el amor no era para tanto

Fantasía primaveral

Nuestro héroe había estrujado a su antojo los engranajes de la comunicación para construir una leyenda artúrica de heroísmo en la que el valiente caballero vencía al dragón

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Jesús González Francisco

Ayamonte

Permítanme un pequeño juego especular en este precioso mes de mayo. Sigan conmigo las andanzas de Mr. X, un varón de unos cincuenta años, enérgico y atractivo, a la sazón, director de un centro educativo público (uno cualquiera, señora, que esto es una ficción inocua).

Mr. X, en el cargo desde hace doce años, movido por su incorruptible afán de regenerar la educación en España y en el resto del universo si cabe, ha seleccionado recientemente a su pareja como jefa de estudios del centro, lo cual ha sido criticado por un sector del claustro, cuyo descontento proviene, seguramente, de sus inclinaciones fascistas, como al director le gusta señalar cada vez que tiene oportunidad.

Durante el último claustro, el maestro de educación física, líder del grupo opositor, declaró oficialmente su descontento con los derroteros que estaba tomando la política educativa del centro y acusó a la pareja de hacer su santa voluntad sin contar con el consenso necesario para ello. Durante la sesión, hubo cruce de declaraciones subidas de tono, acusaciones, improperios y alteraciones del orden, llegándose a una situación de escalada violenta únicamente solventada por la intervención del pequeño grupo despolitizado del colegio, formado por cinco o seis maestros y maestras ajenos a las guerras intestinas entre facciones.

Convivencia incómoda

Como pueden imaginarse, la convivencia resultaba incómoda y ciertamente estresante para toda la comunidad educativa. Mr. X, en Consejo Escolar, declaró que tanto él como su mujer estaban siendo objeto de bulos y desinformación, vertidos por doquier con la ponzoña habitual del maestro de educación física y sus secuaces, cuyo único interés, además del cargo de director para sí, es la destrucción de la educación en España. Por su parte, el grupo disidente había acudido en varias ocasiones a los medios de comunicación a denunciar el comportamiento «caciquista y dictatorial» de la pareja directiva, añadiendo, de paso, el posible delito de prevaricación cometido por Mr. X en la elección de su señora como segunda.

Con estos mimbres, las familias se habían posicionado de uno u otro lado en función de sus intereses, opiniones, simpatías o inquinas personales. Para algunas, Mr. X constituía la única salvación posible de un sistema educativo a la deriva, mientras que para otras familias, el director y la jefa de estudios emulaban el comportamiento clásico de los líderes tiránicos.

En estas, llegó la noticia de la convocatoria de un claustro extraordinario ese mismo lunes. En el único punto del día se indicaba: «Declaración institucional del señor director». Puntualmente, la totalidad de maestros y maestras acudieron a la cita con absoluta incertidumbre, pues la noticia había generado un revuelo de proporciones épicas, acompañada de dimes y diretes, murmullos, afirmaciones a media voz, confidencias por las esquinas e intercambio de opiniones en los conciliábulos durante las guardias de recreo o en los breves recesos entre clase y clase.

Una semana de permiso

A la hora convenida, sin demorarse en introducciones vacuas, Mr. X, ocupó su lugar a la cabecera de la mesa en la sala de profesores y dio comienzo a su alocución, señalando inmediatamente a los miembros de la oposición como culpables directos de haber proferido acusaciones que habían horadado una profunda sima en su psique de hombre enamorado y, por ende, provocado un desasosiego por el cual se había visto obligado a tomar la determinación de solicitar una semana de permiso (convenientemente remunerado por la administración educativa) para pensar sobre el futuro de su función en el cargo, pues ninguna dignidad era tan alta (y esta, sin duda, lo era) como para permitir intromisiones en su honor.

Aunque no lo creáis, además de director también soy humano –consignó fielmente en el acta de la reunión la secretaria del centro, persona de confianza de Mr. X, a quien se le escapó, en un momento de éxtasis forofo, un: «Es el puto amo» que aún resuena por entre los pasillos del colegio.

