COACHING, EMOGESTIÓN Y CRECIMIENTO PERSONAL

Haz las paces contigo y con el mundo

Todos tenemos una historia. Piénsalo antes de juzgar a los demás y, sobre todo, antes de juzgarte a ti mismo. Esa historia es parte de ti pero no tiene por qué determinar quién eres hoy y quién quieres llegar a ser. Esa historia, fruto de los retales de las diferentes etapas de nuestra vida, nos va a perseguir si no tomamos consciencia de ella y la abrazamos.

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Tenemos que pararnos, reflexionar, y desde un YO que es capaz de ver sin sufrir, aceptarla: “sí. Esto me ha pasado. Ésta es mi historia”. Sólo entonces, cuando la aceptas, eres capaz de integrarla en tu vida transformando el sufrimiento en aprendizaje. Esa es la base del cambio y, por tanto, del crecimiento personal.

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La ACEPTACIÓN del camino recorrido es el pilar para entendernos a día de hoy. A veces no somos conscientes; otras sí lo somos pero huimos hacia delante porque duele, porque no queremos aceptarlo.Es entonces cuando tenemos que saber que el dolor es inevitable,pero el sufrimiento es opcional. El dolor lo sentimos como parte intrínseca del ser humano y debemos entenderlo como un maestro de la vida. Pero el sufrimiento es provocado por nosotros y nuestro entorno; el machaque o automachaque es el que nos exprime y nos enajena. Por eso, cuando entendamos esta diferencia estaremos más preparados para integrar la ACEPTACIÓN en nuestra vida.

Cuando aceptas, lo grave se torna asumible; entiendes que no todo es perfecto y es importante que así sea. No te pierdas en la culpa, en el papel de víctima; asume tu responsabilidad para decidir qué hacer con aquello que se te presenta y con aquello que viviste y aun no has digerido. Tu pasado no tiene que definir tu futuro pero tienes que entenderlo para así entender tu historia. De lo contrario, tu mente verá sólo lo que quiere ver.

Se trata de saber, de encontrar sentido; no hablamos de restar gravedad o minusvalorar sino de tratar las cosas en su justa medida, atendiendo al contexto. Se trata de aceptar las circunstancias, a las personas, la situación. No nos tenemos que transformar en un automático filtro-procesador; precisamente la aceptación nos llena de calma, equilibrio, nos hace soltar lastre y no cargar con mochilas ajenas, y nos abre la puerta de la acción positiva. Es entonces cuando amplias tu campo de visión y eres capaz de encontrar aquello que antes era invisible ante tus mismos ojos. Encuentras respuestas, entiendes y hallas porqués. Perdonas y te perdonas a ti mismo. Entiendes que no puedes controlarlo todo y que no puedes cambiar aquello que te gustaría de los demás o determinadas circunstancias. Pero sí puedes cambiar todo aquello que depende de ti. Lo demás, lo aceptas como es y fluyes con ello. Aceptar no es resignarse o permanecer en una actitud pasiva o indiferente; es tomar consciencia de que el mundo gira sin preguntarte. “Acepta. No es resignación, pero nada te hace perder más energía que el resistir y pelear contra una situación que no puedes cambiar”, Dalai Lama.

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Lo mismo nos ocurre cuando experimentamos la tristeza o el dolor. No tenemos que reprimirlas ni anclarnos en esas emociones sino aceptarlas preguntándonos por qué las sentimos, qué nos quieren enseñar y qué podemos hacer para superarlas.

Si miramos a nuestro alrededor encontramos continuamente experiencias que nos perturban, nos sentimos mal por lo que sucede, ante una injusticia, ante comportamientos de otras personas. Entonces cargamos con el peso de preocupaciones que no nos corresponden y nos desequilibran. Resignarse es entregarse a algo o a alguien; perder tu propósito por influencias externas; creer que no puedes porque encuentras demasiadas piedras en tu camino; bajar los brazos y dejar de luchar. ¿Ves ahora la diferencia con la aceptación?

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Cuando entendemos que la aceptación es la base del cambio, del aprendizaje, nos haremos más RESILIENTES. Haciendo un compendio de sus acepciones, la resiliencia es la capacidad que tenemos para adaptarnos de forma positiva a las situaciones adversas; de salir fortalecidos de una experiencia traumática; de asumir con flexibilidad situaciones límites y sobreponerse a ellas. La resiliencia se puede -y se debe- aprender pues a pesar de los golpes y las caídas siempre saldremos fortalecidos; no importa cuántas veces nos caigamos, siempre nos levantaremos una vez más con más fuerza, más preparados, más conscientes. Entenderemos que los golpes son inevitables y que cada golpe es una oportunidad (también hay golpes de extrema dureza, leyes de vida, que son difíciles de superar. La diferencia está en evitar el sufrimiento que nos autodestruya y luchar por mantener las luces, pues éstas nunca se apagan, sólo cambian de lugar).

Es de valientes averiguar el propósito de lo que nos acontece. Los que se resisten, los que lo niegan, se dejan atrapar. En determinados momentos, no seremos capaces de ver ese propósito pero, tranquilos, todo terminará por conectar y tener sentido. Algo tendremos que cambiar, llegará un nuevo aprendizaje, una reconciliación pendiente, un perdón inexistente, algo que integrar, alguna herida que sanar. Si entiendes de esta manera la vida, la vida se vuelve totalmente diferente. Pierdes el miedo provocado por la incertidumbre; sabes que no todo está bajo control, y así debe ser; tienes serenidad y seguridad para afrontar lo que venga; vives hoy y disfrutas hoy sin permitir que nada lo perturbe; fluyes… Si cambias tu forma de ver, aquello que ves también cambiará. Acepta lo que no puedes cambiar; ten valor para cambiar aquello que sí puedes y ten serenidad para distinguir entre ellos.

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