Cancelar a los canceladores

Verán, hace un tiempo que vengo dándole vueltas a este asunto. Ya desde los tiempos de las denuncias hacia Woody Allen, busco un ángulo desde el que tratar de entender la psicosis actual, pero imagino que algo se me escapa, porque de entenderlo, no lo entiendo. 

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Woody Allen nunca ha sido juzgado por las acusaciones vertidas contra él. Y son acusaciones muy graves; muy, pero que muy graves. Nada menos que de abuso infantil. Sí ha sido, sin embargo, investigado dos veces y ambas veces ha sido exonerado por organismos diversos. Aún así, se inició una guerra contra su vida y su obra que comenzó con aquella ristra de actores y actrices que declararon sentirse arrepentidos de haber trabajado a sus órdenes, donando sus sueldos (en fin, Woody Allen es célebre por pagar el salario mínimo a sus actores y actrices; tampoco es que donaran los sueldos millonarios cobrados por otros trabajos) y abjurando de su cine, de su compañía o de su presunción de inocencia.

En aquella época, me pareció demencial y vomitivo el acoso y derribo contra un hombre cuya carrera (y qué carrera, señoras y señores, ¡qué carrera!) y peor, cuya vida, se precipitaba al vacío. Al menos la inquisición realizaba pantomimas de juicio para justificarse. Hoy no es necesario.

Todo esto viene a colación de los nuevos aires llegados de Hollywood. De momento, tres han sido los casos que han destacado globalmente. Tanto Bill Murray, como Frank Langella y, por último Fred Savage (el niño de “Aquellos maravillosos años”) han sido despedidos por “conducta inapropiada”, sin trascender claramente el motivo. Y es que esto funciona siempre así: alegaciones susurradas, acusaciones cuyo origen se respeta, pero a cuya repercusión se permite volar libremente por las redes sociales; incapacidad de reacción por parte del acusado, asunción pública del origen sexual de la acusación aunque no haya trascendido el motivo… el resultado suele ser el mismo en casi todos los casos: adiós a tu carrera; adiós a tu vida privada. La losa de la sospecha te acompañará para siempre.

