la huelva choquera y tabernera

Razones son amores

Casa Gonzalo: El amor de una familia por una profesión dura, en tiempos duros. Que se dejaban acompañar de la alegría de un barrio que tenía en su taberna su casa

Las Maravillas

Kako

Un ponche de los Olaya bien vale un potosí

Gonzalo, al frente de su bar H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Un año que estremece. 2020 fue un punto de inflexión para todos. Creíamos, decían, que íbamos a salir mejores de ese trance en el que todo se tambaleaba. Como muchas de las frases categóricas que aspiran a ser históricas, que nacen con la intención de sentar cátedra, en este caso tan bien intencionada, sólo pudo resultar una verdad a medias, una verdad relativa. Y en muchos casos una mueca amarga del destino que nos aguardaba a la vuelta de la esquina.

La pandemia nos hizo, paradójicamente, mirar hacia fuera con inquietud, con desasosiego. Y al mismo tiempo nos volvimos hacia dentro, hacia lo cercano. Hacia lo más nuestro.

En esa encrucijada rescaté pensamientos y emociones que, en gran medida, compartí con el gran txikitero que era mi padre, mi aita. Y me puse a rebuscar en mis entrañas, y empecé a tirar de la buena gente que, a la postre, iba a compartir sus vidas conmigo. Generosidad de gente que ya era buena antes de la pandemia.

De ahí nacieron historias como la de Casa Gonzalo. El amor de una familia por una profesión dura, en tiempos duros. Que se dejaban acompañar de la alegría de un barrio que tenía en su taberna su casa.

'Huelva choquera y tabernera' (editorial Niebla, 2021), fruto de la esperanza que dribla, en un último escorzo, al dolor y al miedo.

Casa Gonzalo, la taberna como centro de un mundo pequeñito

Gonzalo el Hijo: «La gente no quería trabajar el campo, era un trabajo prácticamente de subsistencia y muy duro… montar una taberna era, quizás, lo más factible si uno no tenía una gran cualificación y quería salir del ambiente agrario. Todo el que venía de Bonares montaba una taberna. En cada esquina había una. Mi padre el campo nunca lo dejó del todo, tenía unos pequeños terrenos heredados de mis abuelos que, cuando tenía ocasión, mantenía y trabajaba. En algunas épocas íbamos toda la familia a vendimiar, en septiembre u octubre, o a coger aceitunas en noviembre o diciembre».

Y en una esquina aterrizó, llegado desde ese pueblo del Condado, Gonzalo Pérez Pérez. Estaban mediados los años 50 y Gonzalo tenía apenas 20 años (nació en una fecha difícil, el 5 de junio del 36). Con la ayuda económica de su padre, que trabajaba sus tierras y tenía unos ahorrillos, buscaron un pequeño local que arrendaron en el número 120 de la Carretera de Sevilla (actualmente Avenida de Federico Molina), frente al Cuerpo de Guardia de la Prisión Provincial.

Imagen principal - Detalle de la pizarra de pagadores, la taberna (puerta izquierda) y Gonzalo hijo
Imagen secundaria 1 - Detalle de la pizarra de pagadores, la taberna (puerta izquierda) y Gonzalo hijo
Imagen secundaria 2 - Detalle de la pizarra de pagadores, la taberna (puerta izquierda) y Gonzalo hijo
Detalle de la pizarra de pagadores, la taberna (puerta izquierda) y Gonzalo hijo H24

Al poco tiempo se casó con Josefa Velo Vega (también bonariega y nacida en el año 1938) y alquilaron una habitación, junto a la taberna, en la que vivieron durante dos años y medio aproximadamente. En ella nacieron sus dos primeros hijos (Gonzalo y José), hasta que se pudieron comprar una casa en Viaplana, donde ya nació el tercero, Pedro Isabelo. Fueron unos años muy duros en los que Gonzalo hacía su vida en la taberna, y allí desayunaba y almorzaba. Y en casa cenaba y dormía.

Estaba en una zona en la que las tabernas proliferaban. No había ni bares ni restaurantes. Sólo tabernas en las que se vendía vino por botellas y por vasos, a los que se llamaba pesetero, aunque ya costaran 5, 10 ó 20 pesetas. Se les quedó el nombre.

