la huelva choquera y tabernera

Paco Perdigones

Paco se ha jubilado y el Gregorio, su último refugio como hombre de bar y de taberna, seguirá refulgiendo en la memoria: Ese trato exquisito, ese humor que llega al corazón, su cariño por el oficio y por su clientela

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Paco Perdigones, en el bar El Gregorio H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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En la calle Fragata se reúne la parroquia que elige la tertulia después de la playa o en vez de la playa. Que se atreven a renunciar al placer sagrado en el verano por el otro paraíso: el de quedar y disfrutar de la amistad y la charla. Eso es el Gregorio (se me ha vuelto a escapar el tiempo presente, y una lágrima también). Gregorio era (casi) la última esperanza, pero nada muere si uno no quiere.

Me encuentro con Paco en el número ocho de la calle Fragata de Punta Umbría. Para más indicaciones, donde, en los últimos años, regenta el bar Gregorio. Si entro ahora mismo en internet me dice que abre pronto. Paco Perdigones Cruzado siempre ha abierto pronto y cerrado tarde.

Nos tomamos unos botellines de agua mineral, él siempre natural. Estamos en el patio fresquito, aledaño del negocio. Hay un recipiente con fruta de muy buen ver, plantas, algo de desorden por aquello de servir de almacenillo. Es un patio de toda la vida, donde se vive.

El Bar El Gregorio, en julio de 2021 H24

«Allí me he llevado veintidós, veintitrés años, en el Mercao antiguo». Porque de allí le conozco yo. De desayunar durante año todos los días, degustando un colacao y media con tomate y aceite mientras, en silencio, me deleitaba con las conversaciones de la parroquia, con sus golpes de humor. Con los sucedidos de un lugar tan intenso como es la entrada del Mercado del Carmen, en la encrucijada de calle Barcelona con calle Duque de la Victoria.

Las delicias: «Lo que había es mucha necesidad»

Me habla de las esquinas de José Fariña con avenida Federico Molina. «Empecé en Las Delicias, en Huelva, no sé si tú lo sabes. En la nueva y en la vieja. De la nueva sigue el edificio. Óptico Urbano está en la vieja. Allí empecé yo con doce años. Dos bares, en cada esquina, del mismo dueño: don Manuel Moreno Beltrán. Mi primer jefe. Empecé en la vieja, luego pasé pa la nueva. Esta familia era de Lucena: Vicente, Andrés, Manolo, Juani y María. Tres hombres y dos mujeres. Yo soy de Huelva, mi hermano empezó allí… tres hermanos hemos pasado por Las Delicias».

Imagen principal - Paco Perdigones
Imagen secundaria 1 - Paco Perdigones
Imagen secundaria 2 - Paco Perdigones

«Yo allí para todo. Empecé de freganchín pa lavar vazo, acarrear cajas de cerveza, poner las botellas bien… Antes no había lavavajillas, ni mucho menos, sino debajo del grifo, pum, pum, pum, pum. Lavaba doscientos vasos y había doscientos vasos sucios siempre. Y te pagaban allí, en aquel tiempo, en el año sesenta y tres, sesenta y cuatro, a tres pejeta la hora. Echabas tres horas, nueve pesetas. Echabas seis horas, dieciocho pesetas. A tres pesetas la hora. No se ganaba dinero. Tenías pa comprar un litro de leche, que valía seis pesetas. Un bollo valía una peseta. Decía mi madre uh, no ganas ni pa jabón. Pero ¿qué?… En aquel tiempo lo que había es lo que había. Lo que te daban ¿te das cuenta o no? Lo que te daban y punto».

«La vida era… pues había mucha necesidad. La gente iba con bolsas de plásticos a recoger las zurrapas del café, pa recuelo (1) … Mucha gente. Echaban el cajón de las zurrapas del café y llegaban a su casa y lo recolaban y hacían café. Porque antes se tomaba malta tostá, cebada. Se lo dábamos nosotros».

