LA HUELVA CHOQUERA Y TABERNERA

Las Maravillas

Es un nombre ambiguo porque en gran parte de su recorrido vital la dureza era la impronta en la que los choqueros del barrio del Molino de la Vega sobrevivían

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Taberna Las Maravillas, en la barriada de El Molino de la Vega de Huelva H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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En el segundo volumen de la 'Huelva choquera y tabernera' (editorial Niebla, 2024) seguimos buscando la esencia de la taberna. Algunas de las características que agrupan a muchas de ellas son que el impulso lo dan familias abnegadas por sacar adelante a los suyos, que las gentes del barrio hacen de ellas parte de su existencia, que a través de ellas y desde ellas se puede analizar las identidades colectivas. Las Maravillas es un nombre ambiguo porque en gran parte de su recorrido vital la dureza era la impronta en la que los choqueros del barrio del Molino de la Vega sobrevivían.

«Los orígenes del Molino de la Vega se pierden en la noche de los tiempos. Éste, que era el más grande de los existentes en Huelva, estaba dedicado a moler trigo. Pertenecía desde el siglo XVI al Estado de Saltés y Marquesado de Astorga. El representante de los intereses de los nobles citados en la villa de Huelva, cumpliendo las órdenes de sus señores, lo arrendaban a diversos hortelanos, por determinado espacio de tiempo y el canon económico que ambas partes fijaran. Bajo estas circunstancias fueron pasando los siglos hasta que, puesto en venta por sus propietarios, el 12 de abril de 1831, lo adquirió el rico terrateniente afincado en Huelva, Dionisio Cícero de Lombraña…» (Huelva Información, 18 de junio de 2012). Eso fue, eso pasó. Y mucho más. En este relato encontrarán gentes que nos dicen cosas de nosotros. Lo que somos también está escrito en las vidas de los otros.

Vidas contempladas desde una taberna de barrio

África tiene su callejón de los milagros (1), la India tiene su ciudad de la alegría (2), y París su corte de los milagros (3). En el Molino de la Vega nació la taberna Las Maravillas. Paseo de las Palmeras número tres. Caminos duros antes de la guerra. Más aún en la postguerra. Los sueldos de miseria y la difícil vida, en competencia por la supervivencia, en las casas de vecinos.

Imagen principal - El interior de la taberna. Manuel Martín y Dolores Chaves
Imagen secundaria 1 - El interior de la taberna. Manuel Martín y Dolores Chaves
Imagen secundaria 2 - El interior de la taberna. Manuel Martín y Dolores Chaves
El interior de la taberna. Manuel Martín y Dolores Chaves H24

Todo eso se avistaba y compartía cuando Manuel llegó, como tantos convecinos, desde la cercana Bonares. Era pueblo del mejor vino. Mucha gente tenía tierras con viñedos. De gentes laboriosas y emprendedoras, con olfato comercial.

«Todos todos los que montaron tabernas hicieron dinero». Juli Pérez, su nieta, me cuenta la historia con un gracejo juvenil. Como si todo hubiese sido tal que ayer y las penas fueran barnizadas por la ilusión de transmitirlo y que no se pierda.

¿Quién se iba a meter a marinero sin saber cómo era el mar siquiera?

Su abuelo Manuel Martín arribó a la capital para trabajar en una taberna. «Porque antes no eran bares, eran tabernas. Y aquí, antes, dónde se iba a trabajar. Otra cosa no había por aquella época. ¿Quién se iba a meter a marinero sin saber cómo era el mar siquiera?». En un principio allí laboraba e incluso dormía, tumbado tras el mostrador, en una tarima de madera. Se echaba una manta y se quedaba a dormir.

Como era una persona ahorrativa, pronto reunió lo necesario para adquirir el lugar, remodelarlo, y nombrarlo como tan conocido se hizo: Las Maravillas. En las que él posiblemente soñó, inmerso en la aventura de prosperar. Esto fue a principios de los años 30.

Se casó con su novia de toda la vida, Dolores Chaves. Vivían en la casa de al lado, que también la compraron por aquellos tiempos.

«Porque mi abuelo, al tiempo de comprar la casa, se compró, como él era de Bonares, una bodega. Y tenía un montón de bocoyes, de barriles de roble, ¿sabe? El vino lo hacía él prácticamente. Compraba la uva, tenía el lagar y hacía los vinos y los traía a la taberna. Pero allí tenía gente que le trabajaba. Él iba para ver cómo iba eso. Iba dos o tres días y ya luego se venía pa ca. Mi abuelo tenía una hermana que era soltera y ésa le ayudó muchísimo con la taberna. La hermana se llamaba Cristobalina, que mi madre se llama así por ella. Y ella se hacía cargo del bar».