Hablando con Gonzalo hijo se acuerda de El Lagar que estaba más hacia el Centro. La llevaba una familia de Bonares y Julio se quedó al frente, huérfano desde muy joven, ayudado por Perico, su camarero. Del bar Gregorio, y de Las Tres Puertas, más hacia Sevilla, llamada así por lo evidente. Y la del Enano, «un poco de esquina», frente a la barriada de las Casas de José Antonio, «donde terminaba la línea del autobús urbano… venía desde el Muelle, desde el Parque de las Palomas, y aquí se daban la vuelta». Todo aquello eran casas en medio de descampados de tierra.

En las tabernas a veces había tapas. En el bar Gonzalo empezaron dando unas almejas, como cortesía con la bebida, pero «eso se fue dejando con el paso de los años». Luego, en temporada, caracoles y habas enzapatás y también unas patatas cocidas aliñás. Durante todo el año lo que servían eran cacahuetes, altramuces, aceitunas, bacalaíllas o sardinas embarricadas para acompañar la bebida.

«Al comienzo empezó sirviendo sólo vino blanco de Bonares, que se transportaba en grandes bocoyes en camiones y que ocupaba un gran espacio dentro de la pequeña taberna. Posteriormente fueron desapareciendo los grandes bocoyes y se fueron sustituyendo por garrafas que ya venían de la Cooperativa de Bonares. Enseguida se fue ampliando a cervezas, vino tinto y todo tipo de licores y aguardientes. Los coñacs y los anises se tomaban sobre todo por la mañana en los desayunos, y por la tarde. Y cubateo cuando empezó la época».

«Un paso importante fue la compra de la máquina de café, que hacía unas cafés muy buenos. El bar Gonzalo era conocido en la zona por eso».

«Recuerdo a mi padre con la tiza en la oreja (de las principales herramientas de trabajo) y palillo de dientes en la boca«

«Recuerdo a mi padre con la tiza en la oreja (de las principales herramientas de trabajo) y palillo de dientes en la boca. De esta guisa cruzaba la carretera con la bandeja llena de cafés para la Policía Armada que estaba en el Cuerpo de Guardia, y posteriormente a la Policía Nacional. Más tarde, ésta fue sustituida por la Guardia Civil y ya no se podían llevar los cafés al Cuerpo de Guardia. Habitualmente eran ellos los que venían a la taberna cuando podían».

Las mesas de dentro eran pequeñas, para poner el pesetero y poco más. Al lado había un terraplén: lo baldeaban para asentar el polvo y ponían mesas y sillas plegables. Allí echaban los clientes la tarde, jugando a las cartas o al dominó y bebiendo, también comiendo ensaladas o picadillos que ellos mismos traían y se preparaban. En ocasiones empezaban con el café en la tarde y acababan con los cubatas por la noche.

«Recuerdo el olor a serrín y el gran cubo que lo contenía. Estaba en una esquina y en aquella época, al abrir la taberna, se extendía un poco de él por todo el suelo y al cerrar se barría y ayudaba a limpiar mejor. También cómo, al principio, no había frigorífico. Había una nevera que había que llenar con nieve que traía un señor en un carro de bicicleta y se la compraba mi padre. Con el tiempo se dejaron de usar las neveras y mi padre compró un gran frigorífico que ocupaba una buena parte del bar. También tengo la imagen de finales de los 60 y/o principios de los 70 del lechero que se pasaba por allí con su carro de bicicleta lleno de leche y al pescadero dando voces vendiendo el género con el carro de dos ruedas y empujado sólo por él. Destacar también la pizarra negra donde se escribía con tiza lo que algunos clientes dejaban a deber y pagaban a la semana o a final de mes. Cada cliente tenía su huequecito en la pizarra».

Para hacerse una idea de esa Huelva de los 60 y primeros 70 hay que cerrar los ojos e imaginársela a través de la mirada limpia de un Gonzalo niño al que se le quedaron grabadas las personas que acudían por la taberna: «En general gente muy humilde. Había gente de paso y otros muchos eran clientes fijos que iban casi todos los días y hacían allí vida social. Una persona tenía el brazo roto por varios sitios y era increíble. Ramoncito con la cara deformada por un accidente y que le tuvieron que cortar la pierna por encima de la rodilla y llevaba una muleta larga de las que se apoyaban en la axila, de las de la época…».

