la huelva choquera y tabernera
Un pub en Antonio Delgado
Pioneros en ofrecer algo diferente, un salirse del guión que el barrio de Isla Chica ansiaba y necesitaba
Bar Leonardo, caracoles frente a la Fábrica de Harinas
Detrás de los nombres, detrás de las barras: personas
Paco Perdigones

Antonio Rebollo es persona de buena memoria y mejor contar. Sonriente y con brío comparte su historia. Una cosa lleva a la otra y nos vemos envueltos en un pasado que aún brilla en la nostalgia feliz del barrio. Nos va dando pinceladas de estas calles y sus gentes hasta aterrizar de pleno en el pub, que fue su contribución a la fiesta nocturna y bulliciosa de la Isla Chica.
La Isla Chica. Historias de un barrio muy barrio
Una y mil veces: la Isla Chica es un barrio muy barrio. De conocernos, de preguntarnos por la familia, de vernos sin quedar. Al final siempre surge una conversación en la que coinciden lugares, nombres, ocasiones… y se va desenredando el ovillo, se pega la hebra. Vamos que te enganchas con uno y con otro y te dan las tantas con una charla tan agradable como inevitable.
Durante décadas una ciudad de descampados, de huertas, de caminos entre barrios, de las típicas casas bajas de la Huelva marinera. De cuando la Isla Chica era como un barrio pueblo, un entramado urbano con una efervescencia comercial y de bares como nunca ha vuelto a ser.
Llegó el llamado Polo de Desarrollo y de forma acelerada la fiebre constructora se desbocó y nos dejó una resaca de gran malestar. Nos dolía la cabeza y todo el cuerpo. Sudores, escalofríos. Nos dolía su calentura y su ansia por llenar de hormigón el barrio y, simultáneamente, de dinero unos pocos bolsillos. Había que acoger a muchas personas y la planificación urbanística, con las prisas, fue inclemente con mucho patrimonio en numerosos lugares de toda la capital.
Antonio y su mujer, Cinta, son fieles representantes de la ciudad de aluvión que es Huelva. Antonio con padre de aquí, madre de Cartaya y él mismo nacido en el pueblo cartayero. Cinta de Huelva, madre puntaumbrieña y padre sevillano. El mestizaje, que siempre nos cala hasta lo más profundo.
En este desenfreno edificador, quedó un espacio libre para el barrio en la gran explanada donde acabó jugando sus partidos el Recre. La historia del Colombino empieza en 1955 cuando tras muchas gestiones, el Ayuntamiento, siendo alcalde Rafael Lozano Cuerda, adquiere cerca de cuatro hectáreas en la Huerta de Mena por 69.000 pesetas con la intención de construir un estadio municipal de deportes.
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
El presupuesto inicial de la construcción del estadio era de unos 5 millones de pesetas, pero finalmente se triplicó hasta llegar a los 15 millones en la época del gobernador civil Francisco Summers (padre del gran cineasta Manolo Summers). Las obras del mismo comenzaron en ese mismo 1955 bajo el proyecto del arquitecto Miguel Rodríguez Cordero con la excepción de la visera, que fue diseñada por Ricardo Anadón Frutos. Inicialmente su nombre fue Estadio Municipal, aunque popularmente se le conocía como Pequeño Chamartín. Tuvo que esperarse a 1987, un año hermoso, para que se llamara Colombino» (1).
Previamente el equipo de la ciudad había jugado en el campo del Velódromo (2). Este hogar del football tuvo una vida de 65 años desde su construcción en 1892 hasta que un 6 de septiembre de 1957 se inauguró con un Recreativo de Huelva – Atlético de Bilbao el campo de la Isla Chica. Ganó el conjunto vasco con cuatro goles de Arieta para cerrar un 3-4. Los goles del Recre salieron de las botas de Pilli, Ateca y García Mulet. Y si les sorprende que haya puesto Atlético y no Athletic es porque quizá no conozcan la alergia a los extranjerismos que se impuso por estos lares (3).
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El barrio no se quejó por destinar ese terreno para construir el estadio del Recre, porque para toda la ciudad era el equipo de sus amores. Dicen que todo tiene un principio… y un final. Y este campo de fútbol se lo llevaron al extrarradio en los inicios del siglo XXI. Fue en una aciaga y desafortunada jugada que acabó en penalti y expulsión en el último minuto. Perdimos el partido y la Isla Chica acabó descendiendo a segunda.
Los habitantes del barrio soñaron desde entonces con recuperar ese espacio, y ahora disfrutamos de un lugar que es vital para la salud física y la convivencia de niños y niñas, abuelos y abuelas, parejitas, familias, paseantes diversos. Ese es nuestro querido parque de la Isla Chica.
Todos esos tiempos representan una época en la que no era necesario bajar a Huelva (4) para dar cumplida satisfacción a todas las necesidades de una población que no se podía dar muchos lujos ni aspirar a grandes despilfarros ni desembolsos.
Un barrio de barrios, de barrios humildes. Desde la venta Isla Chica frente a la iglesia del Rocío hasta el Barrio Obrero. Entremedio el Polvorín, la Huerta de Mena, Viaplana, Vicente Yáñez Pinzón, el Polígono de San Sebastián más tarde, El Trompo y La Guita… Estos últimos son dos nombres muy de andar por casa. Del segundo cuentan que su nombre deriva de cómo cuando llegaron sus pobladores, y ante la estrechez de las viviendas, tenían que echar mano de una cuerda, una guita, para calcular si le cabían los muebles.
Más hacia el sur estaba y está Pérez Cubillas, en la frontera. Barrio de emigrantes que era conocido por La Gañanía o, ya con un nombre más popular, El Mau Mau (5). «Cuando se montan las fábricas venimos gente de los pueblos, a trabajar los padres y allí se fueron muchos». Era una asociación entre el nombre mítico de esos aguerridos luchadores de Kenia contra el colonialismo inglés y el comportamiento a veces salvaje de los más díscolos y traviesos, por no ser muy duro, de este barrio.
Antonio Delgado, la calle de los bares
En la esquina de Federico Molina la cafetería Las Columnas. Un lugar de dos plantas, elegante y espacioso para alternar y para reunirse con la pandilla. «El centro de encuentro y quedada». Más abajo el Escala de las pavías. Dos peñas del Recre a ambos lados del portal con el número ocho (6). La bolera de Paco y Manolo Reyes. «Le decíamos Manolo El Cura, muy amigo de Antonio El Sastre, que tenía una sastrería en la calle Bonares». Enfrente del Tiffany´s, Ricardo montó el burguer Andalucía. Dos tabernas de raigambre casi al lado una de la otra: el Casa Paco y el Casa Pablo.
En Casa Pablo lidiaban con el personal, que no es poco, Pablo y Pedrita. Esta era otra de las numerosísimas «tabernas de Bonares» radicadas en la capital. Sus hijos, Juanjo y Pablo, montaron el Obelisco. Y otro refrendo del origen es el de los apellidos, muy bonariegos, de estos sus dos vástagos: Pulido Velo.
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«El Obelisco fue muy posterior». Era primero un club juvenil. Aún sobrevive el rótulo en la puerta. Este pub ha sido retratado, aunque con libertad creativa al situarlo en la calle Marina, por mi amigo Mario Marín, arocheno al que admitimos en Huelva (entiéndaseme la broma) por el desenfrenado amor que profesa y gasta por su barrio de Viaplana, ya diseccionado con bisturí experto en su anterior libro 'El color de las pulgas' (Ediciones del Viento, 2015). Ahora lo vuelve a hacer en 'Jesuclisto' (Ediciones del Viento, 2024), una obra maestra de la que sentirse orgulloso sólo con ser lector acérrimo suyo.
La farmacia del boticario Abelardo Sánchez abrió en el año 1964. Por aquel entonces no tenían teléfono para hacer los pedidos. Menos mal que un buen vecino, practicante para más señas, pinchaculos les llamaban algunos, prestaba el suyo para tal menester. Gran año para esa choquera calle si tenemos en cuenta que fue también el de la inauguración de la taberna Casa Paco.
Un hijo de Abelardo, Jaime, sigue atendiéndola. Su otro hermano, Rafael, te asesora con cercanía y precisión en otra farmacia. Desarrolla su labor profesional y social en la calle Rodrigo de Jerez. Mientras tanto puede surgir una conversación sobre peñas del Recre, veranos locos en El Rompido y en Urverosa... o sobre la vida en los alrededores de la farmacia de su padre.
En los aledaños de la botica había numerosas casas de vecinos en las que cada cuatro cuartos, de veinte metros cuadrados por familia y hornilla, había un sucinto lugar para las necesidades más perentorias. A la revuelta, en la calle Obispo Díaz Bernal, había una taberna, Los Espejos (regentada por un exjugador del Recre, cancerbero para más señas). Donde antes apenas un solar con un pozo, al que acudía gran parte del vecindario, y alguna chabola. Eran calles aún de tierra. Era, en gran medida, la Huelva de entonces. La del Brasil Grande junto a El Punto o el Brasil Chico entre la plaza Niña y la avenida de Italia.
En un artículo del diarioHuelva Información nos interpela una frase descriptiva: «Todos los vecinos sabían cuando alguien usaba el retrete y, para evitar que las conversaciones se filtraran, por las paredes de los apretados cuartos había casi que susurrar».
Pub Tiffany's. Buscando algo especial
Sorpresas te da la vida, afirma una famosa salsa del panameño Rubén Blades. Ya nos íbamos para casa y un comentario de Antonio Rebollo no cae en balde. Como ya se dice al principio de este escrito, nos empieza a contar un sinfín de pinceladas de historia. Estamos con él Cristóbal Forján y yo mismo, disfrutando de su relatar. De cómo, con 22 años, se embarcó en un proyecto. Lo típico cuando te vuelves de la mili y algo hay que hacer para retomar la vida y ganársela.
Monta con su socio Paco Canales un negocio pionero en la Huelva aún un poco constreñida de finales de los setenta. Antes sólo había en el barrio algo similar. El pub Caballo Negro en la calle Conde López Muñoz, también presente en el primer libro de 'Huelva choquera y tabernera', fue el primero y el Tiffany´s el segundo. Pioneros en ofrecer algo diferente a la gente joven, a las parejitas, a los matrimonios, a los grupos de amigos de la noche. En fin, un salirse del guion que el barrio ansiaba y necesitaba.
«Teníamos el precio más caro de toda la Isla Chica. Ciento quince pesetas»
Era un pub pub. Si pensamos cuál era la bebida por la que todos se dislocaban la respuesta es muy sencillita. «Cuando nosotros empezamos, el cubata». En vaso de tubo, por supuesto, en el podio estaba el cubalibre choquero, o sea gin Rives con Pepsi. Porque les hacían un precio muy bueno y por allí no se veía ni una Coca Cola. Todo el mundo tenía que aceptar el reto, quisiera o no. Y mucho Rives y poco Larios. Eran careros, reconoce Antonio. «Teníamos el precio más caro de toda la Isla Chica. Ciento quince pesetas». Pero es que lo diferente y bueno había que pagarlo.
«También se bebía mucho el destornillador, vodka con naranja, el lubumba, coñá con chocolate. Lo más cubatas o Bacardi». El público demandaba ser sorprendido y seducido por una noche y unos sabores que resultaban divertidos y sorprendentes.
Antonio elige, con gran acierto, la calle con más bares por metro lineal de fachada de toda Huelva. Por lo menos en su tramo más cercano a la avenida Alcalde Federico Molina. A la altura de la Tienda Chica.
El ambiente era de gente joven, entre veinte y treinta y cinco. «Que habían acabao la mili». Nada de pipiolos ni chavalería. «En un horario más tarde venían parejas más adultas, de cuarenta años por ahí».
A pesar de la locura en la que se convertía el barrio y, en especial, esta calle con el fútbol un pub era un pub. «Espérate. Lo que pasa es que nosotros es que éramos un bar de por la noche. Abríamos a las siete o las ocho de la tarde, hasta las dos o las tres de la mañana. Incluso muchas veces cerrábamos y nos quedábamos hasta las siete o las ocho, pero ya cerrao. Que, por cierto, salíamos con los labios y los párpados hinchaos por la falta de oxígeno. To el mundo fumando, salíamos con los labios, con las hinchazones».
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«Los pubs no tenían la estructura de bar de tapas o de aperitivos. Ni siquiera teníamos café. Lo que teníamos era una máquina de montaditos, que sí se vendían mucho, pero ya cuando la gente no había cenao, estaba jarta de cubatas… El montadito estrella era el de chorizo con queso, o el tradicional, queso con jamón york. Con una plancha. Eran redondos, como un ovni, y salían muy ricos».
