TRIBUNA
Capullos
Vagan por los pasillos o se arrinconan en cualquier esquina. Espasticus autisticus [i] cantaba Ian Dury, un punky al que los más jóvenes, y los más viejos menos, apenas han tenido noticia de su existencia.
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Los que entonces caminábamos por el lado oscuro, sí que escuchábamos sus cabreos:
Hola a todos quienes habitáis en la tierra de los normales,
puede que no entiendas mi historia
o que no sigas mi rollo cuando me arrastro más allá de tu ventana.
Todo sigue igual. Espasticus autisticus. Lanzados del aula porque han tirado una bolita de papel a esa niña tan mona del pupitre de la primera fila que tan pulcra letra tiene y hace todas sus tareas calladita y atenta, o porque alguien se ríe con sus colegas en las soledades de las últimas filas, ajenos a los logaritmos neperianos o a las victorias de Flavio Aecio por los campos cautalaunicos cuando iba de colega con el Teodorico I. El WhatsApp que les cita en los baños es más emocionante para estos ángeles caídos y por eso están en la puta calle, sin entender qué coño elucubró el cabrón ese del Neper o como pudieron darle para el pelo al mismísimo Atila [ii] en ese locus mauriacus que debió ser la hostia en verso, pero que nunca conocieron, ni conocerán porque están fuera. Expulsados del aburrido juego educativo, sentados en el suelo del pasillo con la espalda sobre el frío azulejo mientras dentro realizan exactas operaciones sin saber para qué sirven o siguiendo en sueños al pobre Aecio en la cumbre de su carrera. Tampoco es que se enteren de nada estos que danzan aburridos por el lado correcto de la vida. Espasticus autisticus se asoma a la sala de profesores, los mira con lástima y los señala con el dedo: “Sois todos unos capullos”.
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A Ian Dury se lo llevó a tomar viento un cáncer de colon, pero antes paseó su polio por los escenarios cantando eso del sexo, drogas y rocanrol que fue algo más que un himno, fue un grito de auxilio de toda una generación que, como estas de ahora, no entendieron mucho más de lo que les dictó el instinto. La historia se repite porque no terminamos de entenderla, pero seguimos siendo los mismos quienes andamos tirados por los pasillos, Schol’s out nos cantaba Alice Cooper [iii] por las tardes desde el tocadiscos, cuando libres al fin podíamos entrever algunas sombras envueltos en el acre olor de la niebla:
No más lápices,
no más libros,
no más puercos maestros.
Bueno, ya no tenemos clase
ni principios.
Tampoco tenemos inocencia,
ni siquiera podemos encontrar una rima.
Ni falta que nos hace, porque hemos visto como han sacado a una niña del aula para pasearla por el mundo publicitando las bondades del mercado que viene, el orto del vegano y la clorofilia. Espasticus autisticus. Mientras los gobiernos junto a las multinacionales se reparten las cuotas de emisiones y los humos tóxicos, procurando que no alcancen a joder del todo al planeta para no reventar el negocio. Son incapaces de vislumbrar desde sus cumbres como crece el consumo de jaco entre las generaciones de inútiles arrumbados en las sombras y las masas adictas al consumo, que uno no sabe qué es peor, engullen programas tontos de televisión bien ubicados en el lado bonito de la vida. La misma balada, el mismo danzarín y el mismo truco de magia. Todo se repite, lo que nos anuncia que Atila regresará, pero esta vez cruzará limpiamente las lindes del imperio, agostará los campos mientras la peste acabará con el último aliento de una especie estúpida, o eso al menos presentía Ian Dury cuando andaba cojitranco por los escenarios con los Alcornoques detrás. Volverá la oscuridad y el caos, volverá la calma eterna y la vida continuará su camino lejos de este desastre de planeta. Ove tenebrae.
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[i] Ian Dury y los Blockheads –Alcornoques- publicaron este tema en el álbum 'Lord Upminster' con la casa Polydor en 1981, con motivo del Año Internacional de las Personas con Discapacidad
[ii] Aunque Aecio venciera a Atila en los campos Cataláunicos, llegó a sitiar Roma e incluso la perla del imperio, Constantinopla, que hubo de pagar ingentes cantidades de oro para que el huno se retirara de la civilización romana pero sobre todo de la destrucción de los sismos, volcanes en erupción, hambrunas, pestes y un cambio climático que en el siglo V terminarían provocando la desaparición del Imperio Romano de Occidente y el inicio del largo otoño medieval. Se tardaría un milenio en volver los ojos asombrados a la nunca olvidada tradición grecolatina, a que el hombre de nuevo fuera el centro de todas las cosas.
[iii] Álbum y canción homónima publicadas en 1972.