«Había varias chatarrerías y solían venir por las tardes los trabajadores a tomarse un café y a echar el rato. Rafael Pinales y sus hermanos eran de una de ellas. También El Pica tenía otro chatarrero e iba con sus obreros, y era muy espléndido y siempre les invitaba. Era un poco brutote y manejaba mucho dinero».

«Había mucho tema marinero… muchos marineros en los años 60 y 70. A uno le faltaba un dedo y me lo acercaba a la cara y me decía esto me lo comió un pescao».

«Me viene a la memoria el humo del tabaco. Fumaba todo el mundo, era raro quien no. La taberna era pequeña y se llenaba de humo, sobre todo en invierno que, con el frío, había que cerrar las puertas».

«Quizás lo de las papeletas fue la antesala de lo que vendría después a nivel general: las máquinas tragaperras»

«Hubo una época en los años 70 donde mi padre empezó a vender unas papeletas que, al abrirlas, había algunas que tenían un premio económico importante. La taberna se llenaba de gente jugando a las papeletas por conseguir el premio. Creo que supuso un empujón económico importante para la familia. Quizás lo de las papeletas fue la antesala de lo que vendría después a nivel general: las máquinas tragaperras. Mi padre llegó a poner alguna y era insultante ver cómo había gente que se gastaba en las máquinas lo que le hacía falta en casa».

Cuenta Gonzalo con ilusión cómo a un descampado (Huelva estaba lleno de ellos) de detrás de la iglesia de El Rocío llegaba siempre el circo y los cacharritos. En una ocasión fue el de Ángel Cristo y Bárbara Rey y los trabajadores llegaban a la taberna y comentaban las broncas y peleas de la pareja. Estaba claro que no era una relación idílica, pero para los niños la llegada del circo no se podía enturbiar por nada ni por nadie.

«Hemos sido testigos, en alguna ocasión, los taberneros de la zona de algún intento de fuga o motín por parte de los reclusos. Veíamos a la Policía Nacional, con sus uniformes antiguos marrón o beige, cortando la carretera y pertrechados con sus escudos y porras en los tejados y disparando pelotas de goma a los amotinados».

«Los sábados, generalmente en los 70, a mi padre le tocaba ir a la plaza a hacer algunas compras, como los altramuces y algunas viandas. Esas ocasiones servían a muchos taberneros de toda Huelva como punto de reunión en algún bar o taberna de la plaza de abastos antigua donde aprovechaban para intercambiar opiniones sobre el negocio o algún otro tema de interés».

Gonzalo trabajó en la taberna con sus padres desde siempre («desde que era un crío, desde que tengo uso de razón y de memoria») y hasta los 30 largos. Hasta que se cerró a principios de los 90. Su padre años antes había montado un taller de neumáticos, en la avenida de las Fuerzas Armadas, en el Parque de la Luz. Y entre los tres, a tope, llevaban los dos negocios. Sus hermanos más pequeños nunca estuvieron totalmente en eso. Se fueron a estudiar a Sevilla.

Donde estaba el bar Gonzalo hoy hay una tienda de chinos en un edificio con bastantes plantas. Gonzalo padre tiene 86 y Josefa 84 años. «Fueron progresando y ahora mismo no se pueden quejar». Gonzalo hijo tiene 55 y es memoria viva y chispeante de una Huelva que parece que se nos va y que, con relatos como el suyo, no lo hace del todo.

Josefa, la madre

«¿Qué más le voy a contar yo?» me suelta enseguida Josefa para, a continuación, no dejar de hilvanar un sucedido con otro. «El que estaba más era mi marido, yo iba por las tardes para que descansara».

«Su padre fue el que puso el bar, la taberna. Al principio venía su madre, su hermana. Nos casamos al cabo de cuatro años y me vine yo. Ahí nacieron mis dos niños, cerca, que teníamos una habitación partía alquilá, Gonzalo y Pepe. Cuando vinimos a Huelva era así. Luego ya fuimos ahorrando un poquito y compramos una casita en la calle Nicolás Orta».