«Cuando teníamos el Tiffany´s, como no lo teníamos insonorizao, y cuando hacíamos actuaciones, el dueño de la farmacia, que vivía en la calle Isla Cristina, pero que daba a la esparda de la calle Antonio Delgado, donde estaba el pub, muchas noches venía a quejarse y teníamos que apagar la música».
Otra curiosidad asalta a Antonio en el dulce recuerdo. Y es que los pubs estaban enmoquetados. Era una de esas características que daban glamur a estos locales y que los alejaban del «vulgar» bar. Estaban los sofás, los sillones y los taburetes de escay, estos últimos con un sistema para dar vueltas. Por supuesto la presencia de numerosos espejos y aparentes estanterías de cristal y metal para las bebidas… y, como ya se ha anticipado, el suelo con esa moqueta en colores chic.
«Le pusimos la moqueta y un amigo… que no era amigo. Un conocido de lejos, de vista, nos la puso sin cobrarnos porque ya el presupuesto andaba flojo. Porque nosotros cogimos el local en bruto y lo montamos todo con préstamo del Popular y to esas cosas. Y se llevó los cinco o seis años que estuvimos hablando bebiendo todos los días y no le cobramos nunca ni una peseta. Eso no lo hace nadie. Es que se ponía a jugar a los dardos y si perdía la partía no le cobrábamos y él tenía que invitar, a lo mejor, a cuatro. Eso es tela». Al final le pagaron dos o tres veces la moqueta. Por lo menos. Ser buena gente y los negocios no siempre se acompasan… con rentabilidad. Pero que les quiten lo bailao.
Venían a amenizar las veladas cantautores de Huelva que incluían en su repertorio a Luis Pastor y otros de la época como Patxi Andión, Nino Bravo, Víctor Manuel… «No teníamos dinero pa contratar… es más, esos días casi la caja era toda pa pagar las actuaciones».
«La música fundamentalmente era el segundo disco de Sabina, que se lo repetíamos, con su Calle Melancolía». Malas compañías, del 80, para un lugar donde todo eran... buenas compañías. «Serrat, Dylan… ese tipo de música. Por eso venía gente… venía Juan de los Cuartelillos. De vez en cuando se pasaba«.
«Sobre todo venía gente del trabajo y el ambiente era más de cachondeo, de divertirse. Nos quedábamos muy tarde. Teníamos una diana, se jugaba a los dardos y al quinito. A veces estaba la barra entera de gente jugando al quinito. También llegaba, como era un ambiente así bueno, la brigadilla de la Guardia Civil, los secretas, y se ponían a jugar con nosotros. Muy pocas broncas gracias a que los agentes venían pa´llá. Ellos venían a relajarse, vamos, que nada profesional. Como vamos a ir a tomar café, pues venían porque allí tenían buen ambiente. A esta gente de orden los delincuentes los conocen por los apellidos y nosotros en el Tiffany´s los conocíamos por el nombre. Entonces había una diferencia». De forma corriente los detalles «sin importancia» son los más importantes.
«Siempre ha habido alguna pelea. Siempre. Siempre. Date cuenta que nosotros, mi socio y yo veníamos de barrios marginales. Yo de Pérez Cubillas y Paco de las Marismas del Pinar, y entonces las amistades que teníamos eran un peligro. Venían no a buscar gresca, pero que daban el cante, a veces miraban a las parejas… en fin, que no… pero, vamos, eso eran casos excepcionales. Lo normal era un ambiente bien, relajao. Y sobre to casi como una peña porque ya más que clientes éramos toh amigoh. De hecho, yo los amigos que tengo son de la época del Tiffany´s. Con los que guardo relación, que nos vamos a comer en Navidad y tal y tal son de ese tiempo».
En verano Huelva se convertía en un páramo y las ventas descendían bastante. Todo el mundo huía a las playas de la manera que cada cual podía permitirse. En todo caso la noche, principalmente de Puntumbría, era lo que todo el mundo buscaba.
«También eran de diario los primeros estudiantes de Venezuela que llegaron a Huelva a estudiar en el Politécnico La Rábida. Fueron, según dice mi mujer que en aquellos tiempos éramos novios, seis años los que lo tuve hasta que lo traspasé».
Tras esos años lo traspasaron a Antonio San Pedro. Le decían El Gallego, aunque era asturiano. Como siguiendo el uso argentino.
La pena es que no hay fotos. Algunas hicieron, de esas de Polaroid, pero a saber.
Juanjo montó después lo que era la discoteca El Muelle en el recinto colombino. Eran las Colombinas de las casetas de obra… las Colombinas de antes de las de ahora. Juanjo tenía un socio vasco. «Un día de viento había una chapa medio levantá, se subió a intentar arreglarla, vino una ola de viento y lo tiró y se mató».
Esa discoteca era un auténtico espectáculo. En parte por la buena música que Juanjo se agenciaba en sus viajes a Londres gastándose, sin duda, un pastizal.
Antonio añade que «Paco Canales, mi socio, montó allí la discoteca La Luna, cuando era al aire libre».
Porque a veces lo de la hostelería se hace fuerte en el corazón y en el entendimiento de cualquiera. Y entonces ya no puedes salir de ese mundo tan duro como encantador.
La temporada del ascenso
Recogiendo firmas para defender nuestro parque, el que está donde antes se vivieron tardes gloriosas del Recreativo de Huelva, hablo con un histórico del club. Ambrosio Alkorta vivió aquella temporada tan recordada. La del ascenso en la 77-78. Todo era una fiesta. La onda expansiva de los partidos del Recre llegaba a la taberna Palomeque, al bar Las Carretas de Jesús Abril (novillero que se volvió desde Barcelona hasta su tierra natal), al bar Diamante (anteriormente despacho de vinos extremeños), al bar El Pozo, a la freiduría Pastor… y por supuesto al bar California, al bar Balón y al inolvidable Casa Paco (7). En este último el follón era mayúsculo porque en un rincón que daba a la calle, a través de las rejas, se vendían las entradas para los encuentros.
Mientras tanto, la mujer de Antonio, Cinta Díaz Montes, despachaba en el mostrador de confitería Guillén. Estaba en la avenida Federico Molina con calle Niebla. Eran bandejas y más bandejas de dulces. Pitisús, palos de nata, milhojas, borrachos, sultanas… una locura de dulce. Aquí las esposas y la prole se solazaban al mismo tiempo que sus maridos se tomaban las cervezas previas o ya vociferaban, entre improperios y celebraciones de goles, dentro del estadio. Frustraciones y alegrías en la montaña rusa que siempre representa el deporte rey. Lo más importante de todas las cosas menos importantes, como afirma en puro argentino el inefable Jorge Valdano.
El ambiente era tan frenético en Guillén como en, es un poner, el bar California. Y de ello puede dar testimonio Cinta con sus dieciséis años bregando en este lugar azucarado que ya no habita entre nosotros. Se acercaba desde su Huerta Mena natal hasta su trabajo que no era otro que almibarar la vida de choqueros y choqueras.
Volviendo a esa fecha grabada en los corazones de los recreativistas, el 1978, Antonio Rebollo nos cuenta cómo todo se agitó cual cóctel de fantasía. «Todos los futbolistas venían a tomarse la copita. Y sobre to los vascos. Zuloaga que era lateral izquierdo, un tal Benito que era interior… y me acuerdo yo que ellos pedían en vez de ginebra con limón, un gin lemon, le decían un gin KAS. Porque era la marca en el Norte y ya sabíamos lo que querían. Nosotros teníamos Suep, que es lo que se vendía aquí. Que, por cierto, el compañero Ambrosio fue un histórico del Recreativo en ese primer ascenso. Ambrosio Alkorta. Cualquier persona de furbo, aquí en Huerva, ya con una cierta edad, sabe que es histórico».
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El barrio era un espectáculo desenfrenado. Banderas y banderines, camisetas blanquiazules, trompetas y tambores. Se vivía el fútbol como algo muy nuestro y aquí se juntaba media ciudad y mucha gente llegada de los pueblos. El Recre siempre ha tenido mucho predicamento. Un suceso quincenal que rompía la relativa paz del barrio, por lo tanto, era ese partido del Decano del fútbol español.
