Juan el de Los Cuartelillos: «Estoy aquí gracias a la sanidad pública»
Es mucho más que el antiguo dueño de una taberna emblemática de Huelva: durante décadas, su local ha sido punto de encuentro social, donde convergían artistas, estudiantes, intelectuales y trabajadores
Tras superar recientemente una grave sepsis que casi le cuesta la vida, Juan sigue siendo un referente ciudadano, ahora dedicado a promocionar desinteresadamente cualquier manifestación cultural onubense
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De la diáspora bonariega surgieron en Huelva tabernas, bodegones y muy respetables nombres en el mundo de la restauración. Además de todo eso uno de los hitos más relevantes de la ciudad en cuanto a aspectos sociales vino a ser una humilde taberna emplazada en el Matadero, Los Cuartelillos. Allí empezó a faenar Juan Antonio Pérez Díaz desde muy jovencito para acabar dando un nombre y un carácter a la taberna que marcaron su devenir al trasladarse a un nuevo emplazamiento, a tiro de piedra, a Roque Barcia. En esos pocos metros cuadrados vinieron a albergarse los ratos de ocio, de confidencias, de enamoramientos, y hasta de confabulaciones contra el poder establecido, de toda una generación de onubenses, contestatarios y artistas en general. Un lugar de culto, hasta el punto de que al nombrar a Huelva lejos de los límites provinciales, el nombre de Los Cuartelillos apareciera en los primeros lugares de referencia, como el Muelle del Tinto o el monumento a Colón. A Juan se les escaparon en consecuencia los apellidos para acabar lo que tras su retiro profesional y convertido en activista cultural sigue siendo, Juan el de Los Cuartelillos.

Hace bien poco tuvo un accidente que él se niega a calificar como tal porque se lo buscó él mismo, según asegura con rabia y con razón. A consecuencias del estropicio al que no quiso hacer caso cuando aún estaba a tiempo, acabó en un quirófano donde lo operaron a vida o muerte por una sepsis, una respuesta inmunitaria extrema a una infección que pudo acabar con la existencia de este icono del ocio bien entendido. Juan sigue presente en actos culturales y en reivindicaciones de todo tipo, en uno y otro apartado sin necesidad alguna de criterios de selección. Hace poco le veíamos aún convaleciente entrando en silla de ruedas para las curas posteriores a su salvación, y gritando puño en alto en defensa de la sanidad pública. Y lo que le echen, porque Juan, maestro de escuela de los de antes si hubiera llegado a ejercer, es de los que no se callan y reivindican lo que haya que reivindicar, faltaría más. Aquí lo tengo, en la puerta de Los Cuartelillos, atendiendo a unos y a otros, a tantos como le quieren y forman cola para darle achuchones y besos
- Te has dejado ir, Juanito, hijo, casi que te vas al otro barrio
- Nunca, yo de la Isla Chica no me muevo. Pero sí, ahora en serio, ya me lo estoy creyendo. Salí de una operación de la que podía no haber salido. El sistema sanitario español es el mejor del mundo y el personal médico y de enfermería y todo el que trabaja en el Juan Ramón, son unas personas magníficas, amables y plenas de amor y entrega a los demás. Eso yo ya lo sabía, pero ahora lo he confirmado en mis propias carnes. Estoy aquí gracias a la sanidad pública.
- Y ahora, ¿cómo te encuentras?
- De la operación francamente bien, del coco voy mejorando adecuadamente. Solicité asistencia psiquiátrica porque no era capaz de aceptar lo que me estaba pasando. Ahora ya me han derivado a una psicológica, y estoy mucho mejor. Ya me he dado cuenta de lo que me debía de haber dado cuenta antes de que fuera tarde. Pero feliz, sintiendo y agradeciendo el cariño de tantísima gente. Esto es lo más importante, y cuando se tenga uno que ir al otro barrio, pues se irá porque no queda más remedio, pero feliz y contento.

- Pues la verdad es que se te ve mejor, hasta más alto, y eso que estás en una silla de ruedas
- Desde luego qué mamona estás hecho, Bernardito, hijo. Tú no cambies. Pues para que lo sepas, he perdido catorce kilos.