«Se tomaba café na más. Tapas había cuatro cosas: filetes de caballa, anchoa y queso. Y ensaladilla que hacía los fines de semana. De guisao y eso no, nada. Nosotros dábamos los platillos de las tapas, poníamos las botellas y nos daban dos cincuenta por el vasillo y otros dos cincuenta por el platillo. Un duro. Dos con setenta costaba el café en aquel tiempo. Yo iba a cambiar en la carbonería que estaba al lao del Buzo, de Lagares, enfrente a Las Delicias. Cambiaba las perras chicas, las gordas, pa dar las vueltas».

El precio de un café era, prácticamente, lo que le pagaban por una hora de trabajo sin pausa. «Antes pagaban na y menos, porque estaba así puesto el sistema».

«Cuando pasé pa la nueva tenía tapas de cocina y to ¿comprendes o no? Era un bar de lujo».

Hotel Victoria, de uniforme y más salario

«Ya a los quince pa dieciséis me fui al hotel Victoria. Estaba en la calle José Nogales. Antiguamente era calle Los Herreros, donde está la cafetería Epicentro, en el Centro, el Águila… La calle esa ¡José Nogales! Actualmente se vende el edificio. Allí se llevó Berrocal hospedao un viaje de años. José Luis Martín Berrocal. Presidente del Recreativo. El padre de la Vicky. A la madre la conoció Berrocal en el hotel. Ella estaba con unas niñas, de institutriz. De un perito, ingeniero, alemán creo que era. Vivía también allí».

«Ya allí no, ya allí ganaba más dinero. Con uniforme y eso. De un bar de barrio al mejor hotel de Huelva en aquel tiempo. El mismo dueño montó el hotel Tartessos. Don José Luis Ruiz. Que el hijo ha sido presidente del cine iberoamericano un montón de años. El hijo del dueño del hotel, que también se llama José Luis Ruiz».

«Entré porque estaba ahí trabajando un hermano mío que me metió de ayudante de comedor. Pa llevar y traer platos en el comedor».

Cafetería de la Ciudad Deportiva, la de don Genaro

«A los dieciocho años pasé a la Ciudad Deportiva. En la cafetería. Hacían celebraciones. Eso lo cogió un tal Genaro Infante, dueño de la Esquinita Te Espero. Cuñao de Ramón, también de la Esquinita. No sé si tú has escuchado hablar… El hijo de don Genaro tiene ahora la Esquinita allí en Damas. El hijo de mi jefe, Juanra, Juan Ramón. Y la madre Cándida, que yo creo que vive». Le confirmo que sí, que fue de gran ayuda para el relato de la Esquinita en el anterior libro. Y añade «Cuando hables con ella le refieres, tú verás cómo… sí, sí, sí».

«Genaro Infante Mauri era, en aquel tiempo apoderao, del Banco Español de Crédito de Huelva. Una persona de peso».

'Puntumbría', 'a veinte céntimos la hora«

«Ya con veinte ya me vine pa aquí, pa Punta. A trabajar. Aquí llevo cincuenta y dos años, en Puntumbría. He trabajado en el restaurante Perdigones, en la zona de Everluz, pegando al Pato Amarillo. En los bloques de Everluz, que pusimos un bar: El Caballo Blanco. En el quinto bloque de Everluz, que era de los Núñez. De Núñez de almacén. Uno de ellos tenía un supermercado y un bar. El bar nos lo alquiló a nosotros. Del 70 al 80, más o menos. Diez años».

»Decía mi padre, además con buen criterio, que la gente de los bares sólo tiene jambre, mierda y piojos. ¡Y es verdá! Es que te gana más un fontanero, un electricista, un carpintero, un albañil, que un camarero ¡Está mal pagao! Porque se cobra poco, no hay mucha liquidez para nada. Llego el primero, me voy el último y si yo cuento las horas que he echao los trecientos sesenta y cinco días del año con lo que he ganao sale a veinte céntimos la hora».

