TIRO AL AIRE
La izquierda que perdió la cabeza
El político helicóptero, como el enamorado metomentodo, es tan agotador que termina provocando el efecto escape. La huida
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Escribió Frédéric Beigbeder que el amor dura tres años y no entraremos a debatirlo, aunque cuatro o cinco parecen cifras más exactas. Que ese sea el tiempo de una legislatura es una mera coincidencia. Aunque es el mínimo que se necesita para conocer bien al ... amante o al líder político y es innegable que se pierden tantas cabezas en la política como en el amor. En ambos casos termina uno metiéndose en la vida del otro, a veces en exceso y no siempre desde el respeto. Le ha pasado a nuestra izquierda. No les ha quedado ni una balda del frigorífico o un ingrediente de la despensa del que darnos instrucciones. Ni un tejido del armario sobre el que dictar un veredicto. Ha buscado corregir nuestra forma de viajar, de comprar, de abrir las puertas. De estar frente a la Cultura. Frente a la Historia. Nos han dicho cómo alimentar a nuestros bebés, cómo educar a nuestros hijos. Nos han explicado cómo irnos de vacaciones. Cómo hablarnos unos a otros. Cómo mirarnos unos a otros. Cómo pensarnos unos a otros. Hasta cómo arquear la ceja –¿o era la zeja?–. Como una religión y, sin el como, la izquierda se ha instaurado en un atalaya desde la que nos dicta qué está bien y qué está mal. Sin discusión. Es más, como una doctrina intolerante, se nos recuerda que fuera de sus directrices, está la barbarie. Los del otro lado no es que estén equivocados, es que son unos blasfemos. Lo dicen y se lo creen, por eso no entienden que estén perdiendo adeptos. Son el amante cegado, incapaz de ver cómo, de tanto invadir la vida del otro, en su espacio personal, han terminado por asfixiarlo. El político helicóptero, como el enamorado metomentodo, es tan agotador que termina provocando el efecto escape. La huida. Es el fin del amor. Te quise, sí, pero no puedo más. Necesito libertad. El entrometido abandonado, claro, no lo entiende. Pero si te he ayudado en todo. En todo te he aconsejado. He estado siempre aquí. Te he hecho la vida más fácil. ¿Y así me pagas? Sintiéndose desamparado, pasará por diferentes fases. Primero, no entiende su soledad. En su lamento, culpa al otro. Habla de falta de comunicación. De incomprensión. Luego, ruega otra oportunidad. La próxima vez lo haré mejor, promete. Ante la perspectiva de que no haya reconciliación, la ruptura se plantea dolorosísima. Sólo el tiempo traerá la cura.
En el amor y en la política siempre hay más peces. Lo bueno del amor es que no hay prisa. Es más, se les puede ignorar. Lo malo de la política es que son indispensables. Por contrapeso. Por eso, es labor de la derecha, pero también de la propia izquierda, trabajar para que ésta recupere la cabeza. Es una razón tan sencilla como democrática: ¿quién, si no, ayudará a amueblar las cabezas de la derecha que se pierdan por amor al poder? Va a ser que la duración de las legislaturas también iba de esto.
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