Yo mismo recuerdo haber ido en persona a dos partidos aquella temporada. Contra el Racing de Santander y contra mi Athletic. Yo en la curva que da a la plaza Houston y a la Huerta Mena. Él estaba enfrente, vestido de negro, mi héroe, que sigue siéndolo. José Ángel Iribar Kortajarena. El Chopo campeón de Copas del Generalísimo y portero titular de la selección española que le arrebató en el año 1964 el título de campeones de Europa a la U.R.S.S. de Nikita Jrushchov. Gol de Marcelino en el minuto 84. Un veintiuno de junio de calor y sabor dulce.
«También estaba este que jugó en el Atlético de Madrid y en la Selección Española, que era lateral izquierdo, que después le dio a la droga. Julio Alberto. De delantero centro teníamos un canario».
Desde mi balcón en Antonio Delgado el espectáculo era magnífico. En las noches de primavera la calle era un ir y venir de gente muy arreglada. Principalmente matrimonios dando la vueltecita y tomándose unas tapitas. Los niños en casa con la tata, con una abuela, con la hermana más mayorcita. Risas y alegría, muchas luces. Una calle de bandera… del Recre.
Calientes noches. Noches picantes
La noche es lo que tiene, que cuando menos lo columbras te da un zurriagazo. «Una buena anécdota es que nos cogió abierto el 23 F, esa noche sólo entraron unos clientes, también habituales, de Fuerza Nueva».
Al mismo tiempo que Antonio servía unos cubatas a unos clientes sonrientes, Tejero le hacía un o soto gari al capitán general Gutiérrez Mellado, unos tiros agujereaban el techo del Congreso y yo volvía de Simago con mi amama (abuela en euskera) de hacer una compra de emergencia ante lo imprevisible. Fue la llamada Noche de los Transistores y todo esto pudo ocurrir al mismo tiempo, en una España a la que se le abrían las carnes por el peligro de que se reabriera un período siniestro.
Además, la noche tiene un halo en el que confluyen misterios, peligros y magia. Por eso atrae con ese poderío a los gatos y a los buscadores de las sombras.
Otras veladas tenían otro color. «También teníamos un proyector 8mm que nos prestó Antonio Salas, cura de Pérez Cubillas, y teníamos sesiones de cine erótico italiano y, ya cerrado, con los clientes-amigos, algún que otro film porno». En el despertar a nuevas realidades todo era una jarana, una apertura de luz y libertad. Y además Perpiñán siempre pilló muy lejos de Huelva.
Andi de Huelva
Yo también me crié en esa calle de un tal Antonio Delgado. Aunque desde el año 71 venía a pasar mis veranos a la casa de mis abuelos, en El Rompido de los niños salvajes, tuvieron que pasar siete años más para que la Isla Chica se convirtiera en el escenario de mis juegos infantiles.
También fui conocedor en casi primera persona del pub Tiffany´s. Pasar por su puerta y curiosear mientras estaba abierto por limpieza matinal era un ritual. Además, mi aita y mi amatxu (padre y madre en euskera) se escaparon alguna que otra vez a tomarse una copita mientras los cuatro hermanos nos quedábamos en el segundo del portal 8 a cargo de mi abuelita.
Yo era un crío recién llegado a Huelva y aquí empecé cuarto de E.G.B. Fue en el colegio Juan Ramón Jiménez. En la primera semana de cole un palo aterrizó en mi cabeza y la sangre alertó a mis padres. A mí no tanto, pero no voy a decir que me gustó.
Así que pronto recalé en el colegio Reyes Católicos, el de los militares. Fue en el 1978, el mismo año en el que se inauguró. Me venía mejor para ir y venir por mi cuenta… ¡que ya tenía nueve años! Cantábamos el himno de España, extrañamente con letra, los lunes a primera hora y los viernes a última. Además, rezábamos a todas horas con nuestra señorita Juana Tellechea. Ella era muy vieja, muy beata y eternamente vestida de negro.
Recuerdo mucha gente de esa época donde me hice muy amigo de Rodolfo, César, Vidal, Eduardo, Malvárez, Bello, Romo, el Gómez, Capelo, Cruzado… uf, qué vértigo. Y también puedo evocar a profes geniales como doña Chelo, doña Cinta, doña Teresa, doña Venancia… Qué agradecido estoy de haber pasado por ese colegio.
