la huelva choquera y tabernera

Juan de Cuartelillos, más de 'Güerva' que un choco

Ahora es un jubilado de oro en todo tipo de eventos culturales, pero es el alma de su bar, donde mueve las manos porque en el saludar encuentra acomodo su ser, su disfrutar de la vida, haciendo gala de memoria prodigiosa para los nombres de cada persona que se cruza

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Juan Cuartelillos en distintas épocas en su bar H24
José Ramón Andikoetxea 'Andi'

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Todavía a día de hoy te encuentras a mogollón de gente que te suelta es que en Huelva no hay ná. Que ya te da hasta coraje el escucharlo. Me parece hasta que me llega la frase con un sonsonete agudo y estridente. ¿Qué no hay ? te qui´i ya.

Y si alguien sabe del asunto es un jubilado de oro. Juan de Cuartelillos, por supuesto. Es una alegría encontrármelo en exposiciones, recitados de poesía, teatros, conciertos varios, etcétera, etcétera. Lo primero porque es un amor. Y lo segundo porque eso significa que yo también estoy.

La iniciativa pública y la privada no descansan y eso da una vidilla a nuestra Huelva que no se pue aguantar.

Cuando me planteé, feliz e inconsciente de dónde me metía, escribir la primera parte de la 'Huelva choquera y tabernera' (editorial Niebla, 2021) tenía unos nombres imprescindibles grabados a fuego en mi caletre. Uno de ellos el de mi amigo Juan. Qué alegría poder esgrimir ese sintagma: mi amigo Juan. Pues aquí os lo traigo de nuevo para que lo tengamos un poco más en el corazón.

Cogedlo ahí, a ese Juan bueno

Agita las manos constantemente, como mariposas en el aire de la primavera que inunda de azahar esta calle Roque Barcia. Mueve las manos porque en el saludar encuentra acomodo su ser, su disfrutar de la vida, haciendo gala de memoria prodigiosa para los nombres de cada persona que se cruza. La gente va a sus quehaceres de la mañana y hay un momento para acordarse de la familia, de un requiebro, de una palabra amable. Juan es de Huelva, de este barrio, a caballo entre la Isla Chica y el Barrio Obrero, y ejerce de generoso anfitrión.

Ilustración de Bernardo Romero del Bar Los Cuartelillos H24

Aunque nació en Bonares, en el 55, Juan Antonio Pérez Díaz llegó muy temprano a una Huelva que acogió a un aluvión de bonariegos, expelidos del medio rural por una de esas crisis cíclicas que la meteorología deja caer sobre las espaldas de gente tan trabajadora. Bonares inundó las calles de la capital con sus tabernas y su vino.

Llegaron padre, José María, madre, Salomé, hermana mayor y él mismo. Pillaron el traspaso de un bar que ya existía, al suegro de Eduardo Hernández Garrocho. Estaba en el barrio de El Matadero, en la calle Moguer, esquina calle Valverde del Camino, bajo el puente. Ello ocurrió por mediación del dueño de la taberna El Cateto (allá por avenida Miss Withney) en el año 1957. Se instalaron en dos cuartos, cocina y baño a los que se accedía por una puerta de la taberna. Y en el 60, en la propia casa, nació la pequeña. Salomé como la madre.

La taberna se llamaba Los Cuartelillos. En Juan habitan dos teorías acerca del origen de dicha denominación… si sumas cuartillos (el lugar donde las vagonetas del tren minero descargaban su contenido, allá por donde la fábrica de guano, donde aún hoy resisten unos muros, que hoy son infraviviendas de ocupantes nómadas) y cuarteles (el nombre que se le daba a las abundantes casas de vecinos de la zona) quizá obtengas el nombre. Pero puede que sea una de las dos opciones: el tiempo se traga muchos recuerdos y casi todas las certezas.

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Imágenes antiguas H24

A finales de los 70 el trabajo era muy duro para la mayoría de la población, y mal pagado. Acabada su jornada acudía un montón de desharrapados obreros fabriles, con alpargatas de esparto, a tomar su vino pesetero. José María disponía sobre la barra una hilera de vasitos de Duralex que llenaba con caldos de su propia cosecha, pues tenían tierras y bodega en Bonares, lo cual economizaba la materia prima.