«Hemos pasao lo nuestro. Gracias a Dios estamos ahora bien, porque estuvimos 8 ó 9 años con la taberna… mi marido 30 años en la taberna y tenía muchas ganas de dejarla. Compramos un local y puso primero una zapatería, que no fue muy bien, y luego puso un taller de gomas de coche y estuvimos por lo menos 8 ó 9 años con las dos cosas. Mi Gonzalo, como era el mayor, fue el que más ayudó, lo mismo en la taberna como en el taller que puso el padre. Fíjese usted dos negocios abiertos y sin tener a nadie de fuera. Porque los otros estaban estudiando en Sevilla. Uno es físico, el mayor es enfermero y el otro es ingeniero de informática».

Imagen principal - Tres imágenes de Pepita en el bar
Imagen secundaria 1 - Tres imágenes de Pepita en el bar
Imagen secundaria 2 - Tres imágenes de Pepita en el bar
Tres imágenes de Pepita en el bar H24

«Pues sí, mire usté, estoy muy orgullosa de mis hijos. Hemos trabajado mucho porque queríamos que ellos estudiaran».

«Yo ya no me acuerdo de cómo el padre abría por la mañana la taberna, luego se iba al taller. Mi Gonzalo abría, porque él iba a estudiar por la tarde. Yo iba por la tarde hasta que venía a relevarme otro… en fin. Pero gracias a Dios… los otros alguna vez estaban aquí. Mi Gonzalo es que vale pa to… es una persona…».

«No se cerraba ni los domingos. Yo le llevaba la comida a la taberna al mediodía. No se cerraba ni un día, nunca, nunca, tan sólo el Viernes Santo. Salíamos a ver la procesión y ya... Una persona joven metida allí muchos años… Más tarde, pusimos entre todas las tabernas que había por allí, de cerrar un día. Ya la vida fue cambiando y nos tocaba a nosotros los miércoles, creo que nos tocaba. Además, los niños eran pequeños y casi siempre había alguno malo, pero, vamos, ese día lo teníamos».

«Venía la gente del Pinar (de Balbueno) porque teníamos un vino muy bueno, ¿pa qué le voy a decir? Y vendía porque mi marido también tenía un agrado muy bueno con los clientes. Allí empezaban, cantaban… Entraban los hermanos de Perlita de Huelva que cantaban mucho por allí, y Los Marismeños, porque era una taberna y entraban de paso. Llegaban más bien por noche, que estaba mi marido y él me lo decía. Iban a tomarse el vinito. Y venía un hombre, El Sillero… uy lo que cantaba, cantaba pero un montón».

Había una relación de diario con el centro penitenciario cercano. «Daba muchos viajes porque estaba frente por frente del Cuerpo Guardia y estaba la policía y con la bandeja y los cafés».

«Me acuerdo de los clientes, pero ya casi todos han muerto. Uno que se llamaba Juan Cívico, otro Juan el Albañil que vivía en las casitas de planta baja de José Antonio que era muy amigo de mi marido. Fuimos padrinos de un hijo suyo y él fue padrino de mi hijo el pequeño. Veo a pocos. Si nos encontramos con alguno, nos da mucha alegría, la verdad, y a él más que yo porque es el que ha estado al pie del cañón. Y yo también tenía en casa mi tarea, porque eran cuatro varones, mis tres hijos y mi marido, y mi padre que venía, que murió con 102 años. Siempre no estaba conmigo, también estaba con mis hermanos en Bonares, que somos de Bonares».

«Pusimos una máquina tragaperras, de ésas que se ponen en en los bares, y entraron por el techo de la taberna a robar»

Josefa también recuerda los momentos desagradables: «pusimos una máquina tragaperras, de ésas que se ponen en en los bares, y entraron por el techo de la taberna a robar».

Era una zona de tabernas, aunque podemos decir que Huelva entera era el reino de las tabernas. A pocos metros estaba El Lagar, Gregorio, pegando al anterior Juan el Moguereño (cuyo único hijo puso en el mismo lugar el Hotel Marina).

Josefa lo relata todo con cariño y con primor. El relato de cualquier vivencia al final es un puzle que conforman todos los testimonios que alimenta la voluntad de ganar la lucha de la memoria.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación