LA HUELVA CHOQUERA Y TABERNERA

Santa Fe o Casa Boni: La cultura llegó a su casa

Hacemos con el extraordinario artista Juan Manuel Seisdedos el recorrido de Casa Boni, en el Paseo del Chocolate, a Harina de Otro Costal, en la calle Bojeo de Trigueros

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Bar de El Boni, en el Paseo Santa Fe H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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En las tabernas siempre hay un poso añejo que crece con las conversaciones. Cuando acompaña a los buenos vinos, esa madre precisa tiempo, paciencia, dedicación. En algunas tabernas esa esencia revienta por los cuatro costados. Juan Manuel Seisdedos nos relata cómo a su alrededor surgió y creció todo un mundo de anhelos e inquietudes que a día de hoy siguen dando unos frutos vigorosos. De Casa Boni, en el Paseo del Chocolate, a Harina de Otro Costal, en la calle Bojeo de Trigueros… un camino siempre lleno de luchas y luces.

La Huelva choquera y tabernera nos sigue acompañando en su segundo volumen publicado, ¡ya en el año pasado, en el 2024!, también por la muy noble editorial Niebla de Rafa Pérez. Ahí va otro regalo de las tabernas más encumbradas de nuestra ciudad.

Los principios: una familia en lucha

Hablo con Juan Manuel Seisdedos. Él es un extraordinario artista, pero hoy es para mí un excelente contador de historias que me sitúa en la Huelva del pasado. Esa en la que su padre y su madre sacaron adelante a la familia con jornadas interminables de trabajo.

En los años 40 vivían en la calle Rui Vélez. Como tantos y tantas, en una casa de vecinos, con quince familias más. Se compartían váteres y cocinas de carbón. Agua caliente no había. Un balde de zinc puesto al sol arreglaba como se podía esa carencia.

En la calle Concepción, esquina calle Rascón, estaba un lugar de porte y lustre en la Huelva de la primera mitad del siglo XX. El bar América tenía a sus camareros muy bien uniformados, y sobre el brazo llevaban un paño mientras atendían con distinción a la selecta clientela. Allí estuvo años trabajando Bonifacio Seisdedos, Boni, padre de Juan Manuel.

Interior de Casa Boni H24

El América primero era propiedad de un concejal conservador. Después del padrino de Bonifacio.

Bonifacio, con la experiencia y dos socios más, fue sucesivamente alquilando bares con los que tirar hacia delante. Primero fue Los Tres Reyes, en el 7 de la calle Ciudad de Aracena (1), después Los Cisnes en la calle Berdigón, que, por entonces, tenía el bélico nombre de 18 de julio. Y finalmente la taberna Santa Fe, en el paseo del mismo nombre.

La sociedad tenía un nombre que era un pequeño rompecabezas surgido de los nombres de los tres socios. Decidieron por sorteo repartirse los negocios. Basilio se quedó con Los Tres Reyes, Los Cisnes acabó al mando de Salvador y Bonifacio Santa fe.

Santa Fe era una hermosa taberna con un gran bocoy en el que había siempre buen vino del Condado. Principalmente de Rociana

Santa Fe era una hermosa taberna con un gran bocoy en el que había siempre buen vino del Condado. Principalmente de Rociana.

Estaba edificada sobre lo que fue el cabezo del Molino de Viento, a los pies del cabezo de San Pedro. En la zona en la que se fija el origen de la ciudad de Onuba. Estaba en la acera del actual colegio de las Esclavas, bajando hacia La Palmera a la derecha.

La familia llegó a esta taberna sobre 1955. En aquel momento el hijo del matrimonio, Juan Manuel, contaba 12 ó 13 años de edad.

Boni era un hombre agradable, tímido, al que le costaba decir que no. Paca Romero era una abnegada trabajadora en su cocina, apenas recibiendo, en ocasiones, visitas de amigas. Los fogones eran su mundo.

Otra de las labores de Paca era la diaria visita al mercado del Carmen. El duro trabajo trajo hasta su cuerpo una artrosis prematura. Juan Manuel se queja, con un poso de amargura, de que apenas un carro de la compra de los de ahora habría aliviado esos pesares que su madre tuvo que sufrir.

La taberna enseguida se convirtió en bar. Juan Manuel cree que al dejar de ser taberna perdió belleza y encanto

La taberna enseguida se convirtió en bar. Juan Manuel cree que al dejar de ser taberna perdió belleza y encanto. Boni y su mujer Paca fueron añadiendo la cerveza y una carta que, con el esmero de una cocinera excepcional, fue ganándose al respetable. Ahí se incluía el plato estrella, los tollos con tomate. Por todo ello en el bar empezó a haber camareros y así agilizar las tareas.

También hay que destacar una invención. Paca aprovechaba las migajas de filetes de caballa que sobraban en la lata para ponerlas con mayonesa y sobre pan tostado. «Paca, dame un bocadillo de esos que haces con fango», le pedía el ingenioso Bernardo Romero (2). Y ahí nació el fango o fanguito, para mayor gloria de la gastronomía choquera.

Estaba la taberna, o bar después, propiamente dicho. Un patio a continuación y un espacio donde la chavalería jugaba a los futbolines. Al fondo, un lugar donde se reunían los clientes para la juerga, el cante, las timbas…

Aunque, con el tiempo, la cal se iba perdiendo sobre el muro y se dejaba ver un rótulo con la popular y frustrante frase Se prohíbe el cante, nunca tuvo vigencia con Boni detrás de la barra. A menudo aparecían buenos cantaores, como los hermanos Toronjo, Paco y Pepe. Aunque el vino animaba en más ocasiones a voces de menos tronío. Dicen que allí se liaban y reliaban hasta las tantas con gente como el tío Joaquín, el Capitán Toscano, Curro,…

A veces la noche no acababa, porque las partidas de póker se daban hasta el alba. Eran clandestinas y Boni no sabía negárselas a sus parroquianos de siempre. En una dictadura la gente se la jugaba, literalmente, por esquivar el duro día a día con acaecimientos especiales.

La clientela era muy diversa. Transversal se diría hoy. De personas con inclinaciones culturales hablaremos después. Pero Juan Manuel se acuerda de los carreros que trabajaban en el polvero de enfrente (3) y que, todos los días, se desayunaban con una botella de vino. Eran tiempos de zozobras y penurias económicas, y el alcohol era el refugio de los hombres para ahuyentar la dureza de la supervivencia y la precariedad de las viviendas. Estas eran pequeñas, insalubres a menudo. Las mujeres en casa, en las compras, en las labores del hogar y de la crianza. Apenas asomaban por las tabernas para adquirir vino o vinagre, o para buscar a sus familiares varones, que alargaban en demasía su estancia en el lugar. A veces ni eso, porque mandaban a los hijos. Jesús Bravo (Barrigón) me cuenta que a diario pasaba por allí para comprar un litro de vino de la tierra.

Juan Manuel a los quince años ya estaba arrimando el hombro. Con los dedos sufrientes, fregando vasos y padeciendo, cuando tocaba, el agua fría. Se le hacía eterno porque sus amigos andaban por ahí, divirtiéndose a la par que él ayudaba a la economía familiar. Esto duro poco.

La efervescencia cultural

Varias circunstancias hacen del bar Santa Fe un lugar que se distinguió de cualquier otro bar. Y que marcó a una generación de personas que buscaban siempre más allá.

Por una parte, Bonifacio fue clarinete de la Banda de Música de Ayamonte y le gustaba la música clásica. La disfrutaba a través de las ondas radiofónicas lusas, del país vecino. Esta particularidad empezó a marcar la visita al lugar de personas del mundo de la cultura.

Y por otra, el carácter inquieto de Juan Manuel. Con 17 años y una mochila se aventuró en un viajar por España. Acabó recalando, tras algún intento infructuoso, en Bélgica. En este recorrido se empapó de todo tipo de influencias. Volver a España ya lo hizo con otras perspectivas, con los ojos maravillosamente emponzoñados de luz y nuevos senderos artísticos.

De estos parroquianos se puede hacer una enumeración, no exhaustiva, nombrando a Pedro Gómez, el insigne pintor de El Conquero, León Ortega, escultor e imaginero, y maestro de Juan Manuel, Víctor Márquez Reviriego, periodista, escritor y cronista parlamentario en la Transición española, Manolo Garrido Palacios, escritor y realizador (4), el maestro Mora Romero, José María Franco, pintor cebollero, Diego José Figueroa Poyato, poeta, Angelito López Campo, concertista de guitarra, Manuel Pizán Domínguez, periodista y profesor, e impulsor de la filosofía en la España tardo franquista. O Sánchez Tello, que estudiaba allí entre olores de vino y humo de cigarros.

Se organizaban charlas y lecturas literarias. Se dice, y es muy probable, que la primera vez que se leyó al poeta Miguel Hernández en público en Huelva fuera en este bar.

