la huelva choquera y tabernera
Bar Leonardo, caracoles frente a la Fábrica de Harinas
Comenzó siendo una taberna en 1937, fundada por un palmerino, y en 1958 entró la primera de las dos generaciones que han pasado por Las Colonias
Detrás de los nombres, detrás de las barras: personas
Paco Perdigones
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
Otro relato tabernero, otro que vive lejos de alharacas y famas vacuas. Esto es una taberna de barrio de buenas tapas y mejores gentes. Una taberna defendida desde la barra por familias trabajadoras y con una parroquia que funde la humildad, con la camaradería, con la alegría de encontrarse con el vecindario. Otro relato que podrá encontrar en 'Huelva choquera y tabernera IIª parte' (editorial Niebla, 2023).
Apunta a que va a caer lo más grande. Suenan truenos y me refugio en el bar Leonardo. Con una deliciosa tapa de caracoles por delante se piensa mejor, y me animo a interpelar al camarero. Es el dueño, segunda generación que, desde el año 1960, regenta este lugar histórico en el barrio de Las Colonias. Se llama Manuel Jesús García Pérez.
«Esto está como de taberna desde el año 1937. Era un hombre de la Palma del Condao, que fue el primero que la montó aquí, durante la guerra. Después ha visto varios dueños que eran de aquí de la zona. Estuvo un hombre que después tuvo una tienda de comestibles en la misma esquina, que se llamaba Aserguero de apellido. Mi tío vino de Bonares en el año 1958. Después de dos años se fue a la Isla Chica y montó el bar Cristóbal. La mujer tenía muchos problemas de bronquios y decía que aquí había mucha humedad. Que decía que allí había menos».
«Se trajo a mi padre pa acá y estuvo desde el verano del 60 hasta que falleció. En el año 90 nos hicimos cargo mi hermano y yo».
Leonardo García García, el padre, y Leonor Pérez García, la madre. «Mi padre se había llevao diez años haciendo la mili, era la Quinta del Biberón (2). Rulando por todas partes. Entonces había cogido muchas enfermedades, el paludismo… mi padre casi siempre estaba malo. Y mi madre, cada vez que él estaba malo, era la que se encargaba de lidiar aquí con la gente en la barra. Nosotros éramos cinco varones y cuando los niños se iban haciendo grandes los ponía aquí a despachar, como antiguamente. Yo tengo 59 años y yo he nacido aquí en esta casa. He nacido detrás de la barra, siempre he estao aquí».
Otro recuerdo muy de Huelva es de lo que pasó hace 53 años. «En el año 69 hubo un terremoto (3) en Huelva mu grande y se cayó la cornisa de la fábrica de harina. Fue de madrugada. Teníamos una cómoda, donde estaban todas las botellas, y se movían. Y las lámparas. Yo tenía seis años y me acuerdo de salir a la puerta y ver lo de la cornisa».
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
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Aunque la estructura de la casa es prácticamente la misma desde hace cien años, sí hay cosas que han ido cambiando. Antes la barra tenía forma de zeta y en el hueco central es donde se colocaba la bota de vino blanco, de quinientos litros. Cada semana una o dos veces, según la venta, se recambiaban. «Cervezas muy pocas, copas… era to vino. Era lo que había al principio. Antiguamente el vino tinto era el vino blanco, que le echaban unos polvos. Un colorante y lo convertían en tinto. Porque tinto, tinto, no había aquí». El vino era de alta graduación y la gente no estaba muy acostumbrada. Se mezclaba con agua, de forma prudencial, lo cual evitaba las borracheras vertiginosas y ayudaba a la economía del negocio.
«En aquellos tiempos esto (y señala al frente) era una fábrica de harinas, un edificio muy grande, que se dedicaba a moler maíz y trigo, a hasé pan. Yo creo que era una de las mayores que había aquí en Huelva. Y el pan se transportaba, como por aquí pasaba un tren, hasta la estación de Zafra. La vía tenía un ramal que entraba para cargar y descargar en la misma fábrica. La clientela casi toda era de la fábrica, que trabajaban allí».
«Antiguamente eran las botellitas de vino. Y, como mi padre era de Bonares y estaba acostumbrado a trabajar con el vino pues, claro, vino y más vino pa acá. Eran botas de quinientos litros. También mucha gente de la mar, marineros, gente de la Pescadería. Muchos marineros, cuando llegaban aquí, traían el rancho, que era el pescao que conseguían. Mi madre se encargaba de freírlo pa la gente de aquí. Vino y pescao, era lo que había. Arvellana, artamuces y cosas así. Y ya también mi madre en Bonares se estilaba el tema de los caracoles... su madre tenía recetas de caracoles y empezó a poner una serie de tapas: caracoles, cabrillas, habas… A darle vida a la cocina».
Lo de los caracoles dio comienzo en los 60 pero se popularizaron a partir de la mitad de los 70. Fue cuando la muerte de Franco, con el boom de la construcción, de las fábricas, del Polo. La carta se amplió con revoltillos con tomate, menudo… «Yo siempre he estao con ella y, más o menos, todas las recetas que tenía soy yo, y mi hermano Gaspar, los que las hemos seguío. Somos los que llevamos el bar desde el año… Aunque estábamos siempre aquí ayudando. Yo estaba estudiando, pero ayudando… Desde el año 90.
