el séptimo de comisaría
Sobre la incipiente hipersexualización de la intelectualidad
Esa imagen decadente rollo siglo XIX ha ido evolucionando hasta llegar a la sofisticación del artista actual: gafapastas, muy leídos y fans de Tarkovsky
Siguen siendo excéntricos y egocéntricos, eso siempre, pero ahora tienen glamur y, además, son deseables
Sobre el arte y los productos aspiracionales
Sobre lo que te legitima como artista
Sobre El Fary y el arte blandengue
Ser galerista es de guapas. Oye, que no lo digo yo, que lo dice la industria del cine, que lo asegura el mismísimo Hollywood. ¿No me creéis? Pues solo tenéis que echar un vistazo a las últimas comedias románticas de moda: 'Upgrade: Primera clase' (2024) o la todavía más reciente 'La idea de ti' (2024) con Anne Hathaway (¿Por qué, Anne? ¡¿Por qué?!), entre otras. En ellas, sus protagonistas son mujeres sofisticadas que regentan una galería o que trabajan en una casa de subastas de obras de arte de las potentorras. Son monas, estilosas, sexis y, por supuesto, inteligentes.
El mundo del arte se ha romantizado. Pintores, escultores, músicos, escritores... aparecen en películas y series como personajes atormentados, incomprendidos, enloquecidos. Y se supone que esa es la personalidad de los genios... Si lo tuyo es pintar, empieza ya a tomar absenta (o, como mínimo, un diazepam al día), y si te mola la poesía, visita el prostíbulo más cercano. Esa imagen decadente rollo siglo XIX ha ido evolucionando hasta llegar a la sofisticación del artista actual: gafapastas, muy leídos y fans de Tarkovsky. Siguen siendo excéntricos y egocéntricos, eso siempre, pero ahora tienen glamur y, además, son deseables.
«No creo que nadie se eche las manos a la cabeza si afirmo que nuestra cultura visual roza a veces lo pornográfico»
Visto lo visto, ¿estamos ante la hipersexualización de la intelectualidad? Bueno, no creo que nadie se eche las manos a la cabeza si afirmo que nuestra cultura visual roza a veces lo pornográfico. Entonces, ¿le ha llegado el turno a las artes? Hoy en día, ser bibliotecario es erótico, trabajar en una librería es atractivo y si eres fotógrafo te conviertes en Maluma (baby). Todos conocemos los casos de Picasso, Klimt y tantos otros señores que tuvieron sus buenas y numerosas (y jóvenes) amantes siendo ya viejos, feos y panzudos.
Los intelectuales ya no son seres marginales que mueren de tisis o sobredosis sin que los lloren ni las ratas; ahora forman parte de la élite, son modelos de conducta, tienen miles de seguidores en las redes sociales y su imagen personal importa casi tanto como su obra. Todo eso se ha extrapolado al resto de agentes: galeristas, marchantes, comisarios, libreros... ¿O es que no habéis visto Notting Hill? ¿De qué y de cuándo se va a enamorar Julia Roberts de Hugh Grant si no fuera porque tiene una librería de guías de viajes? ¡De guías de viajes! ¿Es que existe algo más irresistible?
¿Un fenómeno positivo?
Pero aún nos queda la pregunta más importante: ¿es este un fenómeno positivo para la cultura? Claramente, no. La hipersexualización lleva a la cosificación, a la deshumanización, a la perpetuación de estereotipos. Jackie Kennedy dijo que «el sexo no es bueno porque destroza la ropa». Y aquí viene a destrozar algo más: la realidad del arte y de los artistas. Por eso es necesario que no nos quedemos en la superficie, que abandonemos perspectivas que desvirtúan y romantizan su trabajo, y que seamos conscientes de que los culturetas, por norma general, no se comen un rosco.