Hay días en los que todos los caminos te llevan a Lepe

Enrique Romero Santana y su exposición, el 1900 y los zampuzos y las historias de marineros

El Pollo, un héroe de barrio

Taberna El Pozo y Bar Palomeque

U.J.M.

El artista lepero Enrique Santana, junto a uno de sus cuadros H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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Mirando por la mañana a nuestro parque de la Isla Chica me ha dicho algo. Baja a Huelva, baja a Huelva. Sé que me estáis cuidando con mucho cariño y que aún queda camino (1) Ahora baja a Huelva y diviértete.

Así que me acordé de mi amigo Marcos Gualda, que lo tiene claro. Hoy se inaugura la exposición del año y allí me dirigí (2).

El más ínclito hijo pródigo ha vuelto a su Lepe del alma y viene, casi por las fechas de la Epifanía, a traer un cautivador regalo: su pintura arrebatadora. Enrique Santana está mejor por aquí, que te lo digo yo. Que en Huelva hace menos frío.

Antes parada en el Ruben's. Decoración industrial y cervecera, por una espumosa inercia. Unas IPAs artesanales. James Brown mueve las caderas, los Doobie Brothers ponen melodía a nuestras pintas y Etta James, finalmente, nos vuelve a seducir con el terciopelo de su garganta.

Apretamos el paso hasta el Palacio de la Diputación y en ese lugar nos encontramos con amigos y amigas... Eso es siempre lo mejor con diferencia.

Mario Asensio y Pilar Castilla, que en toda ocasión son sonrisa y alegría. Pilar Barroso, la gran y entrañable pintora. El polifacético y sorprendente Bernardo Romero. Víctor Pulido y su arte imprevisible. Ángela Sánchez y Manuel Vázquez siempre en la leal labor de conquistar a sus hijos con el arte. Mi escritor de cabecera Mario Marín. Julián Pérez armando su ametralladora.

Las marinas que se funden con el vértigo de las alturas incomprensibles. La cabeza de Enrique Romero Santana lo registra todo para devolverlo con un impacto de quilotones.

Tras este baño de placer e incredulidad, nos acercamos a la casa de Antonio y Mihaela. Siempre anfitriones con la amabilidad y la sonrisa. El 1900, un saloon familiar en el que a nadie se le ocurre disparar al pianista.

Mihaela aparece como inusitada presentadora. Con su verdad pone en situación al espectador. Esto va de transgredir normas. La exposición 'Fotografías intervenidas' tirotea con fuerza en las entrañas.

Francisca Alfonso, en el 1900 H24

Francisca Alfonso aparece como una explicación ensoñadora a lo que impacta desde las paredes. Sus estudios psicológicos sobre fotos salvadas del naufragio. Los momentos solemnes que buscaban acabar en la lata de Cola Cao que una niña malita veía una y otra vez, en sus fiebres infantiles.

Ella es de Lepe y sabe mucho de inventar y de serendipias. De experimentos con explosivos. Los más hermosos. Y sabe de zampuzos. Ser lepera y entender de zampuzos es ley.

H24

Mi tío Alfonso me hablaba de ellos en la capital choquera. Lugares de mala muerte en los que los marineros pisaban serrín y bebían y bebían. Vino de Bonares, aguardientes, manguaras.

Francisca Alfonso nos sitúa. «Antes había muchísimos porque había mucha viña y la gente pisaba su propia uva. Mi tío lo sigue haciendo y él se bebe el vino. La gente del campo, los hombres, terminaban de trabajar y acababan allí. Y la gente de la mar, que había muchísimos marineros, lo que hacía era que se llevaban el pescado a los zampuzos y se lo comían allí. Toda la comida se compartía».

«Cuando hice el trabajo para la universidad fui a uno que lo tenía una amiga mía, su marido. Y me contó todo esto. Mira, una vez unos marineros cogieron un pescado muy grande, muy grande, muy grande, yo no sé qué tipo de pescao… entonces lo asaron en el horno de una panadería y como no querían cortarlo se dijeron cómo nos llevamos esto ahora al zampuzo. El zampuzo era El Rata (3)». A uno que tenía una funeraria se le encendieron rápidamente las luces: pues lo llevamos en el coche fúnebre. «Yo no podía creérmelo y mi amiga va y me enseña una foto. ¡Una foto! Y así se llevaron el pescao. A ella le encanta contarlo». No todos los días un, pongamos, pez espada recibe tan altos honores de camino al catafalco culinario.

