El gatillazo de Jordi Évole en Huelva

Gaseosa periodística, gatillazo mediático, pantomima, paripé. El azote de opresores y el adalid postmoderno de las causas perdidas, Jordi Évole, se olvidó el disfraz de reportero comprometido e intrépido, con el que se le ve aparecer ya muy de vez en cuando, en su visita a Huelva. Residuos radiactivos con una extensión equivalente a casi la mitad de la superficie de la ciudad de Huelva, millones de toneladas de fosfoyesos, empresas incumpliendo resoluciones del Tribunal Supremo (una de las causas fetiche de Évole), elevada incidencia del cáncer, cercanía del desierto blanco tóxico a una zona de alto valor ecológico por un lado y a una residencial por otro; pero su pregunta lapidaria no fue otra que: “¿Aquí quién exagera? (…) ¿no nos estaremos pasando un poco?”

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Todo ello con el sonido enlatado al estilo Darth Vader, con la escafandra del traje antirradiación (muy del circo televisivo), mientras el contador Geiger marcaba valores 150 veces superiores a los permitidos por las directivas comunitarias de la Unión Europea. Más allá de Despeñaperros, los andaluces somos percibidos como seres con arte, salero y muy dados a la exageración, pero para eso, querido Jordi, existen artilugios precisos que se alejan de hiperbólicas subjetividades sureñas.

El programa 'Salvados' de La Sexta del pasado domingo fue una ocasión perdida para los onubenses. Una más. Nos tocó ser los teloneros, la comparsa, el aperitivo previo al plato fuerte. Huelva fue un anexo o un apunte a pie de página en un reportaje sobre la contaminación ambiental, que centró gran parte de su atención en la situación del pueblo vizcaíno de Muskiz. Expertos de diversa índole fueron consultados y tuvieron voz para explicar distintas claves del problema de la localidad vasca en todas sus vertientes.

En el apartado dedicado a Huelva, el despliegue fue mucho más austero. Solo Paco García, responsable de residuos de Ecologistas en Acción, tuvo la palabra como experto. Hizo lo que pudo, ni más ni menos. Se convirtió en el comodín de Évole, alrededor de quien pivotó el grueso del reportaje. Fue el oráculo al que acribilló con todo tipo de interrogantes, que en muchos casos se escapaban a su campo de conocimiento. Eso provocó una letanía de vaguedades y referencias a informes carentes de un análisis sólido, que exigían a gritos la presencia de una eminencia en la materia para formular conclusiones válidas, pero que nunca apareció.     

 Ni científicos, ni médicos, ni peritos, ni dirigentes de las empresas responsables, ni políticos, ni personas afectadas (que las hay y en grandes cantidades), nadie. Perdón, siendo fieles a la verdad, sí que hubo un testimonio más, el de un ciclista que espontáneamente se aproximó al lugar de la entrevista. Su aportación fue determinante en la disertación sobre el tema: “Ahí hay fosfoyesos, por eso lo que pesco lo congelo, por si tiene algo, se le quita cuando se congela (…) Si no nos hemos muerto ya de otra cosa, ¿nos vamos a morir por un ‘pescaucho’ de estos?”. Sin olvidar el diálogo con tres pescadores de la zona, entre los cuales se encontraba el despreocupado individuo que apostaba por la criogenización del pescado para eliminar cualquier conato de contaminación; y la conversación de tasca, en el bar Manolín, con un grupo de trabajadores y parados del sector de la industria como colofón.

Una decepción con mayúsculas y un caldo de cultivo para la indignación que ha brotado a borbotones en muchos sectores onubenses tras la emisión del programa. ¿Dónde está aquel personaje atrevido e implacable contra los abusos de políticos y empresas? Descafeinado y lacónico, intercaló su estupor al conocer ciertos datos con un incómodo tono escéptico y receloso, lindando con la incredulidad, a pesar de comprobar in situ el desolador panorama resultante de aquel gigante químico.  

Fue una oda a la negligencia periodística. No hubo fuentes contrastadas, faltó pluralidad y diligencia profesional, con un tratamiento parcial y simplista, carente de versiones de diferentes agentes o víctimas del problema. Se quedó en la superficie, escenificando un guion orquestado con el beneplácito de los interlocutores, que exponían su lección aprendida sin salirse de los tempos que marcaba Évole. Un poco del franquismo como elemento introductorio (todo un clásico), un par de cifras, porcentajes, opiniones al uso, algo de historia sobre Fertiberia, apunte sobre la famosa puerta giratoria, y expediente cerrado. Lo de siempre. Nada nuevo. Encorsetado y tópico.   

Especialmente opaca fue la exposición referida a una de las claves, la influencia de la contaminación respecto a la virulencia del cáncer entre la población onubense. Ante la pregunta de si existe una relación epidemiológica que vincule los altos índices de polución a la enfermedad, Paco García quedó acorralado por las contradicciones en las que incurrió, incapaz de respaldar su alegato. No le correspondía a él responder a aquello y se notó que carecía de competencias suficientes para defender una postura en esa parcela, por falta de especialización, simplemente. Faltó rigor y heterogeneidad de enfoques, ente otras cosas.  

¡Salvados! Los responsables de la masacre ecológica respiraron (con mascarillas protectoras, eso sí) al salir indemnes tras un programa inofensivo, inocente e inocuo para los intereses de quienes merman la salud de los onubenses impunemente. Las balsas de fosfoyesos no se abrieron al paso de Jordi Évole, cual mesías o profeta, nadie lo esperaba, pero su aura de líder de opinión apenas ha arrojado algo de luz necesaria respecto a la alargada sombra de la contaminación ambiental en Huelva. En su Twitter, Évole se jactaba de que “este Salvados no le va a gustar ni a Petronor, ni a Josu Jon Imaz, ni a Fertiberia, ni a la Ministra de Agricultura”, puedo garantizarle a quién no ha gustado, Jordi: a los onubenses.

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