Un abuelo muy taurino

«Mi abuela era una persona muy sumisa, y a mi abuelo le gustaba presumir. Él tenía muy buenas amistades. Se juntaba con gente bien de Huelva. Le gustaban mucho los toros y tenía muchos conocimientos sobre ello». Tal es así que un amigo de la familia fue Manuel Báez Gómez Litri, diestro onubense y hermano de Miguel Báez Espuny El Litri. Eso lo atestigua una foto dedicada a su abuelo, que estaba en un marco precioso, antiguo, que sería de gran interés recuperar.

Este Manuel Báez murió a raíz de una cogida de toro (4). Tenía una novia. Como el padre era viudo se casó con dicha novia. Y de ese matrimonio nació El Litri padre.

«Él todas las ferias de Sevilla iba a los toros. Y mi abuela trabajando en casa y en el bar»

«Él todas las ferias de Sevilla iba a los toros. Y mi abuela trabajando en casa y en el bar». Tuvieron nueve hijos y se les murieron seis. Uno haciendo la mili. «Cuando fueron a recogerlo, ya lo habían hasta enterrao, fíjese. Nos dijeron que pasó y ya está. Y al año siguiente otro también con 21 años, que era mellizo con mi madre». La madre de Juli, Cristobalina, había nacido en 1926.

Sobrevivir en el barrio de El Molino de la Vega

La vida era muy austera y Manuel y Dolores personas muy trabajadoras. «El barrio era de obreros, más bien de gente pobre». Enfrente estaban las vías del tren y las principales ocupaciones estaban en la marinería y en la descarga de carbón llegado de la Cuenca Minera. «Antes los sueldos eran tan chicos, que los pobres vivían en casas en las que había unas pocas de familias. Había un patio de estos grandes, que cada familia tenía un departamento. A lo mejor una habitación, con un comedor y la cocina era de todos. Me acuerdo que ahí se peleaban, se pegaban, se sacaban de la casa las mujeres por los pelos… porque había mucha miseria ¿comprende? A lo mejor una tenía aceite y la otra iba a hacer de comer y le quitaba un poco, claro. Y para la que le estaban quitando el aceite era como si le estuvieran quitando un millón de pesetas. Gracias a Dios nosotros no tuvimos ese problema. Pero ellos sí, los pobres».

Un tren venía de Zafra, hasta la estación de Sevilla o la de Zafra. Luego dos ó tres vías eran de carbón y de minerales que iban al puerto. «Pasaban por allí los trenes y se movía la casa, sobre to con el que venía de Zafra».

Los maquinistas tiraban bolsas de carbón para que los recogiera alguien de la familia. Los sueldos de miseria no daban ni para alimentar la hornilla «¡Y estaban trabajando los hombres!, ¡es que no tenían, es que los sueldos eran una porquería! Yo trabajaba en el Banco de Santander y todos los meses me tocaba pagar a mí las pensiones de los marineros, del Instituto Social de la Marina. Mira, cuando yo veía a los pobrecitos tan mayores, que habían echao la vida toda en la mar, medio muertos de los bronquios, y le daban una pensión de 300 pesetas. Eso te estoy hablando del año 70 ¡No se podía vivir! Y muchísimos que no podían coger ni pensión, porque era fulanito o menganito que no les pagaban la Seguridad Social. Cuando se jubilaban no habían pagado nada por él y no cogían ni paga, con el enchufismo. Antes era así. Ahora lo hay, pero tarde o temprano se sabe».

Siempre un espectáculo

«La taberna era grande. Tenía dos, tres, cuatro ventanales, y dos puertas». Con la barra donde luego la hemos conocido.

A la taberna iban muchos cantaores. Muy nombrados eran los hermanos Rofa, guitarristas famosos de Huelva. Una o dos veces al año iba el profesor Landil, que hacía juegos de magia y era muy reputado por aquella época. Tenía la taberna, lo que se dice, un ambientazo.

«Los guitarristas se iban por ahí de fiesta con la gente rica, a alguna finca, a algún chalé, o venían del cabaré que estaba en la calle Gran Capitán, allí cerca. Era el único cabaré que había. Pues… a lo mejor la terminación era en la taberna de mi abuelo. Se cantaba, se bailaba, de todo».

En el cabaré había flamenqueo y había de todo: varietés, bailarinas… «Yo no he ido nunca, porque a eso no se podía ir, pero había lo que había en un cabaré. Y si alguno decía cierra, como se ha hecho en muchos bares, la puerta cerrá y la fiesta para nosotros».

