Recre, vos SOS mi vida
Tendría unos 10 años, un renacuajo tímido que se volvía insolente y obstinado cuando llegaba el domingo. La asistencia al Colombino era innegociable. El Recre reclutaba al estratega que había en mí o directamente me instruía con su magnetismo natural proporcionándome las armas para no faltar a la batalla dominical en el polvorín de la Segunda B.
Ahí acuñé mis primeros recursos persuasivos, e incluso el chantaje era una opción factible si la cuestión se enquistaba y no prosperaba. Por entonces, el potente arsenal de extorsión consistía en amenazar con no asistir al colegio al día siguiente o parapetarme en mi cuarto sin provisiones, haciendo huelga de hambre. Todo un activista, la causa lo merecía. No podía fallarle al abuelo.
Las horas previas eran momentos de tensión y tiras y afloja, pero solía salirme con la mía. En ocasiones lograba además alistar a un soldado de mayor rango como mi padre. Aunque no siempre respondía mi progenitor a la llamada a filas y tenía que recurrir a otras argucias para no faltar a la cita.
Con carácter, determinación y los bolsillos cargados con chucherías para reponer fuerzas y no flaquear en la animación, me enrocaba en la postura de no aceptar un no por respuesta; no existía rendición posible. Ante mi exasperante insistencia y cuando fugarme empezaba a ser una posibilidad contemplada seriamente sino se atendían mis peticiones, solía llegarse a un armisticio satisfactorio para ambas partes. Mi bendita madre era la que ejercía de diplomática con su paciencia infinita, estableciendo como única condición para cerrar el pacto que accediera a ser escoltado por ella hasta las puertas del estadio.
Han pasado dos décadas de aquellos momentos de empates a cero con el Mármol Macael, de los goles de rebote, del ‘patapum parriba’, del tío del puro que incrustaba el olor en la memoria de tu pituitaria durante una semana, del crujido compulsivo de las pipas, del “árbitro becerro” resonando cíclicamente, de vibrar con un saque de banda pegado al banderín del córner...
Sin apenas levantar un palmo del suelo, siendo un chaval, el abuelo me dio la lección más importante sobre el fútbol. Me enseñó que no son los taconazos, las chilenas y los disparos a la escuadra lo que engrandecen a este deporte; es la lucha, el amor, la pasión, los dientes apretados, las lágrimas, el sufrimiento, la incondicionalidad, dejarse la piel… Es ver al capitán de tu equipo remando a contracorriente con un brazo vendado y olvidarse del dolor abnegado en la defensa de un escudo y sus colores.
Cuando al sábado siguiente iba a los pinos de Aljaraque a dar patadas a un balón, no practicaba rabonas o regates imposibles de Romario, trataba de imitar a Manolo Pedraza, colocándome una sudadera desde el codo hasta la muñeca, emulando a una férula, despejando el peligro de la zaga y arengando a los compañeros.
¿Por qué te quería entonces, si no eras atractivo, vistoso, elegante, rico, famoso ni laureado con decenas de títulos?, por lo mismo que ahora, cuando yaces mutilado, moribundo, haraposo y carcomido por las ratas, porque eres parte de lo que soy, porque soy de Huelva y eres el alma de esta ciudad. “Es un sentimiento, no trates de entenderlo”.
Sé que tú que lees esto y eres blanquiazul hasta la médula entenderás cada línea que no escribe un periodista, sino un Líbero del Decano más. Todos los que atesoráis recuerdos imborrables como el mío sois guardianes de su historia y ahora nos corresponde ser parte crucial de ella escribiendo el capítulo más importante de sus 126 años de existencia. “Aquí está tu gente, la que no te va a fallar”… #SOSRecre
@ManuelGGarrido