«Era churrería, bar, restaurante. Venía la gente de los dos hoteles. Y de los bloques grandes que están allí. ¿Te parece poco? Y de la playa que está ahí al lao. Alemanes que tomaban mucha cerveza con coñá. Una cerveza y una copa de coñá. Iban ligando las dos cosas. Iban bebiendo. Una cerveza valdría dos duros, diez pesetas. Un café valía cinco pesetas, un duro. Cerveza con coñá, porque como ellos son… La cerveza allí es más bien fuerte, y ésta es más bien floja. Pues pa darle fuerza»

«Bueno, los alemanes chapurreaban algo ¿comprendes? An bier, bier… o sea que tampoco se hablaba mucho. La cerveza es lo primero que aprenden a hablar los camareros y los alemanes. An bier, guan, du… Ellos se iban a las tantas, pero teníamos nuestro horario pa cerrar. Tampoco allí en los bloques se podía otra cosa. Algunas veces cantaban, cuando estaban ya un poquito calientes. Jejeje».

«Mucho trabajo. Son cinco bloques grandes de Everluz. Luego está el hotel Pato Amarillo a un lao, el hotel Pato Rojo al otro. Luego hicieron los bloques de Altavista, los del Cormorán ¿te das cuenta o no? Aquella zona tenía… bueno, y tiene movimiento. Yo es que, desde que me vine pa´cá, no visito aquello».

Calle Fragata, Paco Perdigones en el Bar Gregorio

«Y del 80 pa´lante estoy aquí en la calle Fragata. Llevó yo cuarenta y dos años. Era de mi suegro (2). Esto era una taberna antiguamente. Él se jubiló y ya, pues, me hice cargo yo y puse taberna bar. Pusimos café, pusimos tostás y cuatro tapas».

«En la taberna había peseteros. La época de los peseteros. Dos pesetas un vaso vino. Tres pesetas. Eso es lo que había. Venían los marineros». Le pido que rebusque en la memoria alguna anécdota de las conversaciones de taberna. «Lo típico del día a día. Se ahogaron muchos marineros. Hubo muchos naufragios. Por cierto, a una familia que le tocó los cupones, compró un barco, fite tú la fatalidad, y se ahogaron dos o tres de la familia. El dinero le vino pa peor. Pa que tú veas que… Pero eso ya hace tiempo. Cosas que pasan. Malajá».

«Mi suegro se llamaba Gregorio Coronel Domínguez. De Bonares de toda la vida. Se vino pa´cá en aquel tiempo y se quedó a vivir. Se casó con mi suegra, Ana González Horta. Ella era de Lepe. Aquí la mayoría de la gente son de Lepe, de Bonares, de Moguer, de Cartaya… El origen de aquí es ese. Este es un pueblo sin raíces. Un pueblo muy difícil, porque hay gente de tos laos. Cualquier pueblo que me nombres en su centro del pueblo vive el albañil, el fontanero y el médico. Aquí no viven los tres en el mismo bloque. En su época lo que había era las chozas y las casetas pa vivir. Y cuando el ayuntamiento cogió su auge pues hizo una barriada aquí, otra barriada aquí, otra aquí… Tienes cinco o seis barriadas. En invierno este es un pueblo muy esparcío. Centro de invierno no hay en Puntumbría. El sitio que vale es el centro. Las afueras no valen na, digamos. Pasa en tos laos. Pues en las afueras hacen las casas pa la gente del pueblo, pa los poco pudientes, pa los marineros, pa los trabajadores. ¿En Huelva en la Gran Vía quién va a comprar un piso? ¿un albañil, un fontanero? Pues aquí igual, más o menos».

«Aquí ponían papaliñá na ma. Se pusieron tapas cuando yo me hice cargo. Al principio riñones al Jerez, merluza a la marinera… Casi casi lo que tengo ahora. Ha ido a más. Tengo un hermano cocinero. Nosotros somos tos del gremio. Entre ellos este hermano jefe de cocina, que ya se ha jubilao, hace tres o cuatro años. Don Diego, ¿no sé si tú lo has escuchao por el Pato Rojo? Pegando al Pato Rojo se ha llevado allí lo menos veintitantos años. Pared con pared, en la misma entrada del hotel. Restaurante don Diego. Él me enseñó a hacer las tapas».

