EL AMOR NO ERA PARA TANTO
El cuento del grial
Los bulos, la desinformación, la vileza de los medios de comunicación (que la hay, y mucha) no se restaña con leyes salvadoras de contenido ambiguo y etéreo, sino con educación y cultura
Silogismos (tonterías) en potencia
Far West
La Capitana
Europa, Europa
En su maravilloso 'Cuento del Grial', escrito a finales del siglo XII, Chétrien de Troyes narra las aventuras en busca del misterioso receptáculo donde se recogió la sangre de Jesucristo durante la crucifixión. Protagonizado por Perceval, un joven caballero galés, algo atolondrado y simple al principio, pero que ganará en sabiduría a lo largo de su viaje, supone la inauguración del género caballeresco, dando forma a los tópicos que posteriormente se desarrollarán en Europa: la idealización del amor, el altruismo, la protección del desvalido, la aventura, lo mágico… y, por supuesto, el Rey Arturo y sus caballeros, imagen misma del ideal cortés de la época.
Su lectura es deliciosa, sorprendentemente divertida (sobre todo al inicio) e inspiradora. De hecho, estoy seguro de que nuestro Presidente y su Mesa Redonda se han subido estos días a los hombros de Arturo y sus caballeros para combatir altruistamente los bulos y la desinformación de la célebre 'Máquina del fango' y, de paso, defender a la Dama Democracia de los ataques de sus pérfidos enemigos. Efectivamente, señora, nuestros gobernantes se han embarcado en la quimérica tarea de salvarnos de las garras de la perfidia ultraderechista que domina el mundo en estos momentos, capitaneada por Pablo Motos (mañana, a lo mejor, es otro). La población indefensa se encuentra asediada en un castillo a punto de claudicar, rogando ayuda desde las almenas a aquellos caballeros dispuestos a sacrificar su vida por el bien de los desvalidos. Y nuestro atractivo líder ha oído las súplicas.
Baste por hoy de chorra metafórica y centrémonos en la infantilización de una sociedad que no se reconoce a sí misma ni mirándose doscientas veces en el espejo, acostumbrada a ser manoseada, manipulada, zaherida y convulsionada hasta la náusea, pero acomodada y complaciente tras sus dispositivos móviles y sus opiáceos digitales (yo el primero, oiga, que conste). Nos hemos habituado a ser interpelados emocionalmente y no intelectualmente, como si fuéramos niños pequeños a los que calmar de la rabieta porque no se les compra la 'chuche' que andan exigiendo.
El miedo funciona de maravilla
Ya sabe usted que el miedo funciona de maravilla como elemento adormecedor de las voluntades (lean 'La doctrina del shock' de Naomi Klein y comprenderán mejor esta concepción del pánico como mecanismo paralizador), por lo que es usado desde los espacios de poder sin ningún tipo de pudor. El miedo, el pánico, el principal motivo de preocupación, la causa de que nuestros gobernantes no peguen ojo por la noche intentando encontrar fórmulas para protegernos del terrible enemigo exterior es el siguiente: ¡LA DEMOCRACIA ESTÁ EN PELIGRO! Efectivamente, nuestra joven (bueno, puretilla ya) democracia sufre el acoso vil de los bulos y la desinformación, personalizada en los denominados pseudomedios de ultraderecha, una entidad informe que incluye medios distintos un día sí y otro también, y que desean la destrucción de todo lo bueno que existe en nuestra Arcadia Feliz.
Incluso, fíjese usted, nuestro presidente se vio obligado a retirarse compungido y enamorado a su Cueva de Montesinos, como Don Quijote, a reflexionar sobre su propio lugar en el mundo, saliendo de ella reforzado por la convicción de haber encontrado la solución a nuestros problemas: un Plan de Acción Democrática que restituirá el equilibrio en la galaxia.
Perdonen que me ponga un poco repelente, pero es que me pone de mal humor que nuestros líderes políticos nos tomen por niños perdidos, incapaces de defendernos de las agresiones exteriores, y me da por las alusiones literarias de intención irónica para no ciscarme en todo lo que se menea. Los bulos, la desinformación, la vileza de los medios de comunicación (que la hay, y mucha) no se restaña con leyes salvadoras de contenido ambiguo y etéreo, sino con educación y cultura, con mesura y diálogo, pero, sobre todo, confiando en que la sociedad española sea lo suficientemente madura como para interpretar los mensajes que recibe a través de los medios de comunicación y pueda tomar las decisiones oportunas sobre ello. Lo contrario es paternalismo, una tendencia poco democrática, por cierto.
«La mayoría de la población española discierne de forma adecuada el grano informativo de la paja ideológica»
La prensa independiente, seamos honestos, no existe; al igual que la educación o la ciencia independientes tampoco existen. No dejan de ser una suerte de oxímoron. Cualquiera de nosotros sabe, entiende y tolera un cierto nivel de influencia del patrón sobre las opiniones de sus marineros. No es lo deseable, pero es lo habitual, nos hemos acostumbrado a vivir con ello y confío en que la mayoría de la población española discierne de forma adecuada el grano informativo de la paja ideológica, por lo que me parece un acto cosmético y condescendiente elaborar normativas estatales para perseguir una amenaza que se cura leyendo mucho y viajando mucho, como nos recuerda Cervantes.
No sé si nuestra democracia está en peligro, la verdad. Me da a mí que no más de lo que estaba hace diez años, pero ¿quién soy yo para dudar del infalible criterio de nuestro presidente? Lo que sí está en peligro, me parece, es la independencia de criterio, la idea de Cultura con mayúsculas como vehículo de desarrollo social, el diálogo informado o el debate civilizado, amenazados, estos sí, por el tribalismo cerril de las clientelas políticas de uno y otro signo, empeñadas en borrar de la sociedad española todo signo de razonamiento.
Así que, mi plegaria a nuestros gobernantes es la siguiente: empleen más recursos en la educación del Pueblo y déjense de combatir aquellos gigantes que ven a lo lejos, «que miren vuestras mercedes que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino».
Pues eso…