 Woody Allen nunca ha sido juzgado por las acusaciones vertidas contra él. Y son acusaciones muy graves; muy, pero que muy graves. Nada menos que de abuso infantil. Sí ha sido, sin embargo, investigado dos veces y ambas veces ha sido exonerado por organismos diversos. Aún así, se inició una guerra contra su vida y su obra que comenzó con aquella ristra de actores y actrices que declararon sentirse arrepentidos de haber trabajado a sus órdenes, donando sus sueldos (en fin, Woody Allen es célebre por pagar el salario mínimo a sus actores y actrices; tampoco es que donaran los sueldos millonarios cobrados por otros trabajos) y abjurando de su cine, de su compañía o de su presunción de inocencia.  En aquella época, me pareció demencial y vomitivo el acoso y derribo contra un hombre cuya carrera (y qué carrera, señoras y señores, ¡qué carrera!) y peor, cuya vida, se precipitaba al vacío. Al menos la inquisición realizaba pantomimas de juicio para justificarse. Hoy no es necesario. Todo esto viene a colación de los nuevos aires llegados de Hollywood. De momento, tres han sido los casos que han destacado globalmente. Tanto Bill Murray, como Frank Langella y, por último Fred Savage (el niño de “Aquellos maravillosos años”) han sido despedidos por “conducta inapropiada”, sin trascender claramente el motivo. Y es que esto funciona siempre así: alegaciones susurradas, acusaciones cuyo origen se respeta, pero a cuya repercusión se permite volar libremente por las redes sociales; incapacidad de reacción por parte del acusado, asunción pública del origen sexual de la acusación aunque no haya trascendido el motivo… el resultado suele ser el mismo en casi todos los casos: adiós a tu carrera; adiós a tu vida privada. La losa de la sospecha te acompañará para siempre. Frank Langella se ha defendido como ha podido en Deadline, arguyendo que todo el mundo le ofrecía el mismo consejo: “No te victimices; no demandes; paséate por los Talk Shows mostrando arrepentimiento; di que has aprendido mucho. En definitiva, pedir disculpas”. Las alegaciones contra él se sostienen sobre lo siguiente: en una escena de amor, ambos actores, él y la actriz protagonista, totalmente vestidos, rodeados de todo el equipo de rodaje, bajo la supervisión de una nueva figura presente en los rodajes llamada “coordinador de intimidad” dispuesta allí para asegurarse de que nada fuera de lugar ocurra, Frank Langella, posa su mano sobre la pierna de la actriz (quien interpreta a su mujer, por cierto). El director grita “corten” y la actriz se lamenta en voz alta: “me ha tocado la pierna. Eso no estaba en el guion”. Resultado: Frank Langella es despedido por “conducta inapropiada”. Netflix, cadena responsable de la serie de la cual ha sido despedido Langella, termina su colaboración profesional con él profiriendo una frase a partir de la cual resulta más fácil entender de qué va todo esto: “La intención no es nuestro problema, Netflix solo se ocupa del impacto”. Una gran lección de ecuanimidad laboral. Bill Murray sufrió el mismo calvario unos días antes. La película en la que trabajaba detuvo su producción por acusaciones de “conducta inapropiada”. De nuevo, no ha trascendido el motivo. De nuevo, la gente asumió que era un asunto de abuso sexual. De nuevo, comienza un camino complicado para un actor, por otra parte, acostumbrado a dar la nota. En esta ocasión, Murray se ha defendido sin disculparse de forma explícita, pero dando a entender que hizo algún tipo de broma de mal gusto para la sensibilidad actual. Supongamos que es así, que se pasó de gracioso y ofendió la sensibilidad de algún compañero de trabajo, ¿es motivo suficiente para despedir a alguien? ¿De verdad justifica un acto de esa naturaleza (desconocido, por cierto) un castigo de tal envergadura? Pero, claro, a los 20 minutos el planeta entero, a través de la magia de las redes sociales ya había asumido que se trataba de abuso sexual y que Murray era culpable. A la hoguera con él, sin juicio, sin jurado, sin defensa, sin nada.  Y ahora Fred Savage. Otra vez, las alegaciones quedan ocultas. Otra vez, el resultado es el mismo: despido del actor, que en este caso realizaba las labores de director y productor ejecutivo de un reboot de la famosa serie en la que participó de niño, aquella que empezaba con la canción de Joe Cocker, ¿se acuerdan? Seguirán apareciendo casos similares. Llegarán en oleadas desde los EEUU, país, por cierto, experto en lides cazabrujiles, si me permiten el término. Lo peor de todo es que los casos absurdos e inconsistentes oscurecerán los reales, serios y graves, que también los hay y muy a menudo. Es lo que tiene emplear un único calibre para envasar toda la fruta: algunas entran por el agujero, pero muchas son demasiado grandes o demasiado pequeñas, de modo que el calibre utilizado no es válido (o solo lo es para las frutas adecuadas). Durante un tiempo quise practicar la cancelación a los canceladores, es decir, no ver películas de Timothée Chalamet, Mira Sorvino, Colin Firth…, o dejar de ver Netflix o Disney o cualquiera de las productoras que colaboraba en el despropósito, pero me di cuenta rápido de que no tenía mucho sentido. Cancelar a los canceladores me convierte en un cancelador, me iguala a ellos en un comportamiento que rechazo y repudio. Me convierte en un ser irreflexivo, incapaz de tomar decisiones basadas en la razón y las pruebas fehacientes, sino en la forma que toma la corriente de opinión al calorcito de las redes sociales. Así que no lo hago. Aunque desprecio la falta de compromiso de las cadenas y productoras con la verdad y el sentido común, el camino no puede ser el boicot. Nunca. Cómo acabará esta historia, no se puede asegurar. Especular con el futuro es como especular en Bolsa: una entelequia. El mundo cambia y, con él, se transforman las sociedades, los usos y las costumbres; se modifican las sensibilidades, las leyes, la óptica desde la que se mira la Historia… todo cambia, pero solo cuando el cambio es producto de la razón, las consecuencias son adecuadas y el producto deseable. Si los cambios son producto de la sinrazón, del odio y del puritanismo más fundamentalista, las consecuencias únicamente serán más sinrazón, más odio y más puritanismo. Así que ya saben, en Netflix pondrán en breve una serie que promete: 'El hundimiento de la casa de Usher', sin Frank Langella como protagonista, ya que ha sido despedido por conducta inapropiada. Determinen ustedes si la ven o no la ven, pero, por favor, que no sea por motivos ajenos a su opinión sobre la obra.  Saldremos todos ganando. BLOG DEL AUTOR

Netflix, cadena responsable de la serie de la cual ha sido despedido Langella, termina su colaboración profesional con él profiriendo una frase a partir de la cual resulta más fácil entender de qué va todo esto: “La intención no es nuestro problema, Netflix solo se ocupa del impacto”. Una gran lección de ecuanimidad laboral.