- ¿Dónde?
- En el hospital y en casa. Siguiendo las indicaciones de los sanitarios que se han ocupado de mí. Tres días a la semana me llevan y me traen de casa al hospital y del hospital a mi casa. Hago rehabilitación en el Juan Ramón, y otros tres días yo mismo en casa hago los ejercicios que me han recomendado los médicos. Y además a dieta estricta que no me la salto ni una pizca siquiera.
- ¿Y cómo te arreglas en tu casa, te haces la comida?
- No señor, que para eso tengo a mis sobrinos. Bajo a La Temporada y allí como la mar de bien. En cuanto a la casa hemos contratado a un asistente que viene seis horas, tres por la mañana y tres por la tarde. El me ayuda en todo, es un señor fantástico. Después de un mes en el hospital y otro en casa de mi hermana Salomé, que también vive aquí, justo en el piso que está arriba del mío, he podido volver a mi casa y llevo un par de meses en casa, pero no recluido, sino haciendo poco a poco mi vida normal, hasta ya he podido acudir a algunos actos, lecturas, exposiciones y presentaciones.
- Eso es otra, la cultura onubense te ha echado de menos. Se hacía raro estar en una inauguración o en la presentación de un libro, o en lo que fuera, y que Juan el de Los Cuartelillos no estuviera por allí
- Eso me lo han dicho y me lo han repetido muchísimos de los que se han interesado por mí.
- Oye, Juan, igual tanto cariño es la respuesta a lo que tú has estado dando durante tantos años en el bar
- Puede. Al bar empezaron a ir mis amigos y mis compañeros de la Escuela de Magisterio, que de normal tenía poco porque había una gente fantástica. En la anterior taberna apenas ayudaba alguna que otra vez, pero ya cuando nos mudamos a Roque Barcia, me metí de lleno en el negocio familiar. De hecho, y tú te acordarás, aunque tengas la cabeza medio perdía, en los años setenta aquí convivía la clientela de la taberna de siempre, los de la media limeta y la copita de aguardiente, con un público que podríamos llamarlo alternativo. Recuerdo un día en que entraron por la puerta tres punkis con el pelo teñido de azul, las crestas, los collares de perro y toda esa tornillería que por entonces llevaban, y se sentaron en una mesa que había libre entre dos ocupadas por estos que te digo, gente mayor con su media limeta de mosto de Bonares por delante, y a los cinco minutos, qué digo, ni cinco minutos, al instante estaban los viejos charlando animadamente con los punkis, como si se conocieran de toda la vida.

- Los Cuartelillos nacieron en otro lugar, ¿no es así?
- Más abajo del Pozo Dulce, en el Matadero, cerca de donde estaba lo de Rosco, mis padres se quedaron con el traspaso de una taberna que tenía el suegro de Eduardo Hernández Garrocho, que fue quien le puso el nombre porque había sido militar o guardia civil y venía de vivir en un cuartel en Cartaya. Así que Los Cuartelillos se llamaba la taberna. Mis padres vinieron de Bonares y cogieron el traspaso en el año 57.
- Pues anda que no han cambiado las cosas, y no solo el lugar
- A Roque Barcia nos mudamos en el 74, y para entonces yo ya era un joven comprometido con la lucha por un cambio de régimen. En Los Cuartelillos se reunían todos mis amigos, juntos, pero no revueltos, con los clientes habituales de una taberna donde reinaba el mosto y las habas enzapatás. Los más jóvenes tiraban más hacia los botellines de cerveza, de modo que la taberna se quedó como un mostrador y cuatro mesas pequeñas donde se instalaban los mayores, porque el elemento más joven, hiciera calor, frío, lloviese o tronase, se solía quedar a las puertas. Y como cada cual tiene su sitio, o como se suele decir, como Dios los cría y ellos se juntan, pues la clientela de Los Cuartelillos siempre fue cuartelillera. Más allá de las ideas políticas, lo que se juntaba aquí era una manera de ser y de estar. Gente respetuosa y legal, y te voy a poner un ejemplo: los clientes de la taberna, los de la media limeta o la palomita de aguardiente, siguieron viniendo a pesar de la bulla de la gente joven.