Otro sucedido que recuerda muy bien Juan Manuel es cómo él mismo y José María Franco pintaron desde dentro del Casa Boni una de los últimos carros que hacían sus servicios por la capital.

En el lugar se daban la mano el inconformismo, la rebeldía y el compartir las visiones políticas y sociales que molestaban al Régimen

Se siguieron agregando elementos a lo que paso a llamarse el Grupo de Santa Fe. Allí estaba, por supuesto, el propio Juan Manuel Seisdedos Romero, Paco Pérez Gómez… En el lugar se daban la mano el inconformismo, la rebeldía y el compartir las visiones políticas y sociales que molestaban al Régimen. Vivíamos en un pueblo grande en el que todo se sabía, todo se traslucía. Hechos como el reparto de panfletos, con el enunciado de los Derechos Universales del Ser Humano, eran inequívocos.

Cerca teníamos el Cuartel de Santa Fe que, en aquellos años, ocupaba el cuerpo de la Policía Armada. Al bar acudían policías de paisano que olieron fácilmente el percal. Boni fue advertido. Aquellas insurgencias, aunque pacíficas, le podían costar el cierre del negocio.

El Grupo de Santa Fe dejó una huella que ya nadie pudo borrar. Pero dejó de reunirse en el bar. A la fuerza ahorcan. Sobre aquellas ricas y provocadoras vivencias dio Juan Manuel buena cuenta en unos escritos, Los fantasmas de Santa Fe, que se publicaron en el diario Odiel a principios de los años ochenta, en el suplemento cultural El fantasma de la Glorieta.

Centro de Arte Harina de otro Costal

Hoy día, y desde hace más de dos décadas, Juan Manuel Seisdedos regenta, junto a su mujer, Lourdes Santos, un lugar realmente lleno de magia… ¡y arte!: Harina de otro costal. En la calle Bojeo de Trigueros reina un remanso de paz y dinamismo cultural. Música, exposiciones, poesía, presentaciones literarias, gastronomía, baile… y podría seguir hasta el infinito. Atrevimiento y originalidad. Son anfitriones que dan calidad y calidez a este proyecto, que debería ser patrimonio universal del choquerismo más luminoso e internacional.

Portugal y Cuba son estrellas habituales en el lugar con los ciclos de fado y el programa CubaCultura. Algunos artistas para los que el antiguo molino es su misma casa son Rocío Márquez, Lucrecia, Andrés Herrera Pájaro… aquí son unos más de las gentes que habitamos con delectación este paraíso.

Los ciclos de expansión espiritual y artística nunca terminarán mientras la inquietud habite cabezas y almas tan hermosas.

 

Notas al pie

  • (1) En esta casa vivía y vive mi familia desde que llegó en el año 1955 a Huelva. Mi abuelo Ramón Andicoechea Guerequeta sacó su plaza de Práctico del Puerto de Huelva y dejó su trabajo de Capitán de la Marina Mercante para venirse con su mujer, Lucía Burruchaga Urresti, y sus hijos María del Carmen y José Ramón Andrés. Este último, en definitiva, mi padre.

  • (2) Sobre este particular Bernardo da su versión, en el capítulo correspondiente a su persona.

  • (3) En la edificación donde estaba el polvero, en su parte superior había un ajimez mudéjar. Un ajimez es una ventana arqueada dividida en su centro por una columna denominada parteluz.

  • (4) Manuel Garrido Palacios, escritor y realizador, nace en Huelva en 1947. A partir de su formación en dirección cinematográfica ha dedicado su actividad a la de guionista y director de televisión (NHK de Japón, WDR de Alemania, TVE España). Sus series televisivas llevan la marca de la tradición popular: 'Raíces', 'Todos los juegos', 'La duna móvil', 'El bosque sagrado', 'La Primavera en Doñana', 'Rasgos', entre otras, y se han visto reconocidas con diferentes premios nacionales e internacionales. Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York, y miembro del jurado del Festival Internacional de Cine de Galway, y del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. Es padre del fotógrafo y naturalista Héctor Garrido Guil (Chiqui). Formaba parte, junto a sus amigos César Seisdedos, Rubén Seisdedos (hijos, claro que sí, de mi interlocutor en esta deliciosa historia) y César 'Zepo', del grupo ecologista Larus de Aljaraque en los años 80. Junto con ellos, eché muy buenos y divertidos ratos en la construcción de un hospital artesanal de aves o en las tardes brumosas de la taberna Mantúa.

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