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Tres de diciembre, hechos y palabra

Javier, como gusta llamarlo a sus hermanos jesuitas, fue, en muchos sentidos, vocero de San Ignacio de Loyola, aquel guerrero irreductible en sus convicciones

Javier Berrio

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Este 3 de diciembre, para todos los que fuimos educados en el catolicismo o, más tarde, buscamos en el mismo, es la onomástica de San Francisco Javier. La imagen barbuda y enjuta que todos tenemos del santo navarro, esconde el don de un hombre que como pocos entendió el valor de la palabra en este mundo de la forma en el que, cada voz, no es más que símbolo de otro símbolo.

Javier, como gusta llamarlo a sus hermanos jesuitas, fue, en muchos sentidos, vocero de San Ignacio de Loyola, aquel guerrero irreductible en sus convicciones que decidió hacerse soldado de Cristo y, por eso, a la orden que él formó junto a sus compañeros, le puso como nombre Compañía de Jesús. Afortunadamente y me encuentre hoy donde sea en el mundo de la espiritualidad, aprendí mucho de los jesuitas cuando aún estaban en Huelva, nuestra ciudad.

Javier, al tener vocación misionera, fue enviado a oriente a convencer, con solo su palabra, a personas que tan siquiera le conocían ni entendían lo que les decía -¿o sí?-. Pero como en un nuevo y extraordinario Pentecostés, el hablaba en la convicción de que el Espíritu Santo les haría comprender el mensaje de Jesús. Después, aprendió las lenguas autóctonas, pero creyó en el poder de la palabra, así como en el de la cruz, y no desfalleció en aquellas tierras antes de haber alcanzado China, tierra en la que falleció a los 46 años, en la isla de Shangchuan. Pero murió con el invicto honor de la lealtad a lo que proclamaba, no necesitó inventar mundos en los que no creía ni presentarse de forma hermosa para hacer más accesible los contenidos de su alma porque él, él sí poseía y atesoraba aquellos contenidos.

Todo esto nos pone frente a frente a la realidad que en muchos casos -no diré todos, Dios me libre-, encontramos en personas y personajes que, de una manera u otra, habrían de de ser proclamadores de lo que es noble y deberíamos cuidar. Pero no es de esta manera, bien al contrario. La altanería, mejor o peor disimulada, preside los discursos que hoy se proclaman en todos los ámbitos. Además, en algunos, se da la humildad egoica, a saber, intentar llenar de contenido un trabajo por medio de una trama inventada después de realizar la obra que fuere y exponer esto, públicamente, con elocuencia afectada de gestos de apoyo y humildad. ¡Válgame el cielo! ¡Qué cinismo y cuánto atrevimiento! Pero no importa, porque la grey les hace seguimiento escaso aunque la vista -percepción errónea -, pueda engañarnos. Eso es normal en la vida del sueño.

Hay avaricia por estar siempre presentes, allí donde sea necesario o no, pero donde el nombre de uno brille. Después vendrá la auto promoción, alargada en el tiempo, que grupos de palmeros se encargarán de jalear con aplausos hasta con las orejas. Para los más cercanos, se dejan las castañuelas, las que hacen sonar en cada aparición en el mundo material. Esta glotonería productora del redichamiento -disculpen la palabra-, no sé si aumenta el número de adeptos, pero pierde cualquier atisbo de credibilidad, bien sea dicha por políticos, periodistas, poetas, filósofos, plásticos, partidarios de Benedicto y el gran etc. de la comunicación.

Javier, Francisco Javier, no buscó trascender, sino que trascendiera el Maestro Jesús. El no fue el objetivo de la gran comisión (Mt. 28:19-20), quiero decir, que él no era el protagonista, sino que la centralidad estaba en el mensaje que se había empeñado en transmitir. En ese sentido, el portavoz o el hacedor de cualquier obra o mensaje, debe pasar a un segundo plano y dejar que los hechos formales y de contenido sean asimilados por la sociedad a la que se dirige. Cuando sucede lo contrario, algo está fallando y el engolamiento de los personajes, una vez conocidos de verdad, hace que lo proclamado caiga en la duda de si es real o solo una impostura para presentarse ante la gente, una vez más, como auténticos demiurgos de la repetición. Esto pasa en todos los campos y, en algunos que, con nombres de empresas privadas, también se mantienen con el dinero del contribuyente.

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