«José María, apunta ahí» era la frase acostumbrada. Y él cogía tiza y hacía los listados que eran borrados tal como se abonaban al llegar la paga. Eran hombres rudos que a veces cogían una borrachera por la mañana y otra por la tarde. Era un mundo de hombres y las mujeres apenas aparecían para comprar una botellita de vino blanco.

En el 1974 Obras Públicas expropia forzosamente, por cuatro perras, los terrenos de la calle Moguer. Precisaban hacer canalizaciones nuevas que evitaran que, con nada que lloviera, todo se inundara. Hasta la avenida de Federico Molina llegaban incluso las aguas. El miedo a protestar, cuando aún la dictadura daba sus últimos coletazos, y la permuta que se le hizo a muchos inquilinos por pisos en La Orden hicieron que el silencio fuera la respuesta generalizada ante lo que objetivamente fue un abuso.

Mientras los chavales del barrio jugaban dentro de las gigantescas tuberías, los Cuartelillos se metieron en pleitos que se ganaron, pero a los 3 años y medio. Ya desde el 74 el bar ocupaba el lugar que todas y todos conocemos. Se inaugura el 18 de junio, taberna con categoría de cuarta, y Juan pronto será el alma tras la barra. Los bocoyes subieron la cuesta del colegio de Las Teresianas empujados por amigos alegres, y se instalaron en el número 21 de la calle Roque Barcia. Allí llegó parte de la clientela de toda la vida. También se instalaron las incertidumbres y las preocupaciones por cómo afrontar una arriesgada nueva etapa en el negocio.

Se vivía al día, y eso era lo habitual en la mayoría de los hogares de una Huelva a la que le costaba despegar económicamente. El vino pesetero, las tapas de papas aliñás, de habas enzapatás, de altramuces, las avellanas, el tomate Martinete con huevo cocido… todo eso daba para lo que daba. Y no era suficiente. A pesar de la excelsa tapa de merluza con alioli, (con su perejil, que no falte) de la que su madre Salomé hizo bandera, y que nunca Juan no pudo mantener en la carta. No, no era suficiente.

Por aquel entonces nuestro Juan empezó sus estudios de Magisterio y consiguió atraer a sus Cuartelillos a muchos estudiantes de la Normal. Fue el boom… enseguida las cuatro mesas de tijera de la puerta del bar desaparecieron (menos mesas, menos impuestos, menos apreturas). Y todo porque llegó el fenómeno de El Muro.

Imagen - «Lo del muro me hizo ganar mucho dinero, y me hizo perder mucho dinero»

«Lo del muro me hizo ganar mucho dinero, y me hizo perder mucho dinero»

Juan Cuartelillos

«Me hizo ganar mucho dinero, y me hizo perder mucho dinero». Todo se explica. Durante años ese muro era la barra más larga que nunca se vio. Allí todo el mundo paraba y el hervidero y el buen ambiente atraían a media Huelva y a parte de la otra.

Sobre 2003-2004 el cierre de bares en los que el trapicheo al menudeo abundaba (Villa Conchita por el polígono de San Sebastián, por ejemplo) trasladó al muro esa actividad. Allí había potencial clientela de más, y algunos canis y burracos con sus coches discotecas hicieron del lugar su «oficina» de ventas. Hasta trompos hacían con sus automóviles «híper hormonados». Juan lo recuerda como «toda esa parafernalia», y apunta con desazón que «no entraban al bar ni para mear». Y no es casualidad que esta frase la diga con disgusto… el meadero público era el Barrio Obrero y las trifulcas con el vecindario tardaron nada y menos en aflorar.

Juan tuvo que cerrar en varias ocasiones, hasta 3 meses duró uno de las etapas, pero el lugar volvía a llenarse y a ser atractivo para lo relatado en el párrafo anterior.

En una ocasión el carácter pendenciero de algún mal encarado chocó con la irritación de un vecino. Todo acabó en pelea y con el vecino con la nariz rota a mascadas. La asociación de vecinos protestó, el ayuntamiento tomó partido y atacó por la parte fácil: hacerle la vida imposible al bar que estaba en el origen (involuntario) del asunto. Aunque todo estaba en regla la perfección no existe. Y una estrategia desde el consistorio de «tocapelotismo» continuo se tradujo hasta en un total de tropecientos euros de multa. La policía visitaba el lugar con asiduidad y un día era el exceso de aforo (yo no consigo imaginarme Cuartelillos, un sábado al mediodía y con el paso despejado), otro que la gente se bebía la caña fuera de las mesas… tales «disparates» eran sancionados sin dilación.