«Ahora mismo soy yo el que trabaja de cocinero de todos mis hermanos. Los demás están jubilaos tos. Somos trece hermanos, ocho hembras y cinco varones. Una hembra murió hace tres años ya cerca. Una de las mayores. Los cinco varones nos hemos dedicado a la hostelería. Y el más chico, mi hermano Juan, tiene unos sesenta y tantos años. La mayor ochenta y ocho años. Y los hermanos uno cocinero, otro camarero… El Lalo, donde la notaría, allí de esquina, en la ría, que ahora lo tiene un chino, es de mi hermano. Pinta cuadros y alquila el bar».

«En la cocina estamos mi mujer y yo. Fuera está mi sobrino, está mi nieto… Un bar familiar. Metemos allegaos o conocidos. Este chaval es un vecino nuestro. Y mi hijo que viene algunas veces a ayudar a lo que sea».

«Yo abro a las nueve. Vengo aquí a las ocho y media pa abrir a las nueve. Y ahora descanso un poco. Son las ocho menos diez. Me quedan cuarenta minutos pa merendar y venir pa acá». Ha tenido apagado el móvil para atenderme este ratito y ya lo enciende: «¿ves? ya hay mensajes… que va a ser la jefa, seguro. Verás, verás, espérate… Dos mensajes no leídos, de Legüi. Que le den por culo a Legüi. Este es del teléfono. Ha comprao Vodafon».

Paco hacía doblete en el Narváez del Mercado del Carmen

Le saco a colación el bar Narváez. De todo lo que se vivía en ese lugar de reducidas dimensiones, de cómo él era el alma del lugar. «Aquí y en tos laos… yo soy así. Y con mi cuñao. Estaba mi mujer también, estaba mi sobrino también. Casi siempre familiares casi to. Las frases se me ocurrían en la cabeza. Tú ibas pa poeta. Sí, pero lo que tiene que no estudié. La rubia elegante, el chavá de El Arahá, el niño que viene de Porriño, la shiquilla que viene de Pérez Cubilla, que si esto, que si lo otro. Que si pa ca, venga, despacito. Esto, pon, pon. Los chascarrillos y las cosas que… pa entretené a la gente». Y no para de reírse con sus recuerdos y ocurrencias. A mí me devuelve a esos buenos ratos de la cotidianeidad con sustancia.

«Yo abría a las siete y media, por ahí. En verano estaba en los dos sitios trabajando. Había veces que trabajaba veinte horas, eh. El fin de semana dormía cuatro horas, a veces. De aquí allí, de allí aquí. Los demás días no. El Narváez era nada más que medio día, porque no teníamos cocina ni na. Hasta la una, las dos, cuando terminaban los desayunos y eso. Y vuelta pa Punta Umbría». Ahora me resulta más incomprensible ese buen humor que gastaba cada día, como una religión de la alegría indiscutible.

«Yo grabo allí y saco una película, no veas… un corto bueno». Lo tiene claro Paco. Sabe de qué habla.

También había una clientela que daba mucho juego. Había que estar atento. Siempre llegaba un patriarca gitano que vendía oro. «¡Juan, Juan! Recuerdo una anécdota de película de Juan. De película ¿Te acuerdas del de las telas que estaba allí? Un mahareta. Una de las veces fue allí, al bar Narváez, de las muchas que fue, con las niñas que trabajaban con él, a desayuná. Y estaba mancornao con el gitano, y allí se formó media pelea. Total, que se llegaron a las manos. Las niñas se fueron, el papelón de churros allí, los cafés allí, llamo a la policía… Llega la policía local y a Juan y a Llanes, el gitano y el de las telas, venga, documentación, esto y lo otro, pa arriba y pa abajo».