- Había mucho artisteo también
- Lo había y lo sigue habiendo. La lista de artistas de todas las ramas que quieras, han parado y paran en Los Cuartelillos. Sí, es una taberna con mucho arte. Como te empiece a enseñar fotos que tengo hechas aquí en la puerta con famosos, no paro en tres días.
- Recuerdo el murete del Barrio Obrero, con filas interminables de botellines y a ti con auténticas torres de vasos cruzando una y otra vez la calle.
- Entonces no había tanto tráfico. Y cuando pasaba un coche aminoraba la velocidad porque el gentío lo hacía necesario. En eso hemos cambiado también, porque mis sobrinos gestionan ahora la taberna y el restaurante de al lado, con lo cual tenemos ya muchas mesas en el interior y veladores en la calle, pero el ambiente cuartelillero sigue siendo el mismo. Bueno, faltan los viejos del mosto y el aguardiente, como falta mi padre y sobre todo mi madre, que fue capaz de sostener la familia y la taberna, criarnos y mimarnos a todos y le sobraba tiempo para atender en la taberna. Mi madre, como todas las madres, como todas las mujeres, era muy fuerte y muy capaz.
- Tú y tu hermana Manolita nacisteis en Bonares, y tu hermana la pequeña ya en Huelva
- Si, a mí me trajeron a Huelva con diecisiete meses y ya Salomé, la más pequeña, nació aquí, en la casa que teníamos en el Matadero antes de mudarnos a Roque Barcia.

- Eres de los tiempos en que se hacía la mili
- Claro, eran otros tiempos y además tuve suerte precisamente por la desgracia general de este país, porque en aquellos tiempos todavía había mucho analfabeto o gente con una formación muy escasa, de que me destinaran a las oficinas porque yo era de los pocos que teníamos estudios de algo, de lo que fuera. Primero estuve en Cartagena, donde hice el mes y medio de campamento y luego me largaron a San Fernando, donde me hicieron cabo furriel por poco más que saber leer y escribir. Estaba todo lo bien que se puede estar haciendo la mili, fíjate que cuando nació mi primer sobrino no me dieron permiso porque no les salió de ahí mismo, así que cogí el papel, lo metí en la máquina de escribir y puse que el cabo Juan Antonio Pérez Díaz tenía permiso para ir a Huelva, lo firmé, lo sellé y me vine a conocer a mi primo. A la vuelta ya fui consciente de que me podía haber metido en un lío gordo.
- De la mili vuelves al vino y los botellines, a los punkis, los artistas, los progres y por supuesto los viejos de la media limeta.
- Ahí va, un cambio notable. Pero creo que el ambiente que se fue conformando alrededor de Los Cuartelillos, fue primero con profesores y estudiantes. Recuerdo que los jueves este era el lugar para quedar de muchísimos profesores de instituto, antes no había universidad, y de muchos estudiantes, del Poli, de Magisterio… quedaba todo el mundo aquí y luego se abrían cada cual para su lugar o lugares preferidos, pero la cita era siempre aquí.
- Los jueves lugar de reunión y los martes claveles
- Sí, y eso tú ya lo sabes, pero te lo digo de nuevo para que lo sepan los lectores del H24. Por aquí pasaba un señor mayor vendiendo flores y a mi madre le encantaban las flores, de modo que siempre le compraba unas flores, hasta que un día me vieron y asaltaron dos amigas, clientas del bar, para que les regalara una flor, de modo que saqué un par de flores, se las di y le llevé el resto a mi madre. A la semana siguiente compré claveles para mi madre y otro ramo para las clientas, solo para las clientas.

- Pues a mí me diste una
- Ya, pero es que tú eres muy pesao.
