el amor no era para tanto

¿Apocalipsis Trump?

¿Qué conduce a casi setenta y cuatro millones de americanos a confiar su destino a una especie de guiñol azafranado, asediado por sus propias felonías y de discurso ridículamente populista?

El cuento del grial

Silogismos (tonterías) en potencia

Far West

Donald Trump, nuevamente presidente de Estados Unidos AFP
Jesús González Francisco

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La democracia estadounidense tiene unos doscientos cuarenta tacos, año arriba año abajo, así que, usted me permita, algo deben saber del trajín de gobernarse entre ellos. De hecho, se ponga como se ponga, se trata de una de las democracias más estructuradas y sólidas del mundo, guste más o menos su particular idiosincrasia. USA posee un estado fuerte sobre el que nunca se ha impuesto presidente alguno, por más lunático que fuese (y mire que ha habido unos cuantos de ellos), porque los americanos serán como queramos que sean, pero no creo que permitieran nunca a ningún mandatario, por muy naranja que tenga el pelo, apoderarse del sistema, al menos por completo.

Los resultados de estas últimas elecciones en Yankilandia me convencen de una idea que ya albergo desde hace algunos años y que deseo compartir con ustedes: no tenemos ni idea de cómo funcionan los EEUU. Pero ni idea, oiga. No sabemos ni cómo, ni por qué; por más que nos pongamos profundos y analíticos; por más que tratemos de desentrañar los mecanismos por los cuales su población se entrega a un multimillonario grotesco y chulazo, no existe manera humana de hallar una explicación definitiva o, al menos, una que valga para unificar criterios lógicos.

Ni los propios americanos saben por qué hacen lo que hacen

Ni los propios americanos saben por qué hacen lo que hacen. Lo que sí parece indudable es la certeza de que, tras la toma de posesión de Trump en enero de 2025, la vida seguirá por sus cauces habituales, tal y como suele hacerlo; ya conoce usted la tenacidad de la existencia humana en busca del amparo ofrecido por la cotidianeidad. La gente de la calle seguirá levantándose temprano para ir a trabajar, no les queda otra, como se suele decir. No sé si se acuerda, pero en noviembre de 2016, también parecía que el mundo se acabaría al día siguiente de la llegada de Trump a la Casa Blanca. Y no se acabó (aunque la COVID-19 a punto estuvo de ello).

Asisto casi divertido (digo «casi», aunque en realidad me enerva hasta la náusea) a la eterna polarización patria en el análisis de los resultados electorales americanos. Por un lado, todo son fiestas, alabanzas y botellas de champán descorchadas: ha ganado el más parecido a ellos, aquel que restituirá el equilibrio conservador en el planeta y construirá los muros más altos y los impuestos más bajos; por el otro, se suceden los plañideros cariacontecidos que anuncian la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis y profetizan la destrucción de la humanidad en un plis plas: pareciera, poco más o menos, que Trump y Putin se van a jugar el mundo a las cartas mientras se echan al coleto una botella de vodka.

¿Qué conduce a casi setenta y cuatro millones de americanos a confiar su destino a una especie de guiñol azafranado, asediado por sus propias felonías y de discurso ridículamente populista? Yo no tengo respuesta a esa pregunta, pero puedo asegurarle algo: tontos no son, al menos todos. Entre esos setenta y cuatro millones no hay solo 'rednecks' apegados a sus rifles, ni WASP's (blancos anglosajones protestantes) mesiánicos recién salidos de una iglesia en forma de carpa de circo; no señora, ni por asomo.

Esos colectivos son los más ruidosos y pintorescos, los que aparecen en los medios de comunicación para que todos veamos su pretendido nivel de cretinismo y zafiedad, pero Trump recibe apoyos de una enorme diversidad de votantes de toda clase y condición, precisamente en una de las sociedades más diversas y complejas que existen en nuestro mundo. Seguro que entre sus filas de votantes, además del histrionismo habitual que nos muestran en televisión, encontrará usted una legión de maestros, mecánicos, fontaneros, camareros, abogados, ingenieros, actores o periodistas, convencidos de que el Hombre Naranja es la mejor opción (o la menos mala) para solucionar sus problemas cotidianos. Su rival en estas elecciones, la apocada y anti carismática Kamala Harris, consiguió unos cuatro millones menos de votantes, una derrota que hace pupa a cualquiera. Y no piense usted que entre esos millones que han apostado por Harris son todos actores de Hollywood o intelectuales de izquierda que leen el New Yorker, ya le digo yo que no. Entre sus adeptos encontrará usted maestros, mecánicos, fontaneros, camareros, abogados, ingenieros, actores o periodistas convencidos de que la Señora Desvaída es la mejor opción (o la menos mala) para solucionar sus problemas cotidianos.

La democracia no corre peligro en EEUU

En cualquier caso, la democracia no corre peligro en EEUU, no sufra usted por ello, por más que nuestros analistas omniscientes auguren lo contrario. Un político ramplón y pendenciero como Trump podrá soliviantar a unos cuantos (o unos muchos), pero la estructura democrática americana puede asumir sus fanfarronadas (recuerde que ya lo hizo entre 2016 y 2020, asalto al Congreso incluido). El martes irá detrás del lunes, el verano después de la primavera y los «lobbies» moverán los hilos de la política mundial en la sombra; el famoso «botón rojo» continuará en su sitio pese a Putin y Kim Jong-un, y ser hospitalizado en EE.UU. va a seguir siendo una condena económica de por vida; Hollywood exportará el 'American Way of Life' como lo viene haciendo desde hace más de cien años y nosotros lo compraremos entusiasmados, como venimos haciendo desde hace más de cien años. Y no se apure usted, que el mundo parecerá al borde de la extinción cada día, de eso estoy seguro.

Nihil novum sub sole.

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