Y por las Navidades iban por la noche los campanilleros, muy bien vestidos con sus cintas. Eran de la barriada de la Navidad. «Cantaban estupendamente, porque eran un coro muy bien formao». Iba la gente a verlos, las mujeres se ponían en la puerta y la taberna llena de gente. Les daban dinero y los campanilleros se lo repartían.

En el lugar la concurrencia era únicamente masculina. «Las mujeres no, sólo los hombres. Porque allí era mayormente el vino». Si las mujeres entraban en la taberna no pasaba nada en absoluto. «Lo que pasa es que no se acostumbraba y como era una taberna… Porque ahora todo es distinto. Aquello era de hombres: mucho marinero cuando venían de la mar. Era un barrio también de marineros».

«Para las Colombinas siempre se hacían las corridas de toros. Pues una vez se escapó uno y se vino por toda la vía del tren hasta por aquí por el Molino. Mira, uno que iba con una maleta mira pa atrás y estaba el toro ¡Cómo se pudo!, porque esto lo vi yo desde el balcón, ¡cómo se pudo subir a un poste de la luz con la maleta y to! Toda la gente corriendo, oy, oy, oy. Fíjate escaparse un toro». Esta anécdota fue a principios de los 60.

Herencias y sucesiones

«Con mi abuelo se vino a trabajar un hombre. Porque mi tío se cayó y se rompió. Ya se tuvo que venir alguien a ayudarlo. Vino de Bonares. Le hablaron muy bien de un hombre que se llamaba Jeromo. Porque mientras estuvo mi tía Cristobalina (hermana del abuelo), por la mañana se levantaba a las seis de la mañana, o a las cinco de la mañana, a limpiar el bar ¡de rodillas! Para que cuando abriera, que no sé si abría a las siete de la mañana, estuviera limpio. Pero se puso mala».

«Mi abuelo se murió, en el año 1963, porque le dio un derrame cerebral. Como se llamaba antes. Y murió de seguida. Cuando se hizo el reparto de la herencia de mi abuelo. quedaban tres hermanos de los seis. Mi madre, mi tío Paco y mi tía Salomé».

«Mi madre, cuando se casó, se fue a vivir a una casa que tenía mi abuela por parte de padre. Estaba en la calle del Medio, que era lo que es hoy la Gran Vía. De la Diputación hasta lo que es la Casa Colón. Allí tenía mi abuelo una casa con dos plantas y la de abajo se la dejó a mi madre. Precisamente estaba ¿dónde está el hotel Tartessos?, pues allí. La Gran Vía como era entera de casas bajas las echaron abajo todas. Pero la casa de mi madre no. De Hacienda hasta la otra esquina, eso lo echaron abajo. A eso le decían el Derribo. Bueno, total, que el ayuntamiento expropió las casas, porque ya querían hacer el hotel y les dieron un buen dinero. Y como mi madre se tenía que ir de allí, mi abuelo, por parte de madre, le hizo un piso arriba de la taberna. Un piso precioso ¡iba la gente a verlo, fíate! Con su cuarto de baño, fíate… esto que le estoy hablando hace 67 años (en 1955). Yo viví arriba de la taberna desde que tenía cinco años».

La bodega, que tenían en Bonares, como no se iban a dedicar a eso, la vendieron. Los bocoyes se los compró Pedro Domecq (5), porque eran de roble y con una solera excelente, por muchísimo dinero. Lo menos medio millón de pesetas de aquel entonces, cuando un piso podía costar 200.000 pesetas».

A su tío Paco le tocó el bar. Él llegó a ser el que más años llevaba viviendo en el Molino, no había ninguno más viejo que él. Estaba trabajando en el Banco Hispano y se quedó con la taberna. Y Jeromo trabajaba de camarero. «Pero ya mi tío no quiso tener más el bar, porque era mucho jaleo para él. Entonces le propuso a Jeromo que se lo comprara. Le ofrecían a él un dinero, bastante dinero ¿sabe? Pero, claro, se lo tenía que decir antes a Jeromo. Jeromo le dijo que sí, pero que no podía darle tanto. Mi tío accedió porque le daba lástima. Había venido toda la familia y to y se lo quedó entonces». Fue ahí cuando pasó a bar, a finales de los 60.

Dolores, magia y simplicidad en los fogores

La cocina la ocupó la madre de Jeromo, también Dolores. «Se vino toda la familia porque ese bar era una mina. Primeramente, porque tenía ya un nombre, un nombre muy reconocido en Huelva. Y porque se hacían muy bien las tapas». Se puso lo de la lotería (primitivas, quinielas y demás). Vinieron las hermanas de Jeromo, que es el que montó todo lo nuevo, pero el bar era de todos.