Ya van para 11 años sin muro y, viejo amigo, te echamos de menos. Actualmente el bar sigue pletórico, con una carta de tapas que ya goza de seguidores acérrimos: la carne mechá, las papas al alioli, los huevos de choco con salsa mahonesa, las habas y los caracoles en temporada, los montaditos…

Una institución

Cuando preguntas a Juan que qué son los Cuartelillos las primeras palabras que vienen a su boca es que son una institución. El mejor bar que hubo en Huelva en su época: «a cualquier persona que le preguntes lo conoce, venía todo Dios». «La gente que venía a Huelva tenía 3 sitios de referencia: el Pappis, el Paco Moreno y los Cuartelillos».

Para Juan los clientes son amigos y amigas, la barra un accidente necesario para que no se caigan los vasos, pero que nunca pudo frenar besos y abrazos: «yo soy mu achuchón, y mu besucón», exclama, «tanto con hombres como con mujeres» añade como colofón lógico.

Juan está muy orgulloso del camino recorrido, de que el bar ha sido y es un crisol de culturas, de personalidades, de creencias o ideologías… se vanagloria de que la política nunca ha sido una barrera, y que las alegrías y tristezas se han compartido en el lugar, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda… «y nos hemos respetado to dios». Cuando alguien le apunta que qué bien se lleva con el poder tras un abrazo al anterior alcalde, Gabriel Cruz, él se revuelve tranquilo y explica, sin necesitarlo, «mi amigo Gabi, que circunstancialmente era alcalde, no te equivoques». Y por aquí han pasado gentes de todas las corporaciones, desde Elena Tobar hasta Perico Rodri.«Conseguir eso no ha sido nada fácil, y es un honor».

Por ilustrar mejor lo que se quiere transmitir Juan añade que él ha podido disfrutar, desde su atalaya privilegiada, cómo los punkis y los abueletes compartían casi mesa y mantel. En Cuartelillos siempre ha habido un buen ambiente, un rollo bohemio, también costumbrista, de barrio: «nos conocíamos todos».

Y entramos en un anecdotario que se podría hacer infinito…

Los martes de flores

Todos los martes pasaba por el bar un señor mayor que llevaba en un carrito ramos de flores. A Salomé, su madre, le encantaban las flores frescas y Juan le compraba siempre dos ramos de clavelinas y medio de claveles.

Un martes cualquiera de 1984, quizá de 1985, había unas amigas por el lugar y el obsequio fue también para ellas. Porque «al principio no había mujeres» («ahora hay más que hombres, le han echado la pata por encima, afortunadamente»). Ahí nació la tradición que dura 34 años. Y recuerda que la compra, en pleno apogeo «cuartelillero» era de docenas y docenas.

El peligro de hacer camisetas

Parto de la base de que no soy un marciano cuando en múltiples ocasiones he cuestionado a Juan que cuándo iba a hacer camisetas del bar para venderlas. Él siempre ha desplegado el mismo contundente argumento… cómo iba a vender sus camisetas a la clientela de toda la vida, a amigos y amigas desde hace décadas («había montones y montones de gente a la que no se las podía cobrar»).

Una clienta, de cuyo nombre sólo se pueden decir las iniciales, suplicó una camiseta a Juan. Se marchaba a vivir fuera y necesitaba llevarse con ella tal preciado recuerdo. Juan accedió con el compromiso de no desvelar el secreto y no ponérsela en fotos que pudieran aparecer en redes sociales. Y hasta ahí me cuenta Juan entre susurros y miradas a ambos lados.

Arias y otras bandas sonoras

Si entras en Cuartelillos y escuchas el aria 'O mio babbino caro' (aria de la ópera Gianni Schicchi (1918) de Giacomo Puccini (música) y Giovacchino Forzano (libreto), has de saber que Juan en ese momento levita, que un pellizco muy personal le hace flotar sin alas. Descubrió esta pasión en una versión chill out y ahora venera a María Callas 'La Divina', a la Caballé, a Ainhoa Arteta (a la que pudo disfrutar en el Foro Iberoamericano), a Pavarotti… para describir lo que siente se acuerda de Billy Elliot en «Quiero bailar» (título para España), en cómo expresaba su pasión.

