EL AMOR NO ERA PARA TANTO
Far West
El autor de esta columna, como en otras ocasiones, comparte un cuento de verano con los lectores de Huelva24.com
La Capitana
Europa, Europa
Fantasía primaveral
Decenas de viviendas unifamiliares, iguales unas a otras, se arraciman a lo largo de una colina cortada a pico por hombres tan ávidos de dinero como aquellos que cayeron bajo el influjo de la fiebre del oro en Alaska. La tarde avanza con lentitud. Bajo la sombra de una acacia raquítica, una pareja joven aguarda. Sobre sus cabezas, un cartel enorme y oxidado en los bordes anuncia la construcción y venta de casas de lujo. En una tipología dramática y rutilante, el anuncio asegura que aquel lugar es «el paraíso terrenal». La mujer mira la fecha de construcción en la superficie metálica llena de desconchones. Hace doce años que nadie vive en el paraíso.
-Aquí no vive nadie.
-Que sí, mujer. Un montón de gente está viniendo a vivir aquí. Las casas están tiradas de precio.
-Ya, baratas son, pero, ¿has visto los alrededores? Parece uno de esos poblados del Oeste. Seguro que nos encontramos a unos cuatreros rondando por aquí.
El hombre sonríe. Está acostumbrado a la mordacidad de su reciente esposa. La observa unos instantes mientras ella juguetea con la pantalla de su teléfono móvil. Han hablado de hijos. No demasiado, cree él. Le gustaría verla mostrando más entusiasmo ante la idea de la maternidad, pero no desea atosigarla. Ahora, lo importante es la casa.
-No te fijes es esas cosas, Eva. Lo que cuenta es que podríamos conseguir la casa por la tercera parte de lo que costaba en 2007… Mira, por ahí llega el de la inmobiliaria.
El coche se detiene junto a ellos. Un hombre joven, impecablemente vestido de traje y corbata, pese al calor de julio, se acerca con la mano tendida y una sonrisa profiláctica. La mujer se aleja unos pasos, de forma instintiva. Después, mordisqueando el borde reseco de una pizza cuatro quesos, lo recordará junto a su marido y no sabrá explicar por qué lo hizo. Él le dirá algo así como: «Esas cosas pasan, no le des más vueltas», y seguirá prestando atención al capítulo tres de la quinta temporada de esa serie de atracadores que tanto le gusta. Pero ella sabe por qué lo hizo: no te fíes nunca de alguien que sonríe a más de treinta grados.
-Buenas tardes. Andrés, ¿verdad? Soy Juan, de Inmovida.
-Sí, encantado. Esta es mi mujer, Eva.
-Buenas tardes, Eva. ¿Os importa que os tutee?
-No, en absoluto. Así es más fácil.
-¿Qué te parece la urbanización, Eva? Es Preciosa, ¿verdad?
-Un pelín abandonada.
El joven de la inmobiliaria mira a su alrededor con satisfacción. En cuanto se bajó del coche intuyó quién sería el objetivo de seducción: la mujer.
-No, no, eso es por ser día laborable. En fin de semana esto se llena. Hay muchas parejas jóvenes, como vosotros, viniéndose a vivir aquí. Las tenemos casi todas vendidas. De hecho, hay otras dos parejas interesadas en la vuestra, pero no os preocupéis, vosotros tenéis prioridad. Os doy mi palabra.
-Está todo un poco descuidado, la verdad –dice ella-.
La mujer sabe que esas dos parejas a las que se refiere el joven no existen, pero prefiere no añadir nada.
-Eva, deja eso ahora, vamos a ver la casa –protesta levemente el marido.
-Llevas razón, Eva, está un poco descuidado. En cuanto forméis una comunidad de vecinos irá todo como la seda –concede el agente inmobiliario.
-¿Con quién? Si aquí no vive nadie.
-¿Pasamos a ver la casa?
-¿Hay algún colegio por aquí cerca?
--¿Colegio? ¿Qué tiene que ver eso ahora, Eva? –plañe el marido.
-Algún día tendremos hijos, cariño.
Él se ruboriza. No sabe qué decir. Su mujer siempre posterga la conversación sobre los niños para «cuando estemos más asentados». ¿Qué le pasa a Eva?, piensa.
-El colegio más cercano está a media hora –afirma el joven de sonrisa luminosa.
-¿Y ambulatorio? ¿Supermercado? ¿Tiendas de algún tipo? ¿Policía?
-No, la verdad es que todo eso irá llegando a medida que la gente se vaya mudando. Ya sabes, Eva, la ley de la oferta y la demanda. La casa no valdría su precio actual si tuvierais todos esos servicios, como comprenderás.
-Ya, claro.
-¿Entramos? –insiste el joven, siempre optimista.
-¿Hay internet?
-Por favor, Eva, ¿entramos ya? Este hombre no puede estar todo el día con la puerta abierta.
El agente inmobiliario se ajusta el nudo de la corbata, paciente. Esta venta no se la quita ni dios. Sabe que es fácil. Tiene al marido bien agarrado, aunque la señora está poniendo las cosas complicadas. Decide sacar a pasear su mejor sonrisa, su voz soñadora y su perfil cincelado en el banco de abdominales. Sabe dónde atacar; lo que hay que hacer es conseguir que ella vea su película. Si la imagen proyectada por su elocuencia llega a la imaginación de la mujer, habrá conseguido mostrar su magia una vez más. Esta comisión no se la quita ninguna mujer suspicaz. Esta mañana se lo dijo a su imagen reflejada en el espejo, después de la ducha: «Eres el mejor, Juanito. Esta venta es tuya».
--¡No, no hay cableado aún, Eva, pero lo habrá, te lo prometo. Y habrá parques y policía y un Carrefour gigante. Tendréis fuentes, polideportivos, ambulatorios, hospitales, bares de copas, restaurantes, tiendas de ropa, un colegio… imagínatelo. En un par de meses esto va a ser la urbanización de moda, te lo garantizo.
-¿Ves? Solo tenemos que entrar y ver la casa –dice el marido, inquieto.
-Queda poco tiempo de luz, Eva. Tenemos que entrar ya, o si no, no podremos ver la casa.
-¿Pasa el autobús?
-Eva, por dios –gime el marido.
-¿Qué?
A lo lejos, Eva y Andrés contemplan el polvo que levanta el coche del agente de la inmobiliaria. La sombra de la acacia es ahora alargada y tan delgada que apenas apacigua el calor de secarral de este paraíso terrenal.
-Hemos perdido una oportunidad de oro, Eva.
-Seguramente. Vámonos de aquí, anda, no vaya a ser que nos asalten unos cuatreros.