MANUEL ÁNGEL VÁZQUEZ MEDEL
‘Pensamientos confinados’ (I): Solidaridad en tiempos oscuros
Escribo estas palabras el día octavo del estado de alarma decretado en España para frenar la expansión del Coronavirus (COVID 19). Desde la necesaria reclusión que garantiza mi propia salud pero, sobre todo, la de los demás. Es importante marcar en estos intensos días el momento en el que hablamos, porque -sin duda- irá cambiando nuestra fortaleza y nuestro estado de ánimo según vayamos sumando días o semanas a nuestro necesario aislamiento físico.
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Y digo físico, porque nunca hemos estado menos aislados que ahora, más en contacto con el mundo, unos con otros, gracias a las tecnologías que nos proyectan hacia el ciberespacio, eso que nuestro filósofo de las ciencias Javier Echeverría llama el “tercer entorno”, que completa el primer entorno (natural) y el segundo entorno (social).
Si tú estás leyendo ahora este texto en una pantalla, me das la razón, porque mis palabras tienen el mismo efecto en tu mente (o, al menos, parecido) al que provocaría su lectura en papel. Somos uno de los primeros países del planeta en uso de Internet, ahora convertido en herramienta de trabajo, en cauce imprescindible de información, en instrumento para el ocio y en lugar de encuentro con nuestros seres queridos, aunque sea a distancia.
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Pero los seres humanos somos -no lo olvidemos- físicos: materia, materia viva, materia frágil que interactúa con el entorno y que puede recibir de él todo tipo de amenazas y de agresiones. En este caso, un contagio viral de una intensidad y una letalidad muy singulares.
Hoy más que nunca se hace muy cierta la conocida frase de Ortega y Gasset siempre citada parcialmente y que doy ahora íntegra: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. En efecto, no vivimos ajenos a nuestras circunstancias, todo aquello que nos rodea, que nos condiciona aquí y ahora. Muchas veces he dicho que, incluso hay que ir más allá y radicalizar la frase de Ortega: soy yo en mi circunstancia, desde mi circunstancia. No puedo separarme de mi circunstancia, y por ello, si no se salva el mundo en el que estoy incluido, no puedo salvarme yo. Es una frase muy útil contra ese individualismo feroz que había inoculado como un virus letal, causa de muchos males, muerte y destrucción, el ultraliberalismo salvaje que se ha ido imponiendo desde los años ochenta.
De pronto, apenas recuperados de la gran crisis de 2008, aprovechada por algunos gobiernos para imponer la “doctrina del shock”, esa política de recortes e involución en los derechos económicos, civiles y laborales, tan duramente conquistados, parece que entramos en una crisis aún mayor.
Cuando tengamos la perspectiva suficiente para analizar con detalle lo que nos está sucediendo y sus consecuencias (harán falta varios años) seremos capaces de ver y calibrar realidades que ahora, en el fragor de la batalla, se nos escapan. Y se dirá que en nuestra historia reciente -y tal vez en la historia de la humanidad- esta pandemia marca un antes y un después. Un después en el que ya nada será como era a finales de 2019 o comienzos de 2020, por más que muchos se empeñarán en que volvamos al estado anterior, para conservar sus privilegios. Pero nada será igual. Ni en la investigación científica, que ahora descubrimos como el instrumento más poderoso que poseemos los seres humanos para afrontar nuestros grandes retos, ni en la medicina, que apreciamos más que nunca, ni en la economía, ni en la educación… ni, por supuesto, en la política.
Todo va a cambiar. Profundamente. Y también hemos de prepararnos para ese cambio, para esta grave crisis que, como habitualmente se recuerda, aludiendo al ideograma chino o japonés, tiene tanto el componente de peligro y amenaza, como el de oportunidad.
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La amenaza la ha formulado estos días con claridad el gran pensador de origen surcoreano Byung-Chul Han: “El virus no puede reemplazar a la razón. Además, es posible que incluso nos llegue encima a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial digital como el chino”.
Que eso ocurra o no dependerá también de lo que los ciudadanos estemos dispuestos a aceptar. Porque estos días, estas circunstancias excepcionales sacarán de nosotros lo mejor, pero también -ojalá no sea así- lo peor.
Si algo nos ha enseñado esta “modernidad líquida” como la llamaba Bauman es que nada es para siempre. Que todo lo sólido se desvanece en el aire. Que tal vez nos toque entrar en una modernidad “gaseosa” en la que muchas cosas que parecían incuestionables se esfumen.
Pero es fundamental no tener miedo, apostar por un futuro esperanzador. Por una Matria Tierra equilibrada en la que recuperemos el tercer elemento olvidado de la modernidad: la fraternidad, la solidaridad. Sin ella no hay ni libertad auténtica ni igualdad y justicia social.
Hemos, pues, de afrontar esta amenaza con valor, con integridad, con voluntad, constancia, perseverancia. Y la venceremos. Juntos, unidos, solidarios, con empatía. Hemos de ser también capaces de intuir, creativamente, las oportunidades que presenta. Oportunidades que nunca serán a coste cero, sino que también requerirán renuncias y sacrificios.
Tal vez comencemos a entrar en una noche oscura, pero sabemos que hay luz al final del túnel y que -esta vez sí- o nos salvamos juntos, o no nos salvamos. Tras esta larga noche amanecerá de nuevo. Y quiero pensar que seremos capaces de construir un mundo mejor. Nuestros hijos y nuestros nietos lo merecen.
Manuel Ángel Vázquez Medel
Escritor y Catedrático de la Universidad de Sevilla
(Confinado en Sevilla)