el amor no era para tanto
Europa, Europa
España necesita acercarse a Europa con fervor para encontrar un camino común ajeno a las riñas de telenovela habituales en la política nacional
Fantasía primaveral
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Arte para todos
La zorra contra la fachosfera
Usted se despertó el lunes bajo la manta de toda una plétora de informaciones y análisis sesudos (algunos no tanto) sobre los resultados de las elecciones europeas del domingo pasado. Seguro que ha escuchado y leído hasta la saciedad que si la máquina del fango esto, que si la ultraderecha lo otro, que si Alvise, que si hemos casi ganado, que si hemos casi perdido…
No seré yo quien, varios días después, venga a incidir en la pesadilla de los datos y el refrito de las opiniones de otros, sobre todo cuando ya sabemos hacia dónde se alinean los astros: el PP gana, pero no con la contundencia que esperaba; el PSOE consigue un resultado flojo, pero menos malo de lo que se temía, lo cual puede disfrazarse (echándole ganas e imaginación) de victoria; los partidos destinados a salvar a la humanidad se diluyen en una decadencia descarnada, incapaces de restañar el gran problema de la izquierda española que tan bien supo ver Julio Anguita hace ya unos años: la atomización (dimisión/no dimisión de Yolanda Díaz incluida); por el ala de Garrincha, Vox se tambalea un poco, aunque consigue sostenerse en pie.
«Al calorcito de las redes sociales y el cuñadismo terraplanista 5G Bill Gates, surge un maromo con un canal de Telegram y 800.000 votos»
Y al calorcito de las redes sociales y el cuñadismo terraplanista 5G Bill Gates, surge un maromo con un canal de Telegram y 800.000 votos (ochocientos mil, señora, que así impacta más), en la más dislocada tradición española de votar al personaje (véase Ruíz Mateos hace unos años) y que salga el sol por Antequera.
Sin embargo, existe un asunto más importante, quizás trascendental, del que se habla mucho menos, supongo que porque el cainismo y la morondanga nos impide ver más allá del polvo que levantan nuestros pies: la pérdida de autoridad moral de las dos «locomotoras» europeas. Efectivamente, tanto la Francia de Macron, como la Alemania de Olaf Scholz, se acostaron el domingo un poco menos europeas y un tanto más inquietantes, debido al ascenso de opciones ideológicas no muy europeístas, por ponerme elusivo y no ser alarmista.
Adelanto electoral en Francia
La consecuencia directa fue el adelanto de las elecciones en Francia para el 30 de junio y el 7 de julio (en Francia la cosa va a dos vueltas) y la irrupción de la ultraderecha en Alemania, con más de un 15% de los votos (en Bélgica también supura la herida, donde su primer ministro ha dimitido). Así las cosas, resulta que, pese a todo, el único país de los «grandes» del continente que resiste las acometidas del antieuropeísmo es nuestra España, Españita, Españistán o como sea que quiera usted llamarle.
«Va a resultar que es España quien podría garantizar los valores europeos de concordia y unidad monetaria, social y territorial»
Pues sí, señora, va a resultar que es España quien podría garantizar los valores europeos de concordia y unidad monetaria, social y territorial, quien podría ponerse en primera fila de las negociaciones políticas y económicas y quien podría, al fin, ocupar un lugar preeminente en la toma de decisiones de primer nivel (demasiados «podría» para la realidad que tenemos). Esto supondría un futuro alentador para nuestra nación y un motivo de orgullo para quien les habla, convencido como estoy de que España necesita acercarse a Europa con fervor para encontrar un camino común ajeno a las riñas de telenovela habituales en la política nacional.
Duelos cavernarios
Debilitadas en sus estructuras nacionales Alemania y Francia, y con Italia en manos de alguien poco sospechoso de soñar con un continente unido, tenemos la oportunidad histórica de conducir al resto de naciones (sobre todo a las norteñas, tan insufriblemente condescendientes con los países sureños) por la senda de la cordura, la democracia, la solidaridad y la reverencia a unas raíces comunes que nos sostienen (para bien y para mal) desde hace mil años. Pero no lo haremos, claro que no, porque seguiremos enzarzados en duelos cavernarios entre clanes enemigos, como siempre. Cuando podríamos enseñarle al mundo capacidad de liderazgo y presencia institucional, ofrecemos ruptura, decadencia y conflicto inveterado a unos niveles que no habíamos experimentado en mucho tiempo.
Si en el jardín privado no somos capaces de ponernos de acuerdo, podríamos intentar hacerlo en el de la comunidad de vecinos (permítanme la metáfora vecinal), donde el riesgo de que se amustien las margaritas es hoy más acuciante. Quizás nuestro Presidente del Gobierno debería preparar la redacción de una tercera carta a la ciudadanía en la que se comprometa a liderar el parlamento europeo junto a quienes considera enemigos en casa, lo cual sería una muestra de altura política y lo ubicaría de verdad en el espacio de los grandes estadistas, que se caracterizan, como nuestro presidente debe saber, por ser capaces de encontrar escenarios de colaboración necesarios para la supervivencia del Estado (no del Gobierno) aún por encima de sus propios intereses partidistas.
Piénsenlo… nos encontramos ante la exigencia histórica de postularnos ante nuestros socios como la nación idónea para conducir a la Unión Europea en el actual paradigma de desafecto y rendición democrática, pero para eso, primero hará falta ponerse de acuerdo, una expresión tan poco frecuente en nuestro país como el verbo dimitir.