Ponían unas tapas estupendas. Los caracoles de su abuela Dolores eran conocidos y reconocidos como los mejores de la capital. Y aun la receta reposa en buenas manos y en un secreto romántico. «Como los hacía mi abuela no los ha hecho nadie». Y en el aire queda la promesa, que a mí me hace salivar, que me los va a dar a probar. Espero con impaciencia el momento.

Antes fue Dolores su abuela. «Cuando era la taberna, mi abuela freía las patatas, esas finas. Las cortaba con un cortador de madera y las echaba en agua, en un lebrillo de barro. Y ahora, cuando estaban enjuagá, las ponía en un paño blanco, en otro lebrillo, y las patatas, una a una, una a una, para que se secaran. Eran una cosa riquiiiísima».

También la mujer iba a la plaza, acompañada de su nieta Juli. Venía cargada, con el canasto arriba de la cabeza, desde el mercado hasta la taberna. «Traía de esas cigalitas chiquetitas, traía altramuces. Traía un montón de cosas, que todo eso se lo ponían con el vaso de vino ¡gratis! La pobre, el banquete de trabajar que se daba para darlo luego ¡gratis!».

«Mi abuela era analfabeta pero la persona más buena del bueno. Eso no tiene nada que ver con el analfabetismo, pero se conformó siempre con estar en su hornilla, en su cocina, que de ahí no salía la pobre. Y lo hacía con tanto cariño, que a ella no le importaba. Ella nunca tenía dinero ni na, lo que le daba mi abuelo pa comprá y ya está. No manejaba dinero ninguno, ni ella lo pedía».

«Ponía también, a lo mejor, pimientos encurtidos. Muchas cosas. Gratis». Cuando ya se habían tomado varios peseteros pues llegaba la cortesía de la tapa. «Para que no se mareasen mucho».

Aunque la gente acababa, lógicamente, perjudicada, no relata Juli ningún percance. «Se comportaban. No había malahes. Porque si alguien se hubiera puesto mal, mi abuelo lo hubiese echao. Era una persona con carácter».

Otras historias de familia

Algunas cosas más me apunta Manuela, la prima de Juli. «Cuando desde Bonares se vino el abuelo Manuel le acompañaron sus tres hermanas: Josefa, Dolores y Paca. Josefa, puso una tienda de ultramarinos en Las Colonias, en la esquina donde está la iglesia de Los Dolores. Dolores fundó con su marido Cristóbal la taberna La Oreja de Oro. Otra taberna, La Tertulia, era de mis abuelos Adelino y Paca. Allí es donde creció mi padre con sus dos hermanas. Mi padre, Adelino también, trabajó en la taberna desde pequeño, ayudando. Más tarde se hizo cargo de todo al morir su padre. Finalmente, él estudió lo que antes se llamaba Comercio. A partir de ahí se buscó trabajos fuera de la taberna terminando como empleado de banca».

«Mi padre, Adelino Domínguez, se casó con una prima hermana, Salomé, que era hermana de Cristobalina, madre de Juli». Las dos tabernas nombradas estaban en la avenida de Italia y fueron de gran tradición en la zona.

Continúa Juli contando que de La Oreja de Oro se hizo cargo Cristóbal, un hijo de los tres varones que tenía Dolores. Por la cercanía del puerto, paraban muchos marineros de los barcos mercantes extranjeros. «Esta gente, cuando venían, traían revistas pornográficas, de mujeres en cueros. Y las veían ahí… Pues una de las veces que vino las dejaron allí en la taberna. Como los clientes lo sabían, pues cuando iban le decían Cristóbal, enséñanos las revistas, que vengo con este amigo, no sé cuántos… Y les enseñaba las revistas. Pero un chivato dio el chivatazo en la policía ¡y metieron a mi tío en la cárcel!, ¡una persona buenísima! Yo creo que él ni miraba las revistas, porque era una persona muy íntegra y muy ¿sabe? Y lo metieron en la cárcel al pobre. En aquel entonces estaba prohibido todo eso».

«Los otros dos hijos se fueron a Venezuela. Manolo puso dos o tres negocios, pero todo le iba mal porque lo hacía todo al revés (y se carcajea). Puso una carpintería y abría de madrugá… ¿quién va a ir a comprá ni a encargá na? Puso un bar en la playa, como un quiosco. Como a él le gustaba bañarse pues ponía una trompeta allí en el mostrador con un cartel que decía quien me necesite que toque la trompetita. Se iban y no pagaba nadie. ¡Cómo le iban a ir los negocios bien! Vivió su vida como le dio la gana».

«El otro hermano que se fue para allá era otra clase de persona. Era representante. Otra cabeza mejor amueblá».

Manuela también hace sus aportaciones: «Se refiere a Manolo y Juan, Juanito, los hijos de la tía Dolores que se embarcaron ambos en el Juan Sebastián Elcano durante el servicio militar. Primero fue Manolo que, al ver las maravillas del continente americano, decidió establecerse en Venezuela. Más tarde hizo lo mismo su hermano Juan. De los detalles de estos dos primos de mis padres no sé mucho más. Manuel era bohemio y, además de los negocios que explica mi prima, también era inventor-diseñador. Quería que la familia le sufragara para la patente de una mesa que había él diseñao. Algo así me suena a mí de cuando pequeña, pero no te lo puedo poner en pie. Volvió a Huelva donde pasó sus últimos días. Juan se casó por poderes en Caracas, con su novia de Huelva de toda la vida, y juntos pasaron toda su vida allí».

El ahora y el antes

Ahora, donde antaño la taberna tenía alma y vida, podemos ver y sufrir un triste y amenazante salón de juegos. Poco más que añadir.

Antes. Todas las vidas de una familia y de un barrio se retratan dentro y desde una taberna que era una maravillosa caldera en ebullición. Larga vida a estos recuerdos tan hermosos.

Notas al pie

  • (1) Naguib Mahfuz, escritor egipcio, premio Nobel de Literatura, escribió esta magnífica novela («El callejón de los milagros») en 1947. También podemos disfrutar en su versión cinematográfica (1995). Retrato realista de las clases populares y la pequeña burguesía de El Cairo.

  • (2) «La ciudad de la alegría» (1992), de Dominique Lapierre, retrata cómo la solidaridad puede compensar un poco las infinitas penurias de los desharrapados de Calcuta. También tiene su correspondiente peli (1992), del director Roland Joffé.

  • (3) La Corte de los Milagros es una expresión con la que se denominaban los barrios marginales de París, donde residían los inmigrantes llegados desde las zonas rurales. Con el reinado de Luis XIV (siglos XVI-XVII) crecieron en gran medida. Allí recaló mi tío abuelo Teodoro Carrasco de la Villa a finales de los años 30, exiliado tras participar en la Guerra Civil española en el cuerpo de Caballería. Se perdió su pista. También es una novela de Ramón María del Valle Inclán, en la que el esperpento se enreda en el cuello engolado de los reinados de Fernando VII y el ascenso de su hija Isabel II.

  • (4) El 11 de febrero de 1926 con motivo de la visita de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg a Málaga, toreó en una corrida de toros en la plaza de toros de la Malagueta en la que intervinieron Marcial Lalanda y Antonio de la Haba, Zurito, con reses de la ganadería del Marques de Guadalest. El diestro resultó cogido gravemente en el segundo toro de la tarde de nombre Extremeño. En la enfermería Litri fue curado de una herida de diez centímetros de extensión por otros diez de profundidad en el triángulo de scarpa derecho, con una gran hemorragia venosa. Fue hospitalizado en a la clínica del doctor Lazárraga. El 17 de febrero ante la gangrena de la herida fue sometido a una operación de urgencia por los doctores Macdonald —trasladado desde Huelva— y Lazárraga para amputarle la pierna derecha. Manuel Báez Gómez, Litri, falleció una semana después de la cogida, el 18 de febrero de 1926. Su cuerpo fue trasladado a Huelva, su ciudad natal, donde fue velado en la capilla ardiente instalada en el Centro de Instrucción Comercial. El torero fue enterrado en el cementerio de San Sebastián y trasladado posteriormente al Cementerio de la Soledad de Huelva donde permanece. Los onubenses vivieron con intensidad el fallecimiento del torero, en 1929 mediante suscripción popular se recaudaron los fondos para sufragar los costes de un mausoleo en su memoria. Cada año se conmemora la fecha de su fallecimiento con una ofrenda floral junto a dicho mausoleo. Manuel Báez Gómez, el Litri fue un torero de grandes cualidades a la hora de lidiar, de técnica pausada y arriesgada, certero en el manejo del estoque. (Información extraída de la Wikipedia, donde figuran las correspondientes y justas referencias).

  • (5) Las famosas bodegas jerezanas tienen su origen hacia 1730 cuando el irlandés Patrick Murphy las fundó. Como tal empresa Domecq fue fundada en 1822 por Pedro Domecq Lembeye.

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