Los columpios de hierro duro (pero del duro duro) y de colores eran mi lugar de juegos con César, Pablo, Francisco… El que más nos encantaba era la estructura de cubos en la que perseguirse entre nervios acelerados y golpes inoportunos en la cabeza era la aventura diaria.
Mientras tanto La Moni estaba en el quiosco de las hamburguesas, el de Manolo, siempre de bromas y con mucho cariño por Joselito, un chaval síndrome de Down que se arrancaba muy flamenco a las primeras de cambio.
Era la Isla Chica de mi inconsciencia y mis locuras infantiles. Ahora me doy cuenta de lo bien que nos lo pasábamos.
Notas al pie
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1. «Hasta siempre Colombino (1/3)» publicado en la web de La Huelva cateta. 8 de agosto de 2008.
-
2. La Guía de Huelva, publicación que recogía anualmente las actividades profesionales, empresariales, culturales y lúdicas de la ciudad, describía así a la Sociedad, con los datos de aquel año 1891: «Club Recreativo: esta Sociedad se dedica exclusivamente a proporcionar distracciones a sus socios: entre ellos se encuentran grandes jugadores de Foot-ball, Cricket y Lawn».
-
3. En diciembre de 1940, la Real Federación Española de Fútbol emitió una circular en la que ordenaba a los clubes la eliminación de todo extranjerismo antes del 1 de febrero de 1941. Desde entonces y hasta julio de 1972, año en que se derogó el Decreto-Ley de 1940, el nombre oficial pasó a ser Atlético de Bilbao.
-
4. Bajar a Huelva era una expresión muy del barrio. Era casi una declaración de principios con la que se quería resaltar que la Isla Chica era otra cosa. República independiente dirían en Triana. Lo cierto y verdad era que en el barrio había de todo y un ambiente de tabernas de Bonares y de bares y restaurantes para comer buenos guisos y pescaíto frito que atraía a familias de toda la ciudad y de los alrededores.
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5. La Rebelión del Mau Mau, también llamada Revuelta del Mau Mau y Emergencia de Kenia, consistió en una insurrección de rebeldes kenianos contra la administración colonial británica, que se inició en 1952 y no finalizó hasta 1960. El núcleo de la resistencia estaba formado por miembros de la etnia kikuyu, junto con pequeños grupos embu y meru. La rebelión fracasó militarmente, aunque según algunos expertos podría haber acelerado el proceso de independencia de Kenia. Creó ciertas desavenencias entre la comunidad blanca del país y el gobierno británico preparando el terreno para la independencia, concedida en 1963. El nombre Mau Mau, con el que se conoce a los rebeldes, no era el que ellos se daban. Usaban otros como Muingi («El movimiento»), Muigwithania («El entendedor»), Muma wa Uiguano («El juramento de unidad») o, simplemente, «El KCA» desde la creación de la Asociación Central Kikuyu (Kikuyu Central Association) poco después del inicio de la revuelta. Los veteranos del movimiento independentista se refieren a sí mismos como el «El ejército de la tierra y la libertad».
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6. Con estas peñas se ha dado un proceso de los divertidos e interesantes. Indagar, tirando de contactos e inspiración, de las buenas gentes que siempre están para ayudar. Mi amigo Carlos Ortiz, las dos personas tras el mostrador de la farmacia de la calle Rodrigo de Jerez, el Facebook «Fotos antiguas de Huelva y su provincia» … Al final tengo un abanico de posibles nombres para estas dos peñas: el de los hermanos Zambrano, un apellido eterno en el fútbol de Huelva, el del polémico expresidente Martín Berrocal, el de Eusebio Ríos, el entrenador del nombrado primer ascenso del Recre a Primera, o el del expresidente José Luis Díaz González, que falleció en la carretera de San Juan del Puerto en un desgraciado accidente de tráfico, en la madrugada del 8 de noviembre de 1970.
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7. Incluida esta taberna, luego bar, en el primer libro de «Huelva choquera y tabernera» (editorial Niebla 2021). Este capítulo tiene como colofón el luctuoso acontecimiento de la muerte de Paco poco después de que pudiera entrevistarlo en el mismo portal de su casa de la calle Antonio Delgado número 8. Descanse en paz.
De pie: Romero, Isabelo, Sivianes, Navarro, Marti, Alcorta.
En cuclillas: Lora, Lapi, Joaquín, Torres, Rincón.