, si tiene un familiar enfermo. Lejos de todo afán de protagonismo, sin sembrar división y rencor con caceroladas y otras boutades. No es el momento.
Clamo al infierno cuando veo al Smith en un vídeo cutre alardear de que sus anticuerpos españoles han vencido al virus chino, virus que el irresponsable se encargó de traer de Milán y asperjar entre sus conmilitones en el mitin de Vistalegre. O escucho a Abascal, pipiolo de Aznar, presumir de que a él le hicieron el test del coronavirus en una clínica privada, conociendo la tirria que le tienen los neoliberales de Vox, PP y Ciudadanos a todo lo público. Sanidad y educación públicas maltratadas por todos los gobiernos, pero a las que usan como escudo contra la plaga, abandonadas a su suerte. ¿Sabrán sus votantes que en Estados Unidos, paraíso al que todos los liberales adoran, a un superviviente del coronavirus le quieren cobrar ahora 35.000 dólares? ¿Sabrán que allí te dejan morir como un perro si no tienes para pagar un carísimo seguro?
Maldigo al PSOE de los ERES y otros chanchullos varios, que en las comunidades donde ha gobernado ha machacado también la sanidad pública para tapar su ineptitud y enriquecer a amiguetes.
Miro a la calle. Miro a las redes. Llego a la conclusión de que los impresentables políticos que tenemos son los que esta sociedad infantiloide, hedonista, materialista y egoísta se merece.
Mi misantropía se aplaca un poco cuando veo a esos trabajadores que están dejándose la piel y la salud por el bien de la comunidad: mi hermana se está batiendo el cobre en un hospital público atendiendo a los enfermos de coronavirus a un altísimo precio personal y familiar.
También cuando distingo una sonrisa en el rostro agotado de la cajera del supermercado o del frutero del barrio, tan maltratados en sus salarios y que tan necesarios son para el bienestar común.
Cuando me desespero después de estar 8 horas al día, festivos incluidos. intentando mantener el contacto con mis alumnos y compruebo que muchos no me contestan, bien porque no vencen su desidia, bien porque no tienen ni ordenador ni conexión a internet, pero compruebo que no estoy solo y que un ejército silencioso de profesores, dejados por la administración y pagándose de su bolsillo la red y los aparatos, se desvive para que sus estudiantes no se vean desamparados en estos días de cuarentena. Nadie lo va agradecer. Incluso nos van a calumniar como hizo el infame presidente socialista de Castilla la Mancha, cuando se negó a cerrar las aulas porque decía que lo único que querían algunos eran vacaciones. Personaje indigno de seguir gobernando a los que calumnia.
Gente como ésta y otra a la que leo desviviéndose en ejemplos de civismo, solidaridad y empatía son las que me llenan de esperanza. Europa fue arrasada en el siglo XIV por la Peste Negra, que causó gran mortandad. Los que sobrevivieron fueron conscientes de que había que volver a comenzar de nuevo y replantearse su existencia. De las cenizas de la peste nació el Renacimiento, uno de los periodos de la humanidad más brillantes, en el que Grecia y Roma fueron faro.
Miro la otra España, la de los colegas de la Loca, la que llena la red de odio y división, la que odia lo que el contrario hace y se me hiela el corazón.
Vuelvo a mi celda a refugiarme en don Antonio Machado, que desde su tumba en el exilio nos sigue interpelando:
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Crear una tercera España, una España más solidaria, más humana, más empática, más comprometida con lo público, que una a las dos cainitamente enfrentadas está en nuestras manos. Al menos en las de quienes se consideren gente de bien.
Arístides Mínguez
Profesor
(confinado en Murcia)