Imagen principal - Pepe Toronjo, El Pinche y Paco Toronjo / Zampuzo El Rata con el pescado que viajó en coche fúnebre
Imagen secundaria 1 - Pepe Toronjo, El Pinche y Paco Toronjo / Zampuzo El Rata con el pescado que viajó en coche fúnebre
Pepe Toronjo, El Pinche y Paco Toronjo / Zampuzo El Rata con el pescado que viajó en coche fúnebre H24

Como ya me pongo en posición de acecho para poder disfrutar la maravilla que puede constituir esa instantánea transgresora, Francisca me da calabazas… de momento. «No tengo su teléfono, pero sé dónde vive» y se ríe. Porque sabe dónde vive, estaría bueno. Porque en los pueblos todo el mundo está localizado o localizable a la velocidad de la luz.

Los zampuzos eran y, en cierta medida, siguen siendo, «lugares de hombres». «Es más, yo hice el trabajo en 2011, 2012, y yo entraba allí y a mí me miraban. Que entraran mujeres en el zampuzo no era común».

Quedan muy pocos y, hablando de todo esto, a Francisca le acomete un neologismo juguetón e inquietante. La solastalgia que oprime la garganta.

Pero el hilo sigue enredándome. De repente, al día siguiente, estoy en Waingunga. Un rincón para disfrutar de la naturaleza tanto si quieres no parar como si quieres disfrutar de la quietud.

Hablo con Juan y me sumerge en el Lepe marinero. Todo no son campos de secano, antaño, ni invernaderos y frutos rojos de hogaño. El mar llega hasta aquí en espíritu y al puerto de El Terrón, a las arenas de la playa de La Antilla, en realidad física y mental.

Jornadas agotadoras y semanas tan largas como el atoramiento en la garganta de las lágrimas pendientes. Cuando vuelve la marinería y sus patrones, Lepe restalla de alegría. Sus bolsillos fecundos transforman la fisonomía de bares y tabernas. No se puede reprimir que las horas de aislamiento encuentren su antítesis en el desenfreno.

La jarampa (4) es el premio que hace que el exceso reine apenas por unas jornadas que ya no son de dura labor. El gasto, como desenlace, aparece desbocado desde el bolsillo cuando se siente la cercanía de la barra. Y que se esconde cuando la supervisión de la mujer quiere acercarse.

Me cuenta del flamenco en las tabernas. De Paco Toronjo al que la gente lía y relía. Porque Paco quiere, lo busca, te busca para que lo enredes. Se deja querer. Luego queda, usado, en un rincón en el que se rebulle en su inconsciencia. Le pagan la fiesta, le exprimen los juerguistas, se largan los juerguistas. Ya no hay fiesta, sólo rincones donde habita la soledad.

Paco va también al puerto a dar sablazos, para continuar el camino sin luz. De repente canta y todo se transforma hasta que el interruptor vuelve a fallar. En casa le esperan sin querer que llegue. Su reino es la calle.

A veces se habla por los mentideros de la mejor actuación de Paco. Casi siempre es Paco sin actuar. Sólo siendo un artista como la copa de un pino en cualquier momento inesperado. Las cosas de Paco.

Todavía hay por ahí quien le conoce bien. Es el tío Patrocinio Mora, que tiene en La Antilla el restaurante O´Barco (5), es uno de ellos.

En otra taberna otro cantaor. Le acompaña el guitarrista de taberna, el tocaor que acompaña el cante de abajo (6). En la porfía dirige sus dardos cuando tiene ocasión, cuando le buscan la boca. Casi se forma lo más grande. Se anticipa la tremolina con sus fandangos acerados. Habla de la mujer de uno sin hablar de ella. De que si es infiel, que si esto, que si lo otro. Hierven las sangres y los fierros por ahí andan. Hay que huir.

Juan es un como un libro que quema al abrirlo. Tienes que asomarte a él y que arda lo que tenga que arder. Y me habla de los mejores coches de Lepe. Dicen que si puedes comprarte un cochazo búscalo de un patrón que ya va detrás de otro capricho. En cuatro años pueden usarlo cuatro meses. En algo hay que echar el abundante dinero. Algo se invierte y mucho se gasta.

«Hay gente que siempre tiene que estar embarcado», me dice, porque lo sabe. Porque una vez hecho el cuerpo al desorden, quién mete en cintura la voluntad esquiva. Hay que volver a la mar que gobierna los cuerpos sin clemencia.

Y me habla del tabú de los senegaleros (7), y me habla de tantas cosas con palabras y con silencios.

Esto es lo que tiene abrir la caja de los truenos, que resuenan y que ya no quieres otra cosa que escuchar y viajar por esas historias.

Notas al pie

  • (1) El miércoles 11 de diciembre de 2024 hubo una exitosa concentración por la defensa de este inofensivo y desprotegido parque, con unos 600 asistentes.