Bill Murray sufrió el mismo calvario unos días antes. La película en la que trabajaba detuvo su producción por acusaciones de “conducta inapropiada”. De nuevo, no ha trascendido el motivo. De nuevo, la gente asumió que era un asunto de abuso sexual. De nuevo, comienza un camino complicado para un actor, por otra parte, acostumbrado a dar la nota. En esta ocasión, Murray se ha defendido sin disculparse de forma explícita, pero dando a entender que hizo algún tipo de broma de mal gusto para la sensibilidad actual. Supongamos que es así, que se pasó de gracioso y ofendió la sensibilidad de algún compañero de trabajo, ¿es motivo suficiente para despedir a alguien? ¿De verdad justifica un acto de esa naturaleza (desconocido, por cierto) un castigo de tal envergadura? Pero, claro, a los 20 minutos el planeta entero, a través de la magia de las redes sociales ya había asumido que se trataba de abuso sexual y que Murray era culpable. A la hoguera con él, sin juicio, sin jurado, sin defensa, sin nada. 

Y ahora Fred Savage. Otra vez, las alegaciones quedan ocultas. Otra vez, el resultado es el mismo: despido del actor, que en este caso realizaba las labores de director y productor ejecutivo de un reboot de la famosa serie en la que participó de niño, aquella que empezaba con la canción de Joe Cocker, ¿se acuerdan?

Seguirán apareciendo casos similares. Llegarán en oleadas desde los EEUU, país, por cierto, experto en lides cazabrujiles, si me permiten el término. Lo peor de todo es que los casos absurdos e inconsistentes oscurecerán los reales, serios y graves, que también los hay y muy a menudo. Es lo que tiene emplear un único calibre para envasar toda la fruta: algunas entran por el agujero, pero muchas son demasiado grandes o demasiado pequeñas, de modo que el calibre utilizado no es válido (o solo lo es para las frutas adecuadas).

Durante un tiempo quise practicar la cancelación a los canceladores, es decir, no ver películas de Timothée Chalamet, Mira Sorvino, Colin Firth…, o dejar de ver Netflix o Disney o cualquiera de las productoras que colaboraba en el despropósito, pero me di cuenta rápido de que no tenía mucho sentido. Cancelar a los canceladores me convierte en un cancelador, me iguala a ellos en un comportamiento que rechazo y repudio. Me convierte en un ser irreflexivo, incapaz de tomar decisiones basadas en la razón y las pruebas fehacientes, sino en la forma que toma la corriente de opinión al calorcito de las redes sociales. Así que no lo hago. Aunque desprecio la falta de compromiso de las cadenas y productoras con la verdad y el sentido común, el camino no puede ser el boicot. Nunca.

Cómo acabará esta historia, no se puede asegurar. Especular con el futuro es como especular en Bolsa: una entelequia. El mundo cambia y, con él, se transforman las sociedades, los usos y las costumbres; se modifican las sensibilidades, las leyes, la óptica desde la que se mira la Historia… todo cambia, pero solo cuando el cambio es producto de la razón, las consecuencias son adecuadas y el producto deseable. Si los cambios son producto de la sinrazón, del odio y del puritanismo más fundamentalista, las consecuencias únicamente serán más sinrazón, más odio y más puritanismo.

Así que ya saben, en Netflix pondrán en breve una serie que promete: 'El hundimiento de la casa de Usher', sin Frank Langella como protagonista, ya que ha sido despedido por conducta inapropiada. Determinen ustedes si la ven o no la ven, pero, por favor, que no sea por motivos ajenos a su opinión sobre la obra. 

Saldremos todos ganando.

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