La alargada sombra del ‘perroflauta’
¿Tú qué eres, un hippie? No he perforado mi piel con piercings, mi pelo no está decorado con rastas, mi fondo de armario carece de pantalones cagados y los gorritos jamaicanos no son de mi estilo. Pero, aunque no me enfunde el uniforme oficial, yo también lucho en el bando de la economía social.
El ser humano es categorizador por naturaleza, clasifica a sus semejantes en virtud de unas jerarquías establecidas por criterios arbitrarios, por norma general muy rígidos. En España, sin ir más lejos, se define a los amantes de los símbolos de su país como fachas, a los opositores del bipartidismo como antisistemas y a los manifestantes como comunistas o anarquistas, según el día. Se tiende a simplificar generando un sesgo insuperable. Lo mismo ocurre con esa corriente económica que avanza lentamente, frenada habitualmente por una presa de puro hormigón ideológico que ralentiza su caudal, necesario para hidratar nuestras mentes.
Hace unas semanas, asistí a un debate en la Universidad de Huelva donde se abordaron cuestiones relacionadas con la economía social. He de reconocer que aún soy un joven padawan en la materia, pero pude sacar varias conclusiones. La primera es que existe una perjudicial tendencia a vincular a estos movimientos con tendencias de izquierda profunda. Un resorte generalizado que incluso los propios promotores potencian sin recaer en las limitaciones que eso provoca, levantando un muro infranqueable para quienes no comulgan con esa vertiente. “Si es de ‘perroflautas’, esto no va conmigo”. Un embrión sectario es un feto sin posibilidades de supervivencia, necesita el cordón umbilical que debe conectarlo a todos los segmentos sociales para alimentar y enriquecer su estructura.
La magia en economía no existe, lo que parece revolución son fuegos artificiales. El sentido común es el arma más poderosa para derribar un modelo sustentado por la fe ciega de una población que no discute unos dogmas casi mitológicos. Una de las ponentes dio con la clave: Hay que operar contra el sistema desde el sistema, es la única vía eficaz para el cambio. Si mueves ficha fuera del tablero, la partida se acaba. La prioridad es poner en jaque las normas del juego predominantes y proponer otras que favorecen más a los participantes sin necesidad de dar un golpe en la mesa y tirar todas las piezas.
La infraestructura mental es primordial. La educación es el santo grial expoliado a la razón, esclavizada y obligada a realizar trabajos forzados para el mantenimiento del status quo. El objetivo es liberar al rehén, sí, pero para sacarlo de su cautiverio, no para someterlo a otro con inclinaciones opuestas. No se trata de redactar un nuevo discurso de autoridad afín a otros intereses distintos a los predominantes, sino de ofrecer las herramientas a cada individuo para que construya el suyo. La Universidad, supuesta meca del conocimiento, beta y margina en sus currículos pedagógicos la pluralidad teórica, transmitiendo un concepto restrictivo y obtuso de economía, añadiendo una gran carga política a un territorio que debería ser declarado como apátrida, la enseñanza.
La tímida objeción de conciencia de algunos docentes comprometidos es insuficiente, limitándose a nombrar en sus clases, de manera somera, a los hijos bastardos que la economía se niega a reconocer como suyos. De esta manera, iniciativas como los grupos de consumo, las monedas sociales (en Huelva existe y se llama ‘choquito’) o los mercados del tiempo se perciben como excentricidades de unos desarrapados más que como una opción alternativa real a los sistemas convencionales.
Sin embargo, cooperativas y asociaciones reivindican su relación de consanguineidad respecto a la economía apostando por un prototipo empresarial más justo y responsable, que proporciona una nueva dimensión a una estirpe tradicionalmente demasiado conservadora. El niño rebelde que desobedece a sus padres se destapa como un talento independiente de autogestión tras abandonar el nido.
@ManuelGGarrido