Indignados exprés en la sociedad suflé
Afrontémoslo: si no muestra usted su cabreo monumental en redes sociales es como si no estuviera molesto en grado alguno, vamos, como si le importara un ardite lo que fuera que toque en el momento para indignarse, ¿no es así? Eso parece, desde luego.
Partiendo de esta aseveración tan falaz, cada vez que ocurre algo digno de las manifestaciones de furia desatada y usted no participa de ello, está siendo tibio, colaboracionista o directamente cobarde, como he leído en alguna ocasión. Da igual que se trate de una nueva guerra, del desliz desafortunado de un presentador de televisión, del último vídeo musical de Leticia Sabater, del guantazo de un futbolista a otro o de sketches de dudosa factura pero de (visto lo visto) asombrosa eficacia: en menos de dos minutos DEBE usted, no solo disponer de opinión clara, sino manifestarla en sus redes sociales con todo el furor que la incesante instantaneidad de la comunicación digital requiere.
En nuestras ‘sociedades suflé', tan infladas por los esteroides de la opinión personal inmediata como vacuas y blandurrias por dentro, se ha generalizado la figura del ‘indignado exprés’, una persona generalmente “de bien”, decente y honesta (aunque de espíritu hooligan) que responde casi de inmediato a cualquiera que sea la noticia candente del momento, sin apenas tomarse el tiempo prudencial para interpretar la situación con un mínimo de garantías intelectuales. El (o la) indignado exprés no se permite el lujo de otorgarse un contexto desde el que observar con calma la situación, ya que el contexto implica la adopción de una perspectiva crítica, es decir, una reflexión consciente sobre la información recibida o la fuente desde la que se ha tomado esta y no hay tiempo para la reflexión cuando se quiere, se necesita, ser el primero, ser quien grite más fuerte y adelantarse a los demás. Asimismo, como al día siguiente o, a lo sumo, un par de días más tarde, otro acontecimiento sustituirá al anterior, es importante quemar la madera de la furia acusadora para recuperar fuerzas de forma inmediata, no vaya a ser que mañana alguien se le adelante y le pille distraído (¡Más madera, es la guerra!, que decían los Hermanos Marx en aquella maravillosa escena del tren).
El indignado exprés se crece en la ausencia de debate, aunque gritará a los cuatro vientos su AMOR por el intercambio de ideas; germina entre la barahúnda de insultos y dislates como una flor en un vertedero, pese a que inicialmente se posicionará en contra de las agresiones verbales, afianzando sus raíces entre los aplausos de los otros indignados exprés que se acercan al calorcito de su breve y tumultuosa relevancia mediática. Al incauto que se atreva a tratar de incorporar algo de sentido común a la escalada de acusaciones se le arrinconará y atacará, convirtiéndolo así en acusado por mor de la reducción de sus opiniones a la categoría de soflamas en favor de a quien se esté lapidando en el momento.
Como todo buen depredador, el indignado exprés recorre los límites de su territorio pacientemente, a la búsqueda de presas fáciles sobre los que hundir las fauces, hasta que intuye, huele o percibe en el ambiente a algún animalillo indefenso; es entonces cuando se lanza al ataque, persiguiendo al objetivo con toda su furia, agarrándola por el cuello y acabando con su escasa resistencia en pocos segundos. ¿Quién puede sustraerse al ataque inmisericorde de un espécimen diseñado para la caza?
Otro de los comportamientos más fácilmente identificables de nuestro indignado exprés es el victimismo. Se aferrará con toda su alma a posiciones victimistas para que su denuncia posea mayor alcance y sea moralmente incuestionable, utilizando de paso los grandes tópicos populistas, tales como la religión, el nacionalismo, la ideología de uno u otro lado o las costumbres ancestrales y la cultura, convirtiéndose en garante de cualquier colectivo que le interese y al que considere bajo ataque.
Pero, por encima de todo, lo reconocerá usted en su multiplicidad de temas sobre los cuales indignarse: son casi infinitos. Lo verá (o leerá) en riñas de todo tipo, desde el fútbol hasta la política, pasando por la nutrición, el medioambiente, la tortilla de patatas ideal, las mejores fechas para recolectar las olivas, el sutil equilibrio geopolítico mundial o la inteligencia artificial. Es un sujeto incansable, que nunca se detiene ante una refutación argumentada, una dignidad dañada o una honorabilidad cuestionada: los espurios beneficios de sus diatribas lo merecen (París bien vale una misa, como dicen que dijo el rey hugonote antes de pasarse al catolicismo y así poder reinar); el abrazo de los “me gusta” es una manta calentita y confortable a la que no está dispuesto a renunciar.
Ante la explosión demográfica de indignados exprés no hay herramienta social alguna que contenga la marea; se ha convertido en una forma de vida tan asentada como otra cualquiera y muestra visos de permanencia, dada la profusión de acontecimientos pretendidamente escandalosos que ocurren a cada segundo en nuestras hiperconectadas y autocomplacientes sociedades. La manera más efectiva de acabar con esta infestación digital sería arrebatarles su vacuo poder representativo mediante la banalización de sus postulados y la reducción al absurdo de sus proclamas incendiarias, pero en este tiempo en el que nos tomamos tan en serio cualquier necedad, no parece que pudiera surtir efecto.
Sea como fuere, recuerden: quien grita no tiene la razón, solo se le escucha más.