el amor no era para tanto

Gordofobia, frivolidad y lo que haga falta

No se me ocurrió acusarlo de gordofobia ni de ninguna otra cosa, antes al contrario, me sentí agradecido por mostrar interés en mi salud

Al menos somos los mejores en algo

'El penalti del milenio'

Una persona se mide el contorno del abdomen con una cinta métrica ABC

Jesús González Francisco

Ayamonte

El otro día llamé a mi médico para solicitarle una analítica de sangre. Como nos conocemos desde hace tiempo y es, además, un señor agradable y cercano, me preguntó por varias cuestiones, entre ellas mi peso. Su interés por mis lorzas surgía de la idea de que, para mi condenada hernia de hiato, sería beneficioso bajar unos kilillos, de tal modo que, aliviando la presión sobre el aparato digestivo, mi sintomatología mejoraría y las digestiones podrían ser más llevaderas. Durante una fracción de segundo pensé en proponerle que le hiciera la misma recomendación a su señora madre, pero de inmediato caí en la cuenta de que, efectivamente, la pérdida de esos kilos mejoraría sustancialmente mis cuitas gástricas. No se me ocurrió acusarlo de gordofobia ni de ninguna otra cosa, antes al contrario, me sentí agradecido por mostrar interés en mi salud.

Esa misma mañana, saltaron a la prensa nacional las declaraciones de la Secretaria de Estado de Igualdad y yo no pude dejar de pensar en la frivolidad, así, como 'conceto'.

Una persona obesa se lanza a la piscina ABC

Como las poquísimas personas que aún me leen saben, además de maestro de educación primaria, a veces también escribo cosillas como esta (y, si me dejan, hasta libros y todo, oiga). Pues bien, en mi dimensión de «escribidor» puedo permitirme el lujo de ser frívolo ante según qué casos, ya que la libertad creativa me confiere ese súper poder: refocilarme si quiero en la trivialidad, si el conjunto del texto que estoy escribiendo se presta a ello o, incluso, arrogarme la licencia de ser (y parecer) un ignorante, pues la propia naturaleza de los textos de opinión permite un cierto nivel de atrevimiento ante un tema desconocido.

Pero en mi dimensión docente y, por ende, de servidor público, no puedo hacerlo (o, al menos, yo no me lo permito). En tal caso, cuando abordo cuestiones educativas desde mi posición de maestro, comprendo la tremenda seriedad y rigor con los cuales deben plantearse los asuntos escolares. La frivolidad empañaría el esfuerzo profesional y, además, me impediría argumentar adecuadamente. Y tal aseveración se aplica, creo, a cualquier persona que trabaje como servidor público (qué extraordinaria expresión, «servidor público», y con qué asiduidad se emponzoña su significado), sea cual sea el área, especialmente cuando se ostentan cargos de índole político.

«Ángela Rodríguez Pam, olvidó su responsabilidad como servidora pública y se deslizó por el barranco de la frivolidad, apuntando hacia la ciencia médica en su conjunto»

Pues bien, la Secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam, olvidó su responsabilidad como servidora pública y se deslizó por el barranco de la frivolidad, apuntando hacia la ciencia médica en su conjunto, aunque tratase de encubrirlo denominándola «institución médica». En unas confusas y desafortunadas declaraciones, mezcló el machismo con la gordofobia, asegurando que «la medicina debía transformarse» (bien, de acuerdo) y que «muchas veces representa la idea de un cuerpo correcto y un cuerpo incorrecto (en absoluto), y casi siempre el cuerpo correcto es el de los hombres (¿?) y, casi siempre, el cuerpo correcto es el de la mujeres que van por un camino muy estrechito por el cual, la mayor parte de las mujeres no solo no podemos, sino que no queremos transitar». Ustedes me disculpan, pero no se trata de entender o no el mensaje de la Secretaria de Estado, que ya de por sí resulta complicado, sino de hallar la lógica en su relación de ambos conceptos. Para mí, la única manera de comprender su comentario es asociándolo a la frivolidad y la ignorancia.

«Resulta completamente desproporcionado y absurdo dirigir críticas de sesgo gordófobo o machista a los médicos por recomendar hábitos saludables de alimentación y vida»

La ciencia médica posee características operativas de institución social, por supuesto, especialmente cuando se trata de la atención primaria en ambulatorios y hospitales, pero resulta completamente desproporcionado y absurdo dirigir críticas de sesgo gordófobo o machista a los médicos por recomendar hábitos saludables de alimentación y vida. Habrá facultativos menos elegantes o directamente maleducados en sus recomendaciones, como en cualquier otra profesión, pero los investigadores publican con asiduidad estudios en los que se advierte que cuando se alcanzan niveles de obesidad (un 16,5 % de los hombres españoles y un 15,5 % de las mujeres españolas) aumenta ampliamente el riesgo de hipertensión, diabetes tipo 2, enfermedades coronarias, derrames cerebrales, apnea del sueño o dolor corporal cronificado, por poner algunos ejemplos. Estos datos no contienen un sesgo machista ni gordófobo, no emiten juicios de oposición entre hombres y mujeres ni niegan derechos o fomentan el odio o desprecio a las personas con sobrepeso u obesidad (el sobrepeso es aún mayor, con unos porcentajes que se van a más del 40% de la población española), por eso considero que la señora Rodríguez Pam incurre en un desliz de frivolidad, al arrimar el ascua a su sardina, sin considerar el grave perjuicio que produce en la credibilidad del personal sanitario, al presuponer un machismo estructural y una gordofobia endémica en las consultas de todo el país.

Deslices semánticos

En descargo de la Secretaria de Estado, tengo la sensación, no sé si la compartirán conmigo, de que, en numerosas ocasiones nuestros políticos -asaeteados constantemente por los micrófonos de la prensa- se ven impelidos a parlotear sobre lo humano y lo divino sin disponer de un instante para la reflexión, motivo por el cual suelen cometer estos deslices semánticos que se asemejan a patear un avispero y quedarse a ver el espectáculo. Por eso lo achaco a frivolidad por distracción y no a mala fe e interés político. Quiero pensar que es verdad, que sus palabras fueron sacadas de contexto, como ella misma declaró posteriormente, porque la alternativa (que sean declaraciones interesadas y capciosas) me produce una profunda tristeza.

Sea como fuere, lejos de intentar acercar posiciones con la «institución» médica, la Secretaria de Estado adopta en su discurso una actitud defensiva en la que no cabe la disculpa o la posibilidad de error o incluso la asunción de una pésima elección de palabras para explicar su pensamiento. Más allá de la crítica, eso es lo que echo de menos en la política española: la altura de miras necesaria para asumir la posibilidad de error y no ese terco enroque en el discurso inicial, una actitud ciertamente inmadura de la que adolece una amplia mayoría de la clase política.

Un hombre sentado en una cama ABC

Yo, mientras tanto, le voy a hacer caso a mi médico y voy a ver si me quito un par de kilillos de encima, que igual hasta lleva razón y me mejora la hernia de hiato.

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