- Por tu madre tenías auténtica devoción
- Ni te lo imaginas. Deberías haber conocido a mi madre. Una trabajadora nata, antes de casarse estuvo en un ladrillar, en una panadería… Y ya de casada, era la que abría la taberna temprano para los desayunos; luego, cuando mi padre bajaba al bar, ella subía para hacer las tapas, que recuerdo que la asadura la hacía en el patio, por lo de los humos. Así que a la hora de las tapas, ya estaban en el bar las papas aliñás, la carne mechá o un alioli de merluza que hacía y que no he vuelto a probar algo tan rico en todos los días de mi vida. Y además llevaba la casa para delante y nos crío a los tres con todo el amor del mundo, como para no tener devoción. Mi madre, supongo que como todas las madres, era algo muy especial, toda fuerza, carácter y una sonrisa y una palabra amable cada vez que teníamos en casa el más mínimo problema.
- Te jubilas en plena pandemia
- Sí, en el 20. Mis sobrinos, que ya me ayudaban antes, se han quedado a cargo del negocio. Pudimos ampliar el establecimiento a La Temporada, que lo lleva Juanjo, y Alberto sigue en Los Cuartelillos, pero la misma cosa son. Una misma empresa. Mi otro sobrino, Gonzalo, no quiere saber nada de bares y se dedica al montaje. Otro crack.
- Y tú, ¿nunca quisiste dedicarte a la docencia?
- Ni me dio tiempo a pensarlo. Además, ya me había traído a todos mis compañeros de Magisterio a la taberna, se reunían aquí, y los profesores también, de modo que sin darme cuenta era un maestro con el tirador de cerveza, un barman hecho y derecho. A ver de dónde iba a sacar yo tiempo para oposiciones ni para nada de eso, y además no podía dejar a mis padres solos, que ya iban teniendo una edad.
- Ahora se te echa en falta en cualquier actividad cultural. En todas, no tienes un criterio definido, ni unos gustos concretos…
- Nada de eso, yo cumplo una misión muy simple, promocionar todo lo que se esté haciendo en Huelva en el plano cultural, y cuando digo todo es todo, sin criterios que te lleven a un lado u otro. Difundo lo que hay a través de las redes sociales.
- Ya lo creo, alguna vez he oído medio en broma, pero también medio en serio, eso de ¿cómo vamos a empezar si no ha llegado Juan el de los Cuartelillos?
- Ya, lo de medio en broma es porque ya sabemos la jacha que hay en Huelva, lo de medio en serio es por lo que te estoy diciendo, difundo, promociono y doy a conocer lo que se hace en nuestra querida ciudad.
- Actividades culturales y otros asuntos no menos importantes
- Ah, bueno, te referirás a lo de la lucha contra el cáncer, lo de las donaciones de sangre… Sí, pues también. Una cosa es querer hacer algo y otra hacerlo. Yo prefiero hacerlo.

Aunque hemos quedado temprano, ya el bar se está empezando a llenar, y por supuesto todo el que llega viene a saludar a Juan, que no pone pegas a eso de tener que explicar una y otra vez, entre sonrisas, el calvario por el que ha pasado. Así, entre abrazos y besos a porrillo, me pido un botellín y me acomodo en una mesa alta con las mejores papas aliñás del mundo. Lo veo allí, en la silla de ruedas rodeado por todas partes, haciendo gestos para buscarme y que hagan un hueco. Hasta que lo consigue y entonces me mira y me dice «escucha churrita, vamos a terminar ¿o qué?» Me río, y le digo que no hace falta entrevista alguna, que me puedo inventar las preguntas y las respuestas. Son muchos años entrando en Los Cuartelillos y como me recordaba Juan, el tiempo para nosotros no pasa ni se detiene, vivimos en otro espacio temporal, de modo que puedo estar dos años sin ir por allí, eso me dice, y cuando me ve es como si hubiéramos estado juntos ayer mismo. Pero esto le pasa conmigo y con la legión de amigos que tiene. Ya no despacha botellines de cerveza, ahora promociona actividades culturales de todo tipo y condición. Su nueva profesión, la lleva a cabo sin cobrar un duro, de modo que, si tenéis una exposición, vais a presentar un libro o a cantar un pasodoble en la pingoleta de la cúpula de la catedral, no lo dudéis, llamad a Juan y ya tenéis medio trabajo hecho. Un tío genial, pero sobre todo un tío muy buena gente.