  • (2) Bernardo Romero escribe… «Por resumir su vida podría apuntarles que de niño pintaba marinas y bodegones para llegada la temporada estival vender sus pinturas a los veraneantes». «Ves un mar revuelto, ahora confiesa que el cuerpo le pide acercarse a mares más calmos, y en un salpicar de la sal puedes ver varias pinceladas chocando en aparente caos, pero cada una en su preciso y justo lugar. Es esa búsqueda de la precisión, plena de sentimiento, pintada a corazón abierto, lo que le ha llevado a ser una referencia en el mundo del arte, y desde bien joven. Galerías de toda Europa se lo disputaban antes de marchar a los Estados Unidos. Bruselas, Milán, Brescia, Lovaina, Düsseldorf, Berlín… y por supuesto París, Madrid, Barcelona o Londres, donde residió más tiempo antes de acabar en los Boston y luego en Chicago, en un país al que llevó un realismo que cautivó desde un primer momento a marchantes y galeristas. De nuevo la aceptación».

  • (3) Este Zampuzo fue fundado en el año 1932 y cuenta con tres generaciones de antigüedad. Su curioso nombre proviene de una divertida anécdota infantil, pues al tío del actual gerente, siendo aún un niño, el cura del pueblo lo llamaba Ratilla, por ser muy delgado, bajo y travieso, calificativo que adoptó posteriormente como apodo y que perdura hasta la actualidad dando nombre al establecimiento. Lo cierto es que esta original denominación la adquirió a partir de la segunda generación, porque en sus comienzos este zampuzo se conocía popularmente con el nombre de Arroz con papa, apodo del dueño inicial. Actualmente, Roque, vecino de Lepe, dirige con la ayuda de su mujer este negocio emplazado en la calle Isla Cristina. Él mismo se encarga personalmente de toda la elaboración del vino y su mujer prepara puntualmente platos o tapas variadas para ofrecer a sus clientes. En cuanto a sus vinos, encontramos el mosto de la cosecha anterior y el mosto nuevo, que se puede empezar a degustar a principios de diciembre.

  • (4) Según Aguilera Nieves se trata de un término muy marinero, con muchas acepciones y con numerosas connotaciones entre la marinería de todo el golfo de Cádiz, así como también en la costa mediterránea, y hasta incluso en el Algarve portugués y en Centroamérica. Con dicho término, según describe este isleño de familia marinera, se designa «el reparto entre la tripulación del pescado que no se vende en lonja, bien por estar deteriorado, bien por no tener valor comercial, y que sirve como una especie de retribución en especie». Con dicha jarampa, o bolsa más o menos voluminosa de pescado, prosigue, «se ha matado históricamente mucha hambre en numerosas familias cuando las retribuciones de la marinería eran muy exiguas». También usaban los marineros la «jarampa» para «pagar deudas generadas por pequeños vicios, dejándola en la taberna antes de que llegase a casa».

  • (5) Mora, que ha llegado a abrir su restaurante gratis para los sintecho y ha repartido hasta medio millar de cenas en los asentamientos, siempre ha sostenido que la idea se le ocurrió «porque durante mi infancia pasé una situación similar a la que pasan ellos ahora, y pude salir adelante». En su restaurante, los comensales disfrutaron de un menú especial con productos típicos de estas fiestas, compuesto por gambas blancas, sopa de marisco, ternera y arroz con leche, prescindiendo de bebidas alcohólicas y de cualquier derivado del cerdo.

  • (6) «En épocas más antiguas, como no teníamos el adelanto que en comunicaciones tenemos hoy, había que echar mano a lo que había. Y lo que había era, vagamente, la radio y cualquier tipo de espectáculo. Entonces estaba muy en boga el flamenco. El flamenco era una vía de escape del hombre. Sobre todo, solía practicarlo en las tabernas. Yo lo he practicao mucho. Era una forma de liberarnos, digámoslo así. En cualquier momento, en cualquier sitio, taberna… Siempre surgía un cantaor. En cualquier momento. Era respetao por todo el mundo. Cuando cualquier cantaor, aficionao evidentemente, cantaba, automáticamente había un silencio. Porque se respetaba. Tanto por el tema cultural como por el respeto propio que representaba el flamenco. Era muy bonito. Una etapa distinta a la de ahora. Entonces yo he cantao en todas las tabernas, en todas las romerías, en casas particulares. Un cantaor un poquito más de abajo, como solemos decir. De abajo. Arriba significa subir el escalón del escenario que es más frío (se ríe). El cante de abajo es más locuaz, es más puro. Es entrañable. Se hace de una forma con más arte. El de arriba es más frío».Testimonio de Pepe Garcés Infante, Pepe Fregenal, en el libro «Huelva choquera y tabernera, volumen 2» (editorial Niebla, 2024).

  • (7) murga (similar a la chirigota gaditana) 'Los Senegaleros, mitad africanos, mitad leperos'.

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