CONFIDENCIAL
El runrún: Bares cerrados, calles abiertas
Sin duda, una de las noticias del fin de semana en la capital ha sido el cierre de al menos un local de ocio en el centro de la ciudad, negocios frecuentados por menores en los que se consume alcohol y se fuma, al parecer, con el beneplácito de sus responsables.

Aunque en su información la Policía Local no daba muchos detalles, cualquiera que viva por la zona podría aportar dos o tres candidatos al título de bares ‘precintables’, no sólo por las irregularidades que suceden en su interior, sino por los problemas de seguridad que se generan a las puertas de estos establecimientos. En la calle Gobernador Alonso, por ejemplo, es conocido el caso de La Rebotica, donde desde hace tiempo, las noches del fin de semana hay auténticas aglomeraciones de jóvenes que impiden en algunos casos que los vecinos puedan acceder a sus garajes. Ya se han registrado situaciones de tensión al verse rodeados los vehículos por una masa envalentonada que intimida a los conductores incluso abriendo las puertas de los coches. Aunque no hablamos tanto de un tema de movilidad como de orden público, el Ayuntamiento prefiere no afrontar el problema y se ha limitado a autorizar a los propietarios de los garajes afectados a seguir una ruta alternativa para evitar toparse con estos grupos de jóvenes. Además, con el cambio de recorrido se librarán igualmente de la gincana en que se ha convertido atravesar la calle Vázquez López, ‘tomada’ por un rosario de restaurantes que, ante la vista gorda de las autoridades, han hecho suya la vía pública a costa de los vecinos que no tienen más remedio que circular por ella para llegar a sus casas.


Grandes hitos del aburrimiento. En la antigüedad se ideó el sistema de riego por goteo y en muchos actos públicos se practica el sistema de ausentismo por goteo. Consiste en ir vaciando un aforo de manera gradual, esporádica y desordenada, pero sigilosa, sin armar mucho jaleo, y así ir desalojando asientos mientras se deja que el acto siga su curso sin entorpecerlo, que sería el resultado más probable en una salida simultánea del público. El pasado sábado, en el Palacio de Congresos de la Casa Colón, con motivo del siempre emotivo acto de entrega de las Medallas de Huelva, pasó algo así. Ocurrió durante el discurso final del alcalde de Huelva, Gabriel Cruz. Igual no hay que echarle toda la culpa, porque más de un asistente tendría prisa o hambre o algún compromiso y se tenía que ir, aunque en la salida todo el mundo hablaba de cómo se había pasado con la intervención, más larga que un día sin pan, como dice el refrán. Ya se había desbordado la emoción y las palabras bonitas y sentidas de todos y cada uno de los agraciados con las medallas, las distinciones y nombres de calles, se había llenado el espacio con los ecos de los aplausos, y, como es protocolario, el regidor onubense tenía la misión de poner el broche. Pero se pasó abrochando y más bien colocó un rosario de remaches. Si cuando alguien dice al comenzar una intervención “voy a ser breve” hay que echarse a temblar, pues cuando se comienza diciendo que en esta celebración el alcalde no debería ser protagonista, pues zas! Aunque aún no ha confirmado si se presentará o no a las próximas Elecciones Municipales de mayo para optar al tercera mandato al frente de la Alcaldía de Huelva, Cruz hizo todo un acto de precampaña en toda regla. Empezó a enumerar todos los “hitos” de la ciudad y pasó de ensalzar a los medallistas a hablar de autobuses y peatonalizaciones, entre otras muchísimas cosas. Sacó pecho de su gestión y habló de la Huelva que ha conformado su equipo de gobierno y la que está por moldearse con exceso de pasión y celo y se le fue la medida del tiempo. No fue nada procedente hablar de estos temas, pero menos aún con tanta extensión. Y pasó lo que pasó. A los primeros en irse los miraron un poco como si fuera unos maleducados, pero otros a ratitos se sentían atraídos por la idea de huir del soporífero discurso y continuó despejándose la zona. La ‘sangría’ de espectadores prosiguió y ya era evidente que el acto para muchos había acabado aunque Cruz siguiera a lo suyo. Poca parte del aforo aguantó estoicamente a presenciar el discurso completo, entre ellos los felices receptores de las medallas, a los que nos les quedaba otra. Menos mal que, al menos en algunos casos, supieron celebrar como se merece este día especial y ese momento quedó en anecdótico, en todo un hito del aburrimiento.