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«Ahora tenemos a los sobrinos, que son los que se encargan. Sobre todo, en los veranos. En los inviernos, más o menos, nos vamos apañando los dos solos. Pero en verano empieza el tema de los caracoles, vendemos mucho para la calle. Los hacemos nosotros, no son compraos. Receta propia. No son de bote que vienen… No».
«Estos pisos se construyeron en el año setenta y cuatro. Los dieron. Nosotros vivíamos aquí, porque además de bar era una casa. Mi madre, hasta que murió, a los 97 años, ya hace tres, siempre se ha quedado aquí. Entonces la clientela era de gente de la fábrica de harina, que se vinieron a vivir, y gente nueva que compraron estos pisos. Esto, creo, que tiene 227 viviendas. Pues son 227 familias. Empezaron a montar más bares, aquí en la esquina, en este lao. Se pusieron en auge los comercios y ya la clientela era de aquí de allí, de tos laos. De la Orden, de la Isla Chica…».
«Hacíamos campeonatos de mus… Nosotros éramos cinco hermanos y, tú sabes, los amigos de uno o de otro y empiezan a entrar los chavales. Ya empiezan a entrar los nietos de los clientes antiguos. Porque esto ha sido un bar muy familiar. Mucha gente conocida. Hasta que ya se termine nuestra época y alguien se quiera hacer cargo. A ver si les entran ganas a los sobrinos».
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Me señala a un parroquiano llamado Miguel. «Este hombre, por ejemplo, es cliente, desde chico… Te puede contar la historia de Las Colonias». Y Miguel me cuenta: «Aquí casi me crié yo. En esta taberna, y 76 hago el mes que viene. El padre de ellos me quería casi como si fuera un hijo. Yo vivía en esta calle, en la calle Zaragoza, pero mi parada siempre por la noche, yo dejaba a la novia, y aquí venía». ¿Y cómo era el barrio entonces?, le interpelo: «mucho más alegre que ahora, y bonito. Se anagaba to, entraba el agua y el fango por tos laos. Porque aquí llovía mucho. Pero ahora ni llueve ni na. Este barrio ha sido bonito, alegre». Para esa transformación a lo que es hoy en día, en su parecer concluye «Porque la vida va cambiando, en tos laos se cambia. Cambiamos la gente, cambian las cosas. Cambia, todo cambia».
Para Miguel, el bar Leonardo es muy importante. «Esto ha sido muy famoso, porque lleva muchos años». «¡Y los que le quedan, ya vamos por la tercera generación!», exclama con convicción Gaspar. Miguel sigue contando «ha habido muchas tabernas. Muchas, muchísimas. Más que farmacias. En cada esquina había una taberna, y en los medios casi había otra». Manuel Jesús añade «el noventa por ciento de los bares son de Bonares» «Y nada más que se bebía vino blanco. El vino tinto aquí ni se conocía».
«Otro cliente se añade a la conversación, con vehemencia, reclamando a los que le oímos que digamos cuál era la taberna más importante en aquellos tiempos, en los 60, en Huelva. Al final, ante las dudas y las opiniones del personal concluye con fuerza «¡El Cateto de las Cadenas!, en el Matadero. El Ronco no ¡¡El Cateto!!, mi tío vivía más abajo».
Manuel Jesús me pone al tanto, en una mágica y casi interminable retajila, de las tabernas de entonces: «Pelopúa, de Sebastián, que también era de Bonares. Un hombre, Pepe, que tenía el bar Pepe, de Bonares también. El Tinajón, de Bonares. Bar Felipe, de Bonares. Los Amarillos, también de Bonares. El Lagar, también de Bonares. Las Maravillas, El Cateto, otro de Bonares, el bar La Garlopa, también era de Bonares, porque antes era una carpintería…». Está claro que queda mucho por descubrir y disfrutar. A guiarse por el olor a vino ¡de Bonares!
Notas al pie
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(1) «Tiene sus historias. Se escapaba a la fábrica de harina que estaba enfrente del bar y venía siempre herido y lo teníamos que curar. Éramos cinco hermanos y siempre estábamos jugando con él».
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(2) La «leva del Biberón» (conocida también como «quinta del Biberón») fue el nombre que se dio a las levas de 1938 y 1939 en todo el territorio que aún controlaba la España republicana durante los últimos años de la guerra civil española.
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(3) «El mayor movimiento sísmico que pueden recordar los onubenses en vida, es el que tuvo lugar el 28 de febrero de 1969. El terremoto fue de 7, 3º en la escala Richter y según cuenta la prensa de la época afectó a 250 edificaciones de la capital, de las que 18 presentaban peligro de derrumbamiento. Localidades como Trigueros, Isla Cristina o Ayamonte también padecieron los efectos del seísmo».« Eso mismo ocurrió en la madrugada del 28 de febrero de 1969, en torno a las 04.00 horas, cuando un movimiento de tierra potente, de 7,3 grados en la escala de Richter (intensidad VII en la de Mercalli), sacudió el Sur de la Península desde el Cabo de San Vicente (con su respectiva subida en la intensidad del oleaje tras el terremoto que no derivó en tsunami). Fue una noche lamentable en la que hubo fallecidos por infartos (siete, según la contabilidad oficial) en Sevilla y Badajoz, porque lo sintieron como propio y, de hecho, la web de Cordobapedia señala que «se produce un terremoto de 5 grados de la escala Richter que sembró el pánico en la ciudad». Es decir que también los cordobeses lo consideraron como algo que les ocurrió a ellos y hasta con su propia escala».