«Cuando ya le dio los datos y todo eso, le dice ¡Llanes! al municipal, porque le dijo que tenía que ir pa´l cuartel…, mira, tengo el café aquí y los churros ¿me los puedo comer? ¡Ah!, estabachorreando sangre to arañao. Que le pegó una gañafá el Juan a Llanes. Y le dicen bueno, venga, tómate el café con los churros. Y a los cinco, diez minutos, que termina de comerse todo, le dice ¡el Llanes, el mahareta, al policía! ¿me puedo pedir otro café más que tengo ya los churros aquí pa gastarlos? Hombre, llevo ya un cuarto de hora esperándote ¿no te has tomao ya un café con churros? Tira, hombre, vámonos ya».

Le recuerdo aquel golpe maestro que le daba al plato y lo hacía volar, para delicia de los presentes. «Como aquel mostrador era de acero inoxidable, que luego me lo llevé pa la churrería… (en la calle Tendaleras) ahí tengo la foto por si le quieres echar…». Me muestra el documento gráfico que da fe del asunto para la posteridad, disparada por Juan Bautista Mojarro. «Le daba así al plato, uh, y si le daba fuerte daba en el techo de escayola. La escayola estaba bollá». Ahora la recuerdo presidiendo el fondo del bar.

Me hace una enumeración de clientes insignes. «Los Arestoy, de la carne, el Moya, Pepe Moya de la fruta, los Caítos del pescao, Noguera del marisco. Olaya: el que mejor gambas tiene en to el mercao. Hoy también. Carlos Olaya. Toa la gente de la plaza». Y de la hostelería de la zona. «El bar Miguel que estaba allí, el bar Central que estaba allí, el bar La Fortuna, estaba Curro Calvo, estaba El Peñón». Le recuerdo una taberna que nadie me identifica: «otra en el medio… bar Santana creo que se llamaba».

La penúltima taberna no se cierra

No se cierra el Gregorio de momento. El Gregorio sigue. «Esto está puesto a la venta. Esto piden trescientos mil euros. En el momento que venga uno por derecho, con el dinero, tengo que entregar la llave. Que no viene nadie, pues estamos aquí un día, un mes, un año, cinco años. El tiempo que haga falta. Ni Rappel lo sabe. Yo voy a intentar aquí enchufar a mis nietos todo lo que pueda ¿comprendes o no? Porque yo ya he hecho mi camino de sobra. Mi mujer está más delicá que yo, está más padecía. Va bien, pero que ya no está pa trabajá tanto. Ella ha trabajado desde que tenía quince años, en la tienda de La Parra, en el súpermercao La Parra. Un montón de años. Yo la conocí allí. Aquí en la calle Montemayor. Allí tenían una tiendecita, otra en la barriada San Sebastián, otra en Everluz. Tres. Yo no me iba a jubilar y dejarla sola. Te vas de cachondeo por ahí, al Imserso, y la dejas aquí, acalorá con la cocina y lia con los platos… como mínimo te araña. ¿Te va a poné un plato comida? Mueve tú los cohone y te lo pones tú, si quieres. ¿Comprendes o no? (se ríe socarrón) Aquí no hay tonterías. Al contrario, otro gallo cantaría. Que se jubila ella y tú le dices tú disfruta por ahí que yo me quedo aquí… Al contrario, muy raro que te diga eso tu mujer a ti ¡eso es muy raro, eh! Lo puede decir, pero yo lo veo raro. Yo no sé si tú lo verás raro o no, la cosa como es. Desde mi punto de vista, lo normal es lo que yo he hesho. No tiene otra lógica ¿A qué carta te quedas tú? Ponte tú en el terreno mío». Han seguido los dos juntos. Así ha sido. Aunque todo llega en la vida y su mujer sí, se jubila. Y bien merecido que llega este momento.