Pero claro eso era en la soledad de las primeras horas, preparando el local, lavando los caracoles… si llegaba algún cliente y sobre la marcha protestaba, medio en broma medio descolocado, ya la banda sonora se reconducía a lugares habituales: baladas de rock o pop y flamenco (desde el purista hasta el flamenquito).

Visitantes ilustres

Aunque Juan se acuerda de su clientela de todos los días como lo mejor que tiene el bar («les llamo por el nombre porque da más cercanía, otro rollo») yo le sonsaco para hacer una crónica con chispa…

Aparece lo más granado de Huelva y algún visitante foráneo:

• Deportistas como Emilio Martín («muy buen amigo»), el tres veces campeón del mundo de duatlón, las judokas Almudena Gómez y Cinta García, Rocío Espada, también duatleta y antes gimnasta… y pendiente queda que le visite su Carolina Marín, su ídola y amiga… y exclama «¡lo que está haciendo por Huelva es impagable».

• De las tablas y el celuloide tenemos a Font García, a Luichi Macías…, la modelo Laura Sánchez que desde niña andaba por la zona, el flamenco representado por Rocío Márquez, Estrella Morente, Arcángel, Jeromo Segura, el Niño Miguel con su guitarra y su sonrisa rota, El Pecas… Bebe iba por el lugar y se tomaba sus botellines y algún pitillo en el muro, cuando se echó un novio choquero. Y cuando vino por las fiestas de San Sebastián, en 2017, desde el escenario se acordó de esos Cuartelillos en los que esperaba a su chaval entretenida. Krahe aterrizó a tomarse unas cervezas 2 meses antes de fallecer, en Zahara de los Atunes en 2015… actuó en un local de la plaza de toros de La Merced y en el camerino estuvo departiendo con Juan. Cada detalle cuenta, no es baladí.

• El arte con mayúsculas de Antonio Belmonte, Víctor Pulido, Castro Crespo, Pedro Rodríguez, Juanma Vidal, Faustino Rodríguez, Rafa G. Pinto… las letras con Eva Vaz, Marcos Gualda...

Y Juan vuelve a insistir en esas gentes del barrio gigantesco que es Huelva y que son las que habitan el bar… Por ejemplo, la peña de Los Tajarinas, siempre al fondo de los Cuarteles, gente del baloncesto amateur: Gumersindo, Rafael Espadas, Manolo Flores, Enrique Benítez, Tucho Pajón, El Chico, Rafa León… que hasta tienen a buen recaudo un vídeo en la que fue la despedida del bar Los Tres Hermanos.

O cómo a Pedro Hierro, a Javier Rodríguez Walls y a él mismo les llamaban Los Tres Hermanos por ser inseparables.

La caña es la caña

La mejor, la más rica, la más fresca. Yo también lo digo. Un dispositivo especial y secreto lo garantiza todo.

En 2015 ganó el premio 'Maestro de la Barra', el Nobel de los devotos de la Cruzcampo. Se elegía por provincias, en las 8 de Andalucía, y en Huelva ganó Cuartelillos «por goleada». En todas las paradas de bus, y durante 2 meses, apareció el busto cervecero de Juan, alegrándonos la vista y diciéndonos sin decirlo que sí, que ya es hora para una cervecita en Los Cuartelillos antes de comer.

Juan Cuartelillos, con su cartel de Maestro de Barra H24

Con sorna me comenta Juan que «soy maestro triplemente: maestro escuela, de la barra y de la caña perfecta».

«Nunca digas yo era. Di yo soy, y pa´lante»

José María

Fundador de Los Cuartelillos

La continuidad está garantizada para los Cuartelillos. Y ahora reforzada con La Temporada, bar de cocina rica rica, y con toques asturianos que quitan el sentido. Los sobris han recogido el testigo.

Aunque «la solera de Juan es irrepetible», añade una vecina que interrumpe sus compras para sumarse a la conversación.

Y aunque caún es caún (frase de la que era amigo el fundador del bar), los Cuartelillos están construidos con un poco de cada visitante y, mayormente, son «Huelva dentro de Huelva».

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