El revuelo creado por la declaración del director provocó el derrumbamiento de una falla del tamaño de la de San Francisco, con terremotos en las aulas, en el gimnasio, la cocina o el patio. Nadie, ni siquiera los más vigorosos defensores del director, pudo siquiera imaginar un anuncio de tales características. Algunos se preguntaban: ¿Qué haremos sin Mr. X? ¿Funcionará el colegio sin él? ¿Seremos capaces de continuar trabajando si ÉL dimite de su cargo?, mientras que otros, liderados por el maestro de educación física, se frotaban las manos e imaginaban un nuevo mundo libre de la nefanda presencia del director y donde, a partir de su renuncia, la vida sería maravillosa y funcionaría a la perfección, porque la oposición sabe cómo mejorarlo todo, aunque cuando tiene el poder tampoco es que pase gran cosa.

Así las cosas, ocurrió lo de siempre: el tiempo siguió su curso y llegó el día en el que Mr. X comunicaría su decisión al mundo entero. Ese lunes, se solicitó al claustro que acudiera al centro quince minutos antes de lo habitual para no interferir con el inicio de las clases, que tampoco estaba la cosa como para tener descontentas a las familias. El acontecimiento había suscitado tanto interés que hasta aquellos que se caracterizaban por llegar tarde todos los días, estaban allí clavados en primera fila. A la hora convenida, el director, con gesto serio y reconcentrado, se levantó de su asiento y se dirigió al sínodo educativo en los siguientes términos: «Compañeros y compañeras: como ya sabéis, me he visto obligado a abandonar durante unos días mis funciones para poder reflexionar sobre esta abyecta persecución hacia mí y mi familia por parte de aquellos que disfrutan poniendo en funcionamiento la máquina del fango. Durante este tiempo, me he dado cuenta de que seguir así no vale la pena; si el precio que hay que pagar es la ignominia, no vale la pena seguir; si el precio que hay que pagar es el bulo, la desinformación y el fango, no vale la pena seguir; si el precio es la victoria del fascismo, no vale la pena seguir. Pero –dijo, tras unos dramáticos segundos– he decidido que continuaré en el cargo, con más fuerza todavía, el tiempo que haga falta, para detener a aquellos que esparcen el fango de la desinformación y el bulo por doquier».

Mr. X lo había vuelto a hacer

Tras las palabras del director, la estupefacción inicial dio paso al éxtasis de aquellos que recibieron con alegría la noticia y la decepción de quienes aguardaban con impaciencia la dimisión de Mr. X. Nadie parecía muy seguro de poder explicar qué demonios había ocurrido y por qué había ocurrido, pero todos convenían en que había ocurrido, de eso no había duda. Mr. X. lo había vuelto a hacer: salvar los muebles cuando peor le venían dadas. Nuestro héroe había estrujado a su antojo los engranajes de la comunicación para construir una leyenda artúrica de heroísmo en la que el valiente caballero vencía al dragón de la máquina del fango y ponía su vida a disposición de la justicia y la verdad. El futuro se presentaba prístino, más allá del camino de baldosas amarillas…

Y allí siguen, señora, cada uno a lo suyo, como mejor pueden, en el centro educativo de ficción del que les hablaba antes, con el enamorado Mr. X. a los mandos, junto a su señora, exactamente igual a como estaban antes: dispuestos a vencer quienes usan la máquina de esparcir fango, esa que ellos jamás utilizarán. ¿Y el maestro de educación física y sus secuaces? Pues a verlas venir, que ya es mucho, demasiado institucionalizados como para enfrentarse al poder con algo de originalidad.

En fin, dejaremos para otro día la continuación de las andanzas de Mr. X, cuyo autoimpuesto deber es concentrarse en dirigir su centro educativo hacia un futuro mejor, aunque, a estas alturas, imagino que ustedes ya saben que esta fantasía primaveral no tiene nada que ver con la educación, ¿verdad?

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