Una anécdota para cerrar. «Miles y miles y miles. ¡Hombre! es chiste y no es chiste, no. Ha llegao un tío y se ha llevao media hora sentao en el mostrador sin hacer gasto ni na. Digo, quillo, que pa estar aquí hay que pedir algo. Pues dame ahí un cigarrito. ¿Un cigarrito también…? Venga, date la vuelta ya, coño, que llevas media hora aquí sentao… un cigarrito también ¿no?» Y rematamos la faena con otra buena sesión de risas. Porque realidad mágica es la que se vive en estas barras de los bares de lucha diaria.

Filosofía de barra y vida

«Cincuenta y ocho años trabajando. En la vida me ha pedido nadie una hoja de reclamaciones. Porque no hay que dar lugar a eso ¿no? ¿Esto qué pasa, que no le gusta? Pues se lo cambio por otra cosa. Y lo bueno de los móviles… a la hostelería le viene bien. Porque tú le pones el café frío y no te dice na, porque como llega diez minutos más tarde… está el café puesto ahí, o la sopa o lo que sea. Come, está frío y el tío se calla. Antes te decía está tapa está fría, este café está frío. Cae menos la gente en las cosas».

¿Qué le ha dado este negocio, Paco? «Pa comé y viví y ya está. La hostelería, en general, yo le digo abejeruco. Llevo cincuenta y ocho años trabajando en esto. Más que yo poca gente sabe, porque yo he tocao todos los temas. Abejeruco en la hostelería es trabajar mucho y ganar poco. Al ochenta por ciento de la batalla le viene un imprevisto de tres mil euros y no tiene pa pagar. Lo que yo te diga. Ya lo pagaré… ¡unos márgenes muy cortos! No hay manera. Hoy, hoy, por muy poco, muy poco, que tiene que valer lo que menos pidas tú, lo mínimo, en un negocio uno cincuenta. Un café, un vino… ¡lo mínimo! Y lo mínimo no está en uno cincuenta. De ahí pa arriba lo que sea».

Pensando de nuevo en el Narváez, su cuñado era más seco y Paco Perdigones era la alegría y la chispa. «Aquí iguá. Yo tengo setenta años y le echo la pata a todos los que están aquí. Estáis más apagaos que un real de cal, te voy a poner una inyección de galgo y otra de liebre pa que te muevas, pa que corras, que estáis más paraos que un reloj de dulce. Venga, movilidad y agilidad. En la hostelería es así. Toda la gente viene y ¡una cerveza! Ni cola ni na. En la hostelería, en la barra, no hay colas: llega y pide y ya está. Y no mira que hay un cliente esperando cinco minutos. Usté va a echar la quiniela y hace su cola, va a la barbería y hay su cola, va a los churros y hay su cola. ¿Y en la hostelería no hay cola por qué? Llegas a la barra y pides un tinto, por ejemplo, y a lo mejor el camarero tiene que poner seis cervezas, que se las han pedido antes. ¿A ver cómo se lidia con eso?... eso es punto y aparte. Eso es otra historia. Esto es muy difícil de llevar. Tienes que dar una de cal y otra de arena y que todo el mundo esté contento. Ah, enseguida, enseguida atiendo. Ahí no te tienes que amargar ni discutir con nadie».

Con estas últimas reflexiones se va a merendar, que pronto estará de nuevo donde ustedes saben que encontrarán buen comer y buen charlar. Buena gente, en definitiva.

Notas al pie

  • (1) Esto ya nos lo contaban en la primera entrega de «Huelva choquera y tabernera» sobre el bar Astoria.

  • (2) Para ilustrar la vida del fundador del Gregorio reproduzco las palabras del gran cronista Fernando Barranco Molina, gran persona y enamorado de la Punta de ahora y de siempre: «Gregorio Coronel Domínguez, primero se marchó a Huelva capital a trabajar con su tío en un bar que regentaba en la calle Tendaleras, como tantos bonariegos que vendían el rico vino blanco de Bonares. Pero a su tío, en una de las visitas a su pueblo a por barriles de vino, lo mataron de vuelta a Huelva. España estaba en plena Guerra Civil... (Huelva Información, domingo 2 de diciembre de 2018)

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