el amor no era para tanto

Arte para todos

Hace unos días el ministro de Cultura volvió a tocar la campana de la atención mediática cuando declaró que su intención era atender a «una reclamación histórica»: la bajada del IVA para la compra de arte contemporáneo

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Vista general de la feria de arte ARCO EP

Jesús González-Francisco

Huelva

Me produce cierto pudor apropiarme del espacio de mi buena amiga y compañera de página Jennifer Rodríguez-López, que es la que les habla de los entresijos del arte en su estupenda 'El séptimo de comisaría', aunque espero que me perdone, ya que hay veces en que a uno se le cruzan asuntos que despiertan tanta fascinación y pasmo (y una pizca de embarazo, por qué no) que desbancan cualquier otra cuestión de interés prevista con antelación. Y eso que yo les iba a hablar de Podemos y de cómo la quintaesencia de la pureza ha terminado defenestrada por los mismos que la elevaron a los altares políticos, pero las palabras del ministro de cultura, Ernest Urtasun, se me han enroscado en las mientes y no voy a dormir tranquilo hasta que les cuente la anécdota, si es que no la conocen ya.

Ernest Urtasun, ministro de Cultura EP

Ser ministro de cultura en España es ciertamente difícil. No solo debe uno gestionar un presupuesto que cada vez tiende más a cero, sino que, además, debe uno lidiar con un sector especialmente complejo, atomizado, individualista y desestructurado, sin olvidar que hasta el propio concepto es esquivo, pues en el zepelín de la cultura cabe de todo y cada una de las partes de ese todo quieren su huequito de reconocimiento institucional, lo cual convierte al ministro o ministra de turno en uno de aquellos malabaristas de mi infancia que hacían girar múltiples platos a la vez sobre varillas y tenían que estar todo el tiempo haciéndolos girar para que no se cayeran. No, no es trabajo para tibios.

Arrancó fuerte nuestro ministro su andadura en la cosa de la gestión cultural con aquellas declaraciones sobre «descolonizar los museos»

Arrancó fuerte nuestro ministro su andadura en la cosa de la gestión cultural con aquellas declaraciones sobre «descolonizar los museos», para «superar un marco colonial o anclado en inercias de género o etnocéntricas«, que es un enunciado digno de la complejidad sintáctica de Hegel (e igual de vacío, todo sea dicho). Y hace unos días, volvió a tocar la campana de la atención mediática cuando declaró que su intención era atender a «una reclamación histórica»: la bajada del IVA para la compra de arte contemporáneo.

De nuevo, el conflicto nace más bien de las formas que del fondo. Ni yo mismo, poco interesado en el arte contemporáneo de forma general, me opongo a la bajada de impuestos para cualquier sector de la cultura, pero no resulta muy adecuado anunciar una medida de este tipo justo cuando el IVA aplicado a un concepto tan tan tan controvertido como el consumo eléctrico se ha subido al 21%, de igual manera que no resultaría adecuado comerse una hamburguesa chorreante de grasa en un arrabal de Burkina Faso, un poné.

Los detractores (Podemos ha sido especialmente beligerante en ello) se lanzaron a la yugular palpitante del problema, visible desde la Estación Espacial Internacional: la evidente falta de tacto mostrada por Urtasun al anunciar la rebaja impositiva al sector del arte contemporáneo mientras las capas sociales más desfavorecidas son asediadas económicamente mediante subidas de impuestos, especialmente en asuntos sensibles. Los defensores de la propuesta del ministro hablaron de demagogia y centraron el debate en las necesidades de un sector que no solo es Miró, Dalí y compañía, sino artistas jóvenes y galerías que necesitan ayudas económicas para posicionarse en un mercado cruel e hipercompetitivo.

Un bucle cainita

Así que se repite la historia de siempre: unos por un lado y otros por el otro, confrontados eternamente en un bucle cainita en el que solo cambian los personajes, mientras que el escenario se mantiene invariable. La cosa es pelearse. Ha tenido suerte el ministro de que la 'koldomanía' arrastre con todo, porque el clima estaba los suficientemente calentito como para asediarlo hasta el infinito y más allá.

A mí, qué quieren que les diga, la medida me deja un poco frío, cada vez más acostumbrado como estoy a soflamas sin cimentación política detrás, presentadas en un lenguaje críptico y acompañadas de una condescendencia irritante (aún recuerdo las «cosas chulísimas» que anunció Yolanda Díaz en su momento).

Dudo que a partir de ahora la gente haga cola en las galerías para comprar arte contemporáneo, pero estaré atento, se lo prometo, por si acaso ocurre el milagro y gracias a la bajada del IVA por fin conseguimos el sueño del que hablaba Kant cuando se refería a que la experiencia estética del arte es una experiencia que todo ser humano debería vivir…

Y el señor Urtasun, que tiene pinta de Kantiano, nos ha facilitado el camino.

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