Ladridos por una chustilla

“Qué fuera ni fuera. Voy a fumar aquí, no me da la gana”. La displicente y déspota cita es obra de todo un poeta del respeto y la consideración, Francisco Gómez. Se trata de un purista trovador de la democracia que, como alcalde de la localidad malagueña de Benaoján, predica con todo un ejemplo de tolerancia. La afición de este personaje por airear sus malos humos ha cargado la atmósfera del Consistorio, lo cual ha consumido hasta el filtro de la paciencia de los miembros de la corporación.

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La frenética actividad política crispa la calma de Francisco Gómez, que únicamente encuentra sedación a su ansiedad encendiendo un cigarrillo y los ánimos de quienes soportan sus vicios en el Ayuntamiento. Los socialistas, hastiados de sus desmanes y cansados de intoxicarse con el tufo del caciquismo, decidieron grabar sus prácticas nocivas y molestas para bajarle los humos (o apagarlos, a poder ser). Sin embargo, lejos de disuadirle de su comportamiento, la presencia de una cámara potenció su actitud desafiante y chulesca. 

Prostrado mayestático en su sillón presidencial, henchido de soberbia, responde con insolentes bravuconerías a las peticiones de que abandone su ilegal y desagradable hábito en el salón de plenos. Nada le importa la prohibición expresa de fumar en las instalaciones de un organismo público, y mucho menos las quejas de la oposición. Desafiante, se levanta, arroja la ceniza al suelo y da una calada. El rastro de la humareda se traga su silueta y difumina su integridad.    

Sus modales se esfuman, se fugan en concubinato con el sentido común y el de la decencia. Un trío demasiado histriónico. “Si considero que una ley no me gusta tengo mi derecho democrático a oponerme a ella”. Como cortina de humo es una tomadura de pelo, pero como fundamento revolucionario antisistema simula la defecación ideológica sin llegar a flatulencia racional. Fumata blanca, habemus pastor del despropósito y la extravagancia. En el Consistorio representa al partido independiente APB (Agrupación Progresista de Benaoján), significado de unas siglas de las que se burla con arrogancia exhumando la imagen del tirano localista dueño de un cortijo llamado municipio.  

  

El argumento más consistente y sólido de Francisco Gómez ante las críticas es un ladrido (o un aullido, disculpen mi analfabetismo canino, me perdí ese capítulo de Waku waku). Un gruñido que sigue a otro. ¿Qué esconde aquel sonido del chuchodicho? (o sea, susodicho, me trabo con tanta ‘che’: chocante, chalado, chulo), ¿es, quizás, fruto de la interferencia de una reminiscencia transmigratoria perruna? (que lo ha poseído un perro, quiero decir), ¿o un síntoma de que debe depurar su inglés?, ¿una ventosidad tal vez? Los socialistas se han puesto en contacto con César Millán (el encantador de perros) quien, tras presenciar la secuencia, ha necesitado recibir atención psicológica y ha pedido la baja por depresión.

En todo caso, el affaire impúdico con el cigarrillo es el menor de los vicios del dirigente de Benaoján, fetichista del insulto, las amenazas y vejaciones. La Junta de Andalucía ha abierto expediente al edil. El bochorno mediático de un vodevil patentado por la Marca España ha desperezado a un entumecido y holgazán sistema permeable a estos abusos. Los hipócritas adalides del progresismo (disfrazados tras acrónimos como APB) hacen friccionar la hoz y el martillo hasta que la chispa prende las ‘chustillas’ del poder despótico en localidades convertidas en sus fumaderos clandestinos. La pestilencia del totalitarismo se camufla con el ambientador de la democracia. 

Son otros tiempos, por quítame de ahí esas colillas (de cigarro, me refiero), la Inquisición se habría cebado despiadadamente con Francisco Gómez, o si no que se lo pregunten (por ouija o carta astral con acuse de recibo) al ayamontino Rodrigo de Jerez, cuyo papel (en la historia, no de liar) es desconocido para muchos, a pesar de que está diariamente en boca de todos los adictos a la nicotina. Aquella planta de hojas secas que desprendía una peculiar fragancia, como lo definieron sus descubridores, tuvo su cuna europea en Ayamonte, gracias (por decir algo) a Rodrigo de Jerez, que la introdujo en nuestras fronteras tras su expedición en la Niña en 1492. Sus vecinos no acogieron aquel hábito con entusiasmo precisamente. Fue encarcelado durante siete años acusado de brujería, se asociaba a una concesión demoníaca la capacidad para expulsar humo por las fauces